La cultura del evento, el postureo hípster, y los PAUs: el capitalismo que nos toca interiorizar

28 de octubre de 2014. Fuente: Madrid Me Mata

En el centro de Madrid es cada vez más habitual acudir a brunchs, inauguraciones de exposiciones, o eventos publicitarios disfrazados de concierto. También proliferan por doquier rutas, que se confrontan con el paseo porque ordenan las postas del itinerario de antemano: Noche en Blanco (y sucedáneos), rutas de la tapa, paseos históricos, etc.

Por Luis de la Cruz para Madrid Me Mata

Esta cultura del evento crea una ficción mercantilizada de la sociabilidad. Los eventos y las rutas son evanescentes y temporales, frente a los lugares de sociabilidad vecinal ajenos a lo mercantil (el centro social, la escuela, la huerta, el club, el hogar del jubilado…), que proporcionan sedimento sobre el que se asienta el tejido vecinal. Propician los lazos débiles y el individualismo frente a los lazos comunitarios robustos.

Francisco Nixon y Linda Mirada. Digo yo que son hipsters, porque salen en Hipsters from Spain| http://hipstersfromspain.com/linda-mirada-francisco-nixon

Cuando uno se sienta en una terraza, se coloca irremediablemente de espaldas al resto del mundo, frente a la situación del cuerpo en la plaza, donde uno ha de interactuar con los padres de otros críos, con quien el tuyo juega en los columpios.

Muchos de los protagonistas de este juego de mercadeo cultural son las llamadas clases creativas, que tan de moda está citar en los abundantes artículos sobre gentrificación de los medios más modernos. Clases medias urbanas, caracterizadas como profesionales liberales de mediana edad, que a menudo se corresponden con la también muy de moda figura del hípster.

Aún sin ser del todo falso, el retrato obvia, no ya la precaria situación en la que viven muchos de estos autónomos, con parafernalia de clase media alta e ingresos de pueblo llano, sino el trabajo devaluado en servicios de algunos de los portadores de un aura más decididamente hipster. Los camareros de los bares hípsters de Malasaña, los peluqueros de las peluquerías anticuario de Chueca, o las monitoras de los carísimos gimnasios escaparate, se ven abocados a vestir y a participar de la vida del hípster. No sé si son hípsters pero se le parecen.

Plano de una ruta de la tapa en Lavapiés. Dónde ir y a qué hora

Es la naturaleza de sus trabajos, en gran medida, la que fuerza a estas personas a participar de esta lógica aparentemente sociable y festiva del evento. Tanto los de mayores ingresos como –en mayor medida- los que cuentan con empleos precarios, precisan de una constante renovación de su presencia pública y de una nutrida red de contactos. El networking con cervezas, o las presentaciones culturales, son los lugares en los que pueden encontrar su próximo trabajo. Los espacios de trabajo compartido (coworking) aseguran algo más que una mesa donde aposentar una taza molona: sirven de lugar de contacto laboral. Sinergias lo llamarán. Lo mismo sucede con los camareros, que tienen una amplia red de apoyo mutuo e información de ofertas de empleo tras las barras de los locales en los que trabajan provisionalmente.

El centro urbano es, cada vez más, un lugar para comprar ropa u ocio, sí, pero también el mercado de carne de las llamadas clases creativas. Éstas carecen de oficina y jornada laboral fija, lo que lleva a que su actividad se extienda a los momentos de ocio y a la calle, a la que llevan una versión glamourosa y relajada de las típicas luchas de poder del entono laboral. Así, el peloteo, el aparentar, o el trepismo, al que los trabajadores de oficina se ven abocados en distintas dosis, se transforma en el nuevo centro urbano en algo que define el carácter hípster: en postureo.

Obviamente, no todos los vecinos del centro urbano obedecen a estas caracterizaciones ni son sus calles lugares ausentes de vida. Hablamos de tendencias y de propósitos del diseño de centro urbano al que nos quieren abocar, pero existen, afortunadamente, resistencias e intersticios jubilosos de vida.

Un diseño de ciudad muy adentro de nuestros cuerpos

La relación entre el diseño del territorio y la posesión capitalista de nuestras vidas ha sido una constante desde el siglo XIX. A través del urbanismo y la vivienda, el sistema capitalista entra en nuestros cuerpos, como si de un Alien o un virus se tratara. Biopoder lo han llamado. El urbanismo nace, precisamente, para poner orden a la ciudad capitalista, que crece espontáneamente y a ritmo vertiginoso. Carnavalesca, promiscua, diversa, sucia, inestable…y también peligrosa para el orden establecido. El ejemplo clásico es el París de Haussman, en tiempos de Napoleón III, que crea una ciudad de grandes avenidas en nombre de la salubridad y de la seguridad. Calles más anchas de lo que abarca una barricada. Calles amplias, para el tránsito de mercancías, también.

Como en la película, el capitalismo nos roba nuestro cuerpo, también a través de robarnos la ciudad

El urbanismo del siglo XX transcurrirá siempre entre la utopia bienintencionada y el control social pacificador. La Ciudad Jardín de Howard, las manzanas interiores de Mumford o la Ciudad Radiante de Le Corbusier – que bajo la fascinación ante el automóvil inaugura la calle sin peatones- sirven al propósito de mantenimiento del statu quo.

Lo mismo podríamos decir de la vivienda obrera, que primero bajo formas asistenciales y luego de reformismo social, supone un ejercicio de control brutal de una clase obrera que, además, había quedado excluida del acceso a una casa, después de que la vivienda se hubiera convertido en mercancía encarecida. Convertir al revoltoso obrero en dueño de su hogar amortiguó el conflicto social. Se convierte en propietario y vive ahora lejos del centro de la ciudad, donde se habían precipitado todos los ciclos revolucionarios del XIX. Propietario, alejado –mezclado sólo con los de su clase- y adaptado a las necesidades de la nueva producción fabril. La nueva vivienda unifamiliar pretende evitar el bullicio; las condiciones de salubridad asegurar la disponibilidad de trabajadores productivos; el orden social y lo que se llamaba en los proyectos lo moral y lo sano era necesario para los horarios fijos de la producción capitalista.

La muerte de la calle en el PAU y en el centro

Recientemente leía en Malpaís un artículo llamado La muerte de la calle en la ciudad actual. Tres paseos por el Pau de Vallecas, que es un magnífico análisis de cómo el urbanismo de estos nuevos suburbios, surgidos en los años noventa y herederos claros de las utopías urbanísticas de Mumford o Le Corbusier, son propicios- de nuevo- para el control social y las necesidades de trabajo o consumo que se presupone a sus habitantes.

Imagen de Valdecarros | http://nosolometro.blogspot.com.es/2010/05/que-hay-en-valdecarros.html

La idea sugerente del artículo es que el diseño de éstas mega urbanizaciones conduce irremediablemente a la negación de la vida urbana en las calles. El comercio está localizado en el centro comercial y no existe el impulso al pequeño comercio (por ejemplo, con mercados municipales de abastos); las cuadrículas están conformadas por súper manzanas, que delinean distancias enormes, poco adecuadas para ser transitadas a pie; existen amplias carreteras interiores, mucho más grandes de lo que necesita el tránsito real de coches, que alejan entre sí las aceras…En cuanto a las viviendas, el jardín privado –e interior- le ha ganado la partida al parque comunitario, y están protegidas del exterior por seguridad privada y una loca secuencia de puertas, con diversas claves en los porteros automáticos. El PAU está pensado sólo para dormir y vivir de puertas adentro.

No es de extrañar que en un ecosistema urbano tan hárido para la sociabilidad casual, los huertos urbanos se hayan convertido en una demanda creciente.

Leía el certero análisis y me preguntaba si es posible que la calle esté muriendo de diferente forma en estos dos extremos del planeamiento urbanístico para las llamadas clases medias: el centro comercializado y el PAU. En uno, bajo la engañosa manada de gente en aluvión, en el otro, con grandes avenidas vacías. Uno bajo el paradigma social del consumismo extensivo y la cultura del evento, el otro, heredero idealizado de la ciudad dormitorio para trabajadores de décadas anteriores.

La respuesta que hallé en mi cabeza es que sí. La zonificación no es nada nuevo, es parte esencial de la ciudad capitalista. En Madrid viene, al menos, desde los tiempos del primer Ensanche, hacia 1860.

Frente al centro comercial, que trata de unificar el ocio y el consumo de la ciudad exterior, encontramos en el centro un gran centro comercial con techo de cristal, en el que, como hemos dicho, los vecinos también son mercancía. Frente a las cámaras interiores de los castillos-vivienda de los PAUs, encontramos la proliferación de cámaras de seguridad y la creciente presencia policial en las calles del centro de Madrid. En unas y en otros nacen gimnasios y mueren los comercios de proximidad. En ambos se impone un revival de los viejos coloniales – sea boutique o chinos- que sirve para el apuro de última hora.

En los dos casos la ciudad tiende a perder la vida de la calle que siempre conformó el hecho urbano. Aquella que propiciaba, más allá del encuentro, lazos fuertes de vecindad. Con esta pérdida se van por el alcantarillado, de paso, la capacidad de reflexión, de toma de conciencia común y el conflicto como motor del cambio de las ciudades.

*La idea del evento como algo consustancial al hipsterismo me la ha sugerido el libro de Víctor Lenore Indies, hipsters y gafapastas (Capitán Swing, 2014) donde se apunta la idea sin desarrollarse.

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