La amenaza de violación como estrategia patriarcal

17 de octubre de 2013. Fuente: "No vayas sola, te puede pasar algo".

Una joven camina sola de noche. Un desconocido la persigue. Ella corre, pero él la alcanza. La viola. A veces, sólo después de forzarla, la asesina. Esa escena, que hemos visto en infinidad de películas de Hollywood, se ha quedado anclada en nuestra memoria. La experta en políticas de prevención de violaciones Sharon Marcus habla de la violación como un guión preescrito que marca la vida de las mujeres, desde antes de haber sufrido agresiones. Frente al fantasma de la violación como destino inevitable, ella propone analizar en detalle qué sucede en los intentos de violación para desarrollar estrategias efectivas de prevención.

Por June Fernández

Lohitzune Zuloaga, socióloga experta en políticas de seguridad, confirma que en las encuestas sobre inseguridad ciudadana la población femenina “expresa unos porcentajes de inseguridad significativamente mayores que los varones”, y que se sienten con más probabilidades de sufrir delitos como tirones de bolso, atracos, estafas y, sobre todo, agresiones sexuales, pese a que (salvo en el caso de los delitos contra la libertad sexual) el perfil de víctima de delitos que arrojan las estadísticas policiales es el de un varón entre 20 y 50 años.

Zuloaga indica que las violaciones y abusos sexuales conocidos en España no alcanzan el 0,4% del total de las infracciones registradas. Aunque reconoce que es un tipo de delito que se denuncia poco, debido al “costo social y personal” que conlleva el proceso, concluye que “el miedo que sentimos las mujeres a ser víctimas de una agresión sexual grave es muy desproporcionado en comparación con las probabilidades reales que tenemos de sufrirla”.

¿Se trata entonces de un miedo irracional sin fundamento? En absoluto. Zuloaga lo atribuye a que “las mujeres hemos sido educadas en la idea de que tenemos altas probabilidades de ser violadas y de que tenemos que estar alerta frente a la violencia que puede sufrir nuestro cuerpo y protegerlo. Esta percepción se consolida en la literatura criminal, las películas y las series de televisión, donde es habitual que las víctimas femeninas de delitos sean mujeres violadas”.

Diversas autoras feministas han tratado de explicar por qué la sociedad educa a las mujeres en ese terror sexual. La periodista y activista Susan Brownmiller fue pionera en afirmar, en 1981, que la violación no es una conducta aislada de individuos inadaptados, sino que la amenaza de sufrirla funciona como un mecanismo patriarcal para condicionar el comportamiento cotidiano de todas las mujeres, limitando sistemáticamente su autonomía y su libertad sexual. Cuando sufren una agresión, a menudo se las culpa por haber roto con el modelo de feminidad tradicional, como hizo el policía de Toronto cuando pronunció la frase que fue el germen de las Marchas de las putas, organizadas en más de 60 ciudades: “Las mujeres deben evitar vestirse como putas para no sufrir violencia sexual”.

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Las personas que participaron en la investigación ’Agresiones sexuales: cómo se viven, cómo se entienden’ coincidieron en considerar que una violación es “lo peor que le puede pasar a una mujer”. Esta idea es peligrosa, señalan las autoras del estudio, porque “resta, a quien sufre la agresión, la capacidad de recuperarse y reinterpretar esa vivencia; fija a la víctima en el trauma”. Las chicas expresaron también que ante los abusos reaccionaban con “sentimientos de paralización, de no saber cómo responder a la situación o de reacciones de huida y escape”.

¿Es porque se sienten más débiles? Sharon Marcus asegura que “la habilidad de un violador para atacar depende más de cómo se posiciona socialmente en relación con la mujer que de su supuesta fuerza física superior”. Frente a quienes aconsejan a las mujeres no oponer resistencia, porque el violador se pondrá más violento, la experta aporta datos de encuestas a mujeres que lograron bloquear al agresor con gestos como un comentario asertivo, un empujón o un grito, incluso en casos en los que este iba armado. Marcus lamenta que a las mujeres se les asigne el papel de ser “objetos de violencia y sujetos del temor” que se paralizan y callan ante una agresión, y defiende que “los hombres elaboran el poder masculino en relación con esa imaginaria indefensión femenina”.

Maitena Monroy lleva desde 1988 impartiendo talleres de autodefensa feminista como forma de combatir esa sensación de indefensión. Frente a los cursos de defensa personal para mujeres que se limitan a enseñar técnicas físicas, el objetivo de Monroy es que las mujeres adquieran “la actitud vital de reclamar nuestro derecho a existir sin violencia”. Para ello, el primer paso es identificar las agresiones a las que se enfrenta la población femenina en los diferentes ámbitos (la calle, la discoteca, el transporte público, la familia, etc.), cuestionar el origen de esa violencia y contar con recursos para enfrentarla. Por ejemplo, ante la situación de un hombre que la sigue por la calle, en autodefensa se refuerza el criterio de la mujer (para que no piense que está paranoica), se aprenden trucos para ahuyentar al agresor y, finalmente, estrategias (no sólo físicas) para defenderse en caso de que se materialice el intento de violación.

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[Maitena Monroy] aboga por explicar a las chicas que “las agresiones se deben a que hay hombres machistas que no respetan los derechos de las mujeres y actúan con violencia”. Se trata de contarles “qué les puede pasar y cómo hacer frente”, pero insistiendo en mensajes en positivo como que “su cuerpo es suyo” y que tienen derecho a decidir “qué hacer con él, cómo vestir, y vivir una sexualidad libre y deseada; y a gritar y llamar la atención si alguien les molesta”. Por ejemplo, recalca que “viajar sola sí que es buena idea [pensar que tenemos que ir con alguien que nos proteja nos hace dependientes], y que tengo derecho a ello, pero que puedo sufrir agresiones; por lo que voy a prever situaciones concretas que me han pasado antes o que me den miedo y pensar cómo voy a actuar si me ocurren”.

En el estudio de Sortzen, la mayoría de las jóvenes afirmaron haber sido perseguidas por hombres cuando caminaban solas de noche. Según Lohitzune Zuloaga, “el acoso sutil (y no tan sutil) al que las mujeres nos vemos rutinariamente expuestas interviene en nuestra percepción de que existe una amenaza real de ser agredidas”. Es decir, las agresiones machistas cotidianas explican esa mayor sensación de inseguridad; recuerda a las mujeres que –parafraseando un popular lema feminista– la noche y la calle no son suyas.


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