Las bragas de Cristina Pedroche no nos dejan ver el bosque

3 de enero de 2015. Fuente: Genericidios

Hace algunos meses, conversando con Michelle Jenner, la actriz de Isabel, le pregunté cómo había llevado la época en la que se convirtió en la Lolita oficial del país, con todas las revistas fotografiándola invariablemente en ropa interior mes tras mes. Se lo pregunté sobre todo porque no me pareció una chica que militara en lo erótico-festivo, ni siquiera tuve la impresión de que lo sexual se expresara terriblemente en ella (efectivamente: me confesó que era alérgica a maquillaje, tacones y objetivización en general y que le iba más el princesismo que el sex appeal). Me interesaba saber si aquello fueron las ganas de triunfar, la inconsciencia de la juventud, la insistencia de los medios de comunicación o qué. Jenner me contestó no sólo que no se arrepentía, sino que mi actitud le parecía viejuna. Ella aceptó el juego del juguete erótico como una fase más de su carrera, divirtiéndose all the way, sin mayores planteamientos. Cierto es, como ella decía, que no hacía mal a nadie y menos a ella, pues las fotos “siempre fueron bonitas”. Y gracias a aquel enorme buzz a su alrededor tuvo acceso a papeles que otras menos dotadas de gracias por la naturaleza ni olieron. Todo esto viene al caso de las campanadas de Cristina Pedroche.

En realidad, tanto monta monta tanto que menganita o futanita enseñe las bragas en la tele, en tanto que futanita y menganita son muy libres de hacerlo y nosotros de apagar la maldita televisión. El asunto no tiene nada que ver con la libertad individual de ser una individua cuya valía pública radica en que enseña las bragas (r.e.s.p.e.c.t. siempre a la libre elección). Lo que me da que pensar es este razonamiento tramposo que se les presenta a las mujeres jóvenes en los medios de comunicación: lo que va a ocurrir aquí no tiene nada que ver contigo, con lo que eres tú, con tu persona, sino con una cesión temporal de tu cuerpo a una empresa privada por el bien de ambos. Por supuesto, el medio de comunicación se beneficia de que la mujer joven tiene aspiraciones, deseos y ansias de triunfo que van a poner en suspenso cualquier precaución que pudiera tener con la cesión absoluta de su cuerpo y sus circunstancias. Digo pudiera tener porque seguramente muchas no han llegado a plantearse ningún tipo de cuestión acerca de la responsabilidad que pesa sobre cualquiera que tenga acceso a los medios de comunicación. Sobre la trascendencia de lo que haces, dices y escribes. Probablemente tampoco sea consciente de cómo cada vez que una mujer joven con talento enseña las bragas, decenas de profesionales pierden la oportunidad de ser contratadas, publicadas o premiadas en favor de un colega que siempre será percibido como más racional, equilibrado y autorizado en la materia. O, si es consciente, se la pela. Ya digo que eso de que “no tiene nada que ver con lo que eres tú, con tu persona” es falso. Dice, y mucho.

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Pero volvamos a los auténticos malos de esta película: los medios de comunicación. Lo verdaderamente perverso del asunto no es que saquen de vez en cuando a una Pedroche. No. Es que lo hacen una y otra vez, incesantemente, en programas, anuncios, vídeos. En el telediario, el concurso, la serie y hasta con las minivestidas jóvenes de la primera fila del público. Las presentadoras de La Sexta siempre han sufrido una puesta en escena cercana a la de una vedette de revista (creo que han ido empoderándose por el camino las pobres y probablemente haya tenido también que ver con el asunto de que varias ya son madres de familia), pero había que ver en TVE a esa Igartiburu congelada en rojo mientras que su Ramonchu se guarecía en su casposa capa española. El mensaje televisivo es invariable: las mujeres tienen el cuerpo y los hombres, la palabra. La mujer ha de ser admirada; el hombre, escuchado. Ella es el objeto que acompaña y él, el sujeto que conduce.

Es interesante reflexionar sobre cómo estos medios de comunicación que se valen de las mujeres jóvenes o de las mujeres que no han desarrollado una ética personal y profesional para perpetuar el confinamiento femenino al cuerpo, pueden emitir a renglón seguido una campaña institucional contra la violencia de género y quedarse tan anchos. No salgo de mi asombro al pensar en que nadie le pide cuentas a los directivos de la televisión de todas las cadenas por la hipocresía y el doble rasero que demuestran. Jamás le he escuchado a Gloria Lomana una manifestación en este sentido. Ni a ninguna otra mujer con poder en la tele. ¿Acaso porque ellas se sitúan ya fuera de este juego perverso de la carne? Qué poca sororidad y qué poca responsabilidad. ¿Cómo es posible que las asociaciones de televisión estén a punto de censurar programas como Sálvame porque, supuestamente, “son un mal modelo para los niños”, y nadie levante al menos una ceja cuando las trabajadoras jóvenes son tratadas como ganado más o menos parlante? Y lo peor: ¿cómo pueden dejarse hacer esas mujeres de la tele con estudios, que leen el periódico, van a tertulias de la radio y hasta escriben novelas para Planeta, sabiendo que colaboran en un sistema ideológico-simbólico que sustenta la violencia?


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