Murió Videla: Texto sin nombre. Muerto sin lugar

18 de mayo de 2013.

Murió un canalla. Un asesino serial. Un genocida. Un criminal. Un culpable
de muertes, torturas, exilios, prisiones, violaciones de mujeres, madres
sin hijos, hijos e hijas sin padres y madres, niños y niñas expropiados en
su identidad. Un fascista de esos que se dicen argentinos.

¿Qué hacer con ese muerto? ¿Qué pedazo de tierra vamos a contaminar con sus
desechables restos? ¿Cuánto tiempo dedicaremos a escupir sobre sus palabras
dichas en nuestro mismo lenguaje? ¿Qué piquetes haremos en nuestro infierno
para que no pueda entrar?

Tendría que existir un no lugar para los tiranos. Una especie de basurero
de la historia en el que no haya riesgo de reciclaje. Un lugar donde no
tengamos que volver a encontrarlos jamás. Donde ellos definitivamente no
estén… entre nosotras y nosotros. Cuando ya por suerte no respiran e
infectan nuestro mismo aire, cuando ya no largan su pútrido aliento sobre
el oxígeno que nos mantiene vivas… habría que inventar un no espacio para
ellos.

Pero sospecho que no. Que ese no lugar no existe. Sospecho que seguirán
ensuciando nuestras noches con pesadillas. Sospecho que todos lo “no” que
me salen en este texto, son voces escapadas de nuestro espanto.

El canalla murió en la cárcel. Algo es algo, me digo. Pero se llevó pruebas
y silencios a su tumba marmolada.

No voy a nombrarlo, me digo. No voy a contaminar mi texto. No quiero
compartir ya nuestro lenguaje con el suyo. Es que las palabras no pueden
significar lo mismo para ellos y para nosotras. No significan lo mismo,
digo.

Pero tal vez sí. Tal vez haya que decir que su apellido es un insulto para
la humanidad. Que los niños y niñas que hoy están naciendo, debieran saber
algún día, que de las entrañas de una argentinidad fascista que nos
espanta, nacieron tantos videlitas que dan asco y miedo… y que eso puede
volver a suceder, si no sabemos identificarlos. Que tal vez por eso una y
otra vez hay que marcarlos, señalarlos, escracharlos todos los días, si
queremos quitarles el poder sobre nuestras vidas.

El canalla murió en la cárcel, como corresponde. En una cárcel común. Pero
hay tanto fascista suelto. Y no hablo solamente de los dinosaurios viejos.
Hay tanto facho joven. Tanta desmemoria en territorios heridos de nuestra
historia cotidiana.

Me cuesta pensar que murió esa pesadilla. Porque la muerte finalmente es
parte de la vida. Y la vida es nuestra. El canalla se creyó dios, amo de la
vida y de la muerte… pero no. Ni dios ni el papa lo salvaron del final tan
ineludible. Murió en la cárcel me digo.

Y no habrá manera de quitarle las rejas de su cuerpo. Porque ni muerto será
perdonado. Y porque, aunque ensucie todo lo que toca, tampoco será
olvidado. Ni muerto.

Mientras el canalla se pudre en nuestra lastimada memoria… ahí seguimos. En
un caminar colectivo, tumultuoso, caótico, fértil. Vamos encendiendo
resistencias. 30000 veces 30000. Multiplicando rebeldías. Desmalezando de
fachos nuestros territorios. Sacándolos de todos los rincones. Porque “a
donde vayan los iremos a buscar”.

Y sembrando nuestro corazón en el camino. Amando definitivamente al pueblo.
Hasta la vida siempre.

Claudia Korol


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