Sobre el proceso represivo contra los estudiantes antilou de la Universidad de Sevilla. ¿Absueltos? ¿Absueltos de qué?

22 de agosto de 2011. Fuente: Izquierda Anticapitalista

Hace ya casi 10 años teníamos poco más o menos 20 años, estábamos aún bajo el influjo de la admiración universitaria, esa que embarga al novato cuando atraviesa los altos umbrales de la institución hispalense. Nos duró poco, una vez orientados en el espacio bajo los altos muros, empezamos a buscarnos con una mueca de extrañeza. La Universidad, una palabra cuya etimología me hacía sentir como en órbita cuando la leía en el sobre de matrícula, no era como la pensábamos, no era como la esperábamos, ni mucho menos como la soñábamos. Los profesores eran una mezcla de grises burócratas y padres de familia resacosos. Las ojeras y las casposas chaquetas combinaban a la perfección con las clases de desidia a las que siempre llegaban tarde. Para esto no perdimos tardes de juego y campaneo por placitas y recreativos, para esto no habíamos perdido la pigmentación en la piel y el brillo en pelo, para esto no nos dejamos el culo en los pupitres de bibliotecas y dormitorios ante la atenta y orgullosa mirada de nuestras madres. Pero el fraude no solo venía del estamento docente, nuestros compañeros tampoco daban la talla. Esperábamos encontrar almas gemelas en cualquier esquina, complicidades intelectuales y políticas, y acabamos compartiendo desidia con aprendices de empollones, con chulos de biblioteca y barrilada, con fachas de carné y con pijas de carpeta. Así era, la nebulosa intelectual masiva, la desidia condensada, la muerte definitiva de nuestras ilusiones adolescentes.

Por Zaura Rodríguez

Pero algo ocurrió, y ocurrió para regalarnos de golpe todo lo que esperábamos de la Universidad, nos reconocimos en la lucha, nos reconocimos en la interpretación y elaboración colectiva de la realidad, del tiempo hasta entonces diluido, del tiempo aguachirri, al tiempo condensado, al tiempo pringue, del que en otros términos habló Benjamin. Qué milagro más estupendo el de la densidad del tiempo revolucionario, del tiempo que llega alguna vez en la vida de toda persona para ofrecerle una degustación del néctar de la libertad, la emancipación y la vida nueva que está por llegar. Nos reconocimos y dejamos de fruncir el ceño, nos reconocimos como si una densa neblina se hubiera disipado en los fríos pasillos de las facultades. Nos reconocimos y éramos miles, decenas de miles...nos reconocimos y llenamos las asambleas, las bancadas de las aulas magnas, llenamos las calles y plazas, llenamos la rabia contra la continuidad y llenamos la rabia contra el cambio a peor, contra la contrarreforma que quería convertir la caspa universitaria en engrasada cadena de montaje, en filtro social. Odiábamos la rutina universitaria, odiábamos el café malo de la facultad, odiábamos los pies arrastrando de los profesores antes de entrar tarde a clase, pero no íbamos a consentir que nos vetaran ese espacio a las hijas e hijos del agobio y del trabajo. No señor, de ninguna manera. Y pusimos en ello todo el empeño, el mismo que nos había proporcionado un brillante expediente hasta el momento. Y pusimos en ello todo nuestra inteligencia, esa castrada y atrofiada desde que nos matriculamos de desidia. Y pusimos en ello toda nuestra sensibilidad, esa que jamás se impartió en el témpano académico. Y pusimos en ello toda nuestra pasión, nuestra rabia. Y aquellos a los que nunca les había dado el pellizco en el estómago de la indignación y de la necesidad de aliviarla mediante la lucha, andaban como locos idólatras ante la nueva Universidad que se les ponía en perspectiva, el nuevo mundo que sin duda conquistaríamos después, al final, la vida nueva. Nos dimos cuenta que habíamos vivido ahogados y una ansiedad, esa ansiedad indispensable en cualquier proceso emancipatorio, nos embargó como la del submarinista que se queda sin aire y está a punto de salir a la superficie. Y el tiempo que no pasábamos juntos nos sobraba, y las conversaciones rutinarias nos sobraban, y las carpetas y los apuntes amarillentos nos sobraban, y volvió del pasado para nosotras el tiempo de la asamblea permanente, y la vida de antes y después perdió sentido junto con la necesidad de dormir. Esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Al final vivimos, si sentimos rabia, si pensamos grande, si odiamos, si rompimos, si amamos en libertad, si probamos un sorbo de lo que está sin duda por venir, si perdimos; en definitiva, si luchamos, al final vivimos. ¿Qué son unas puertas viejas frente a la libertad, la rebeldía y el ansia de justicia? Se abrirán todas las puertas y una y otra vez ¡volveremos! porque ya no somos más los mismos a los que casi conseguisteis domesticar; esa es, de momento, nuestra gran victoria.


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