La Transición fue apenas un negocio político y la integración del capitalismo local en la red mundial

Las migajas del tesoro de Soros

29 de junio de 2016. Fuente: Periódico Diagonal

Los denominados Papeles de Panamá son un serio testimonio de cómo es el mundo. El mundo es incomprensible, pero comparte una lógica. Esa lógica, a su vez, es incomprensible, pero se ordena hacia la brutalidad. Me explico.

Por Guillem Martínez

Detrás de los Papeles de Panamá está un tipo extrañísimo, llamado George Soros. Se sabe poco de él. Es decir, se sabe mucho, pero cuesta un huevo ponerlo en lógica. Tal vez no existe un mamífero en todo el planeta que pueda explicar a Soros. Es decir, entenderlo.

Es un tipo que no es rico. Es lo siguiente. Su fortuna viene de la Bolsa, en la que realiza proezas que no son de este mundo. Es decir, carecen de interpretación. Por otra parte, para acabarlo de liar, realiza política a través de la Bolsa. Como todo el mundo que juega a Bolsa, pero a lo bestia y vehementemente.

En una ocasión, antes del euro, echó a la libra esterlina fuera del Sistema Monetario Europeo. Zas. Él solito. A través de operaciones de especulación que dejaron KO al Estado y a la inteligencia económica británica. Es decir, al capitalismo más viejo y experimentado de la Tierra, que vivió su primera burbuja en el siglo XVIII.

Eso le supuso una pasta considerable –o peor, inaudita, otra vez incomprensible– que, a su vez, invirtió en una ONG que introdujo el liberalismo en la extinta URSS. "Quería pedirle a cada británico 300 libras para ayudar a Rusia. Como, presumiblemente, no me las iban a dar, las cogí", dijo el pollo.

Durante un segmento de la Historia fue dueño de toda –toda, intenten pensar en esa cantidad; es, nuevamente, incomprensible– la plata del mundo. No le interesaba la plata, dijo, sino lo que conseguiría dominándola. Que vete a saber lo que es. Se especuló con algo relacionado con informática. O con chips. O con algo que se soldaba con plata.

Ese tipo enigmático, sin nadie, lo dicho, que lo explique, está repleto de leyendas que lo adornan. Les explico una.

Mi primer jefe de sección, un judío centroeuropeo, hijo del único ministro depuesto tras la Revolución Húngara –era tan estalinista que lo echaron para comunicar una alegría al pueblo, ahora que les iban a dar para el pelo–, me explicó que Soros fue el secretario de su padre.

Durante el levantamiento húngaro, quedó integrado en un arroyo humano que le condujo, por azar, a Austria. De allí se fue a Nueva York, donde empezó a trabajar en Bolsa, como chico de los recados. No sé si esta historia es cierta, pero molaría.

Más datos inquietantes: es el fundador de Open Society, ONG declarada non grata en la Rusia de Putin. Y, por cierto, una ONG que algo ha tenido que ver con el entorno humano local del 15M, aún hoy.

Firme defensor de la existencia de una UE, ya la ha dado por perdida. Se ha jugado con un politólogo británico a ver cuánto dura. Él, un tipo optimista, cree que no más de 20 años. Libra esterlina, plata, liberalismo, Rusia, UE, 15M... ¿Es incomprensible o no?

Anyway. Papeles de Panamá. Soros. Un hombre incomprensible que filtra una cantidad ingente de documentos que explican la brutalidad del mundo. Bueno, del mundo no. De la Federación Rusa, de Europa, de algunas zonas de Sudamérica. En los Papeles de Panamá quedan excluidos –es decir, a Soros, se supone, no le interesó incluirlos en ese momento– Israel o los EE.UU.

Unos meses después de los Papeles de Panamá, salen los Papeles de la Castellana, a través de Fíltrala. Documentos emitidos desde bufetes madrileños finolis que aportan información sobre la vida cotidiana de las élites españolas. Son casi 40.000 documentos. Ilustran, por tanto, un volumen de negocio, una velocidad y una porción de geografía que a Soros se la suda.

En términos de desestabilización, supongo que será calderilla para Soros, ese tipo al que, por lo que sea, no le caen bien los británicos y está en guerra abierta con Putin. Una guerra que, me atrevo a suponer, no acabará bien para uno de esos dos nombres propios.

Para el público peninsular, los Papeles de la Castellana explican algo que ya sabía, pero sin tantos preciosismos. Que la Transición fue una ampliación de la oligarquía local, y un aggiornamento de la vieja. Aquellos pollos que en los 60 y 70 empezaron a vislumbrar un capitalismo bestial intuyeron con ello que el mundo era más grande que un cortijo, y que con el dinero se podían hacer más cosas que viajes artesanales, y repletos de riesgos, a Suiza.

A través de los Papeles de la Castellana se puede entrever que la Transición fue apenas un negociado político, y en la que lo gordo, lo verdaderamente trascendente, fue, por un lado, un proceso de integración europea.

Y, por el otro, un proceso de integración del capitalismo local en la red mundial. Eso entraña una intimidad muy gorda entre el nuevo pack de oligarquía vieja y joven con la política.

Los Papeles, en ese sentido, pueden explicar cómo parte de la política pública se orienta hacia esa construcción privada estable que es la legalidad de la barbarie, donde la barbarie es el asesinato del IRPF por incomparecencia.

Es así que se puede saber cuáles son los apellidos sensibles de disfrutar –es decir, también de modular– una amnistía fiscal como la de Montoro.

Y, por el mismo precio, en qué consiste una amnistía fiscal, cuál es su contrapartida –una multa de menos del 2%, por cierto–. Quizás lo más llamativo, la máxima ilustración que pueden ofrecer los Papeles, es que la amnistía parece que fue, también, un ejercicio de cohesión del sistema español.


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