«’Egin’ era muy malo para lo que el Estado quería: que no hubiera voces discordantes»

24 de abril de 2015. Fuente: Naiz

Pablo Gorostiaga es un hombre que trasmite felicidad, porque se le ve feliz. Feliz arropado por su familia, feliz entre el ganado en el baserri de Albitzu y feliz con sus convecinos, que le paran todavía para abrazarle y saludarle. La felicidad de Pablo debe producir urticaria a quienes le detuvieron y encarcelaron. Leer esta entrevista sería un buen castigo para ellos. Porque la de Pablo es una felicidad comprometida, socarrona por momentos, la de una buena persona que resume todo su caudal político, todo el bagaje de años en movimientos de barrio, populares, en la alcaldía, en Herri Batasuna, en el Parlamento y en la cárcel en un concepto: «Necesitamos una estrategia, unas líneas, pero sobre todo lo que necesitamos es dar mucho ejemplo». Y él lo hace, aunque no parece fácil de seguir.

Entrevista a Pablo Gorostiaga

¿Qué se siente al salir de la cárcel, donde uno está condenado por terrorista y delincuente, y encontrarse a miles de personas recibiéndole en su pueblo?

Fue una cosa de locos. Yo esperaba que hubiera un grupo de allegados y amigos, también amigos de esos que me dicen «yo no te voto a ti, pero soy muy amigo tuyo». Pero el otro día me desbordaron. Multitudes allí gritando «Pablo, Pablo». Se les debió quedar grabada la campaña que hicimos un año para la alcaldía de Laudio, que decía: «El mejor alcalde, el Pablo» (ríe). Felices a la hora de abrazarnos y darnos un beso. Tuve muchas admiradoras encantadas de darme un beso, ¡con estas barbas!

Cuando salió de la cárcel tras su detención y antes del juicio, se presentó para alcalde y volvió a salir elegido...

Algo querrá decir.

Y quien le mandó a la cárcel, Baltasar Garzón, va ahora dando clases de derechos humanos por el mundo.

El señor Garzón, tan poco valorado entre nosotros con las grandes virtudes que tiene. ¡Ya tiene dos narices! Que tenía de antemano el guión, ya tenía previsto cómo tenía que acabar aquello, cerrando ‘Egin’, que era su objetivo, como dijo Aznar desde Turquía: «Acaso pensaban que no nos íbamos a atrever». Con la impunidad con la que actúan pueden atreverse a todo, pueden hacer lo que les dé la gana. Y Garzón tiene un morro que se lo pisa.

Entró en la cárcel con 66 años y ha cumplido toda la condena de ocho años. ¿Cómo se lleva la cárcel a esa edad?

Es que yo tengo suerte para todo. Entré en la cárcel justo ya jubilado y con los temas familiares ya encarrilados. Con los hijos trabajando y forjando sus familias. Eso te da una estabilidad grande. Y tanto yo como ellos hemos tenido un apoyo tremendo. Cada mes teníamos un vis a vis familiar, para el que se turnaban, y a mí me daban una inyección de moral. Allí con los chiquillos. Me sentía muy arropado. Y mientras estuvo Judith, más todavía, porque venía en medio del mes al vis íntimo. Estaba con la familia cada quince días, muy bien. He estado muy arropado desde la calle. Y dentro... tendría para escribir un libro de la vida y milagros de los kides que tenía allí. Aquello fue un regalo. No me han dejado caer ni un segundo.

Pero ha pasado momentos muy duros, como la muerte de su esposa, Judith...

Claro. Lo de Judith fue duro y me fastidió muchísimo, me hizo mucho daño que teniendo autorización del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria para que me trajeran a verla, me retenían y me retenían, y me retuvieron hasta que falleció. El anterior fin de semana, después de darles yo mucho la brasa, me movieron... ¡para llevarme de Herrera de la Mancha a Ocaña, a unos cien kilómetros o poco más! Y allí me dejaron hasta que falleció Judith. Me llamó el director y me dijo que me tenía que dar una mala noticia. Los compañeros ya me lo habían dicho, porque les habían avisado de sus casas. Me fastidió no poder haber visto a Judith en vida y haberle saludado. No sé si eso son represalias... También son bastante cortos, porque en el sentido humanitario podrían haber quedado muy bien. A fin de cuentas, no te están dando más que lo que una persona con un mínimo de corazón haría en esa situación. Esos malos momentos duros se compensaron con que no se produjo lo que Judith temía de quedarse con problemas de memoria o un Alzheimer, a eso le tenía pánico. El tumor que tuvo no requirió un tratamiento agresivo y se mantuvo bastante maja. Estibaliz, la hija, es médico y la cuidó como la mejor paciente. Y el último mes estuvo en el baserri rodeada por toda la familia y decía estar a gusto con los chiquillos y con los hijos.

¿No se enfada usted nunca? Lo digo por cómo cuenta un momento tan duro...

Uyy... tengo mi genio, pero allí no vale que te enfades. Puedes soltar un disparate y, aunque tengas razón, encima te meten un parte por desacato. Tenía bien interiorizada la condición de preso. Aquello no es una oficina de reclamaciones en la que puedes ir a donde un funcionario a decirle que yo tengo derecho a este viaje, a este billete y a este asiento, y reclamo mis derechos, que los he pagado. No. Por ejemplo, me aplicaron 21 días de redención por haber firmado durante cinco años o más en el juzgado todos los lunes mientras estuve en libertad a espera del juicio y la sentencia, pero estuve dudando de si me los aplicarían o no habrían llegado los papeles, hasta que me dijeron: «prepare las cosas bien que saldrá mañana pronto». Tan pronto que a las siete menos cuarto me dieron la salida y ya estaban allí todos esperándome, tocando la trikitrixa casi de noche.

¿Qué siente cuando oye frases como «Ha salido habiendo cumplido solo veinticinco años de condena»? Es algo que se ha escuchado mucho últimamente.

A ellos les daba la décima parte de eso, porque muchos de los políticos que lo dicen seguro que algo habrán hecho que sea también merecedor de castigo aplicando tajantemente la ley. En la cárcel lo importante es tener la cabeza bien, lo que te permite llevar una vida ordenadita. Yo les decía a mis hijos que vivía en un adosado, al lado de la cárcel, allí en Herrera, porque estábamos aislados, no convivíamos con los presos comunes, porque piensan que eso es un mayor castigo. Pero los que estábamos allí teníamos la cabeza bien, sabíamos por qué estábamos. Y luego tenemos la suerte de que desde la calle, la familia y los amigos te empujan. Lo mío ha sido un chollo. Encontrarme con los amigos que he tenido allí me ha rejuvenecido. Me decían: «Nosotros esperábamos aquí a un señor que ha sido alcalde tantas veces, que ha estado en la política, que ha sido parlamentario, y vienes tú y nos rompes todos los esquemas. Que eres casi peor que nosotros». Tenían un humor... y a mí me contagiaron. Allí estaba yo feliz con ellos. Ese apoyo común te ayuda a superar los momentos bajos.

¿Tan malo era el periódico aquel, “Egin”, que lo cerraron y detuvieron al director, a la subdirectora y a todo el consejo de administración?

Era malo, era malo. ‘Egin’ era muy malo para lo que el Estado quería, que era alinear a todos los medios y que no hubiera voces discordantes. ‘Egin’ era un periódico que en Euskal Herria ocupaba una parcela muy importante y en proporción, lo leían muchos. Y eso rompía su esquema de ir troceando y acabando con la izquierda abertzale. Tuvieron que hacer algo así, a lo bestia.

¿Cómo fue la detención?

Entraron a casa con unos aparatos... Lo que más me impresionó no fueron las metralletas, sino uno que tenía una herramienta, no sé si era un hacha o una porra, para romper la puerta. No sé si pensaban que se iban a encontrar con un elemento que les pusiera una bomba lapa en la puerta cuando la tocaran. Luego registraron toda la casa. En la mía, ya ves, encontraron muchos papeles, del Ayuntamiento, del Parlamento y ‘Egines’, que cuando se me retrasaban iban quedándose allí para darles un repaso. Fue un alarde de fuerza.

¿Y cuando supieron que al día siguiente del cierre de ‘Egin’ había salido a la calle otro periódico?

Uy, uy, aquello... Fue un ejemplo de cómo somos en este pueblo. En sus cálculos estaba que nos íbamos a deshacer como un azucarillo, como dijo Aulestia o alguien de EIA de aquellos tiempos, y ese azucarillo es un pedrusco que no se va a disolver tan fácil en agua. Cerrar el periódico era una cuña importante para romper ese conglomerado que formamos. Gente en distintos sitios trabajando cada cual en el mismo sentido. Todavía nos queda hacer ese recuento de cuántos en tareas sencillas están trabajando por lo que pretendemos. Creíamos que iba ser poco menos que un día de gloria en el que nos íbamos a encontrar con que esto había cambiado, pero ya nos vamos dando cuenta de que eso no se da. Que eso de que los niños vienen de París está muy bien para contarlo, pero esto hay que ganárselo a pulso.

¿Qué hacía un empleado de Caja Laboral en un Consejo de Administración de un periódico?

Sería porque pensarían que yo era un buen administrador (y se ríe). No... yo tenía dos «malos» amigos, los Murga (Isidro y Patxo, detenidos y aún en prisión también por la misma causa) y luego conocí a José Luis Elkoro. En algún momento necesitaban una sustitución y querían a alguien de confianza y que fuera fiel a la lucha que ellos estaban llevando a cabo. Ya había habido varios intentos de acorralar y asfixiar económicamente a ‘Egin’. Pensaron que yo podía valer también para la campaña aquella que hicimos de recogida de dinero, que luego nos lo robaron estos chorizos. Me engancharon allí. Yo pedí la excedencia de una temporadita en Caja Laboral y anduvimos por todos los pueblos de Euskal Herria haciendo estos asaltos nuestros de guante blanco. Para eso yo era buen elemento, porque llevaba en la carpeta las solicitudes de préstamo para Caja Labora y ya no tenían que hacer más que firmar y decir la 50.000 pesetas en dos años o en tres... La gente iba pagando cómodamente y nos dio bastante buen resultado. El objetivo total eran doscientos millones y al final ciento y pico ya se pillaron por ahí.

Para entonces Pablo Gorostiaga ya había hecho casi de todo. ¿Cómo hizo eso que se dice de «entrar en política»?

Ahora me voy dando cuenta de que he sido muy político. El veneno de la vida del pueblo lo he tenido desde chaval. Aquí en Areta, en Bide Zaharrak, entonces era «Caminos Viejos» porque no sé si había algún euskaldun del pueblo. El último que conocí fue mi abuelo, mi aitite, Eusebio González Ugarriza, que nació en un baserri en la muga con Orozko. Desde chaval organizábamos las fiestas de San Bartolomé. Con diez años montábamos unas fiestas... Y de ahí en adelante, ya estuve metido en todas las salsas. Y siempre buscando soluciones, no solo reivindicaciones. En fiestas, nuestras carreras de burros fueron muy famosas. Llegamos a hacer un ‘Campeonato de España’, ese título ahora pega mucho y no sé si es para presumir, pero éramos la mejor carrera. También hacíamos pruebas de ciclocross internacionales. Era lo único que podíamos hacer aquí, que no teníamos más instalaciones que el monte y un trozo de carretera. Vinieron ciclistas de fama internacional que habían sido campeones del mundo. En la pequeña república de Areta teníamos siempre iniciativas.

Y de ahí al Ayuntamiento...

Ya estaba trabajando en Laudio y era un pueblo que había crecido como champiñón y había muchas necesidades. Había viviendas que no tenían para llegar ni una escalera, ni una acera, solo monte y barro. En la Asociación de Familias fuimos marcando prioridades y en el 74 nos presentamos por el Tercio Familiar (los padres de familia podían elegir un tercio de los ayuntamientos durante el franquismo, los otros dos tercios eran para el Sindicato Vertical y para las entidades elegidas por el gobernador civil). Yo tenía muchas energías entonces. Me parecía que era un entretenimiento estar en esas actividades. Luego Judith tenía que aguantar con los chiquillos. Porque yo he sido muy mal... creo que padre de familia he sido bueno, pero compañero, regular, porque no he ayudado mucho. En aquellos tiempos no éramos conscientes de lo que era hacer una pareja, con tres chiquillos por detrás que había que atenderles, y ahí tengo un punto negro. Me apuntaba a todas. Tuvimos una iniciativa muy buena, que fue traer a la diputación franquista, con su presidente. Les dimos una vuelta por el pueblo en un microbús, vieron bien de arriba a abajo lo que era Laudio. Y dijeron que aquí había que meter el bisturí a tope. Tuvimos mucha ayuda de la Diputación, porque el pueblo había crecido, pero sin ningún servicio.

¿Quizá tuvieron más ayuda de aquella diputación franquista que de otras después?

Sí, sí, sí, seguro, seguro. [En varios mandatos de Pablo Gorostiaga, la Diputación de Araba gobernada por pactos PNV-PSE utilizó la denegación de ayudas como fórmula de desgaste de la alcaldía de HB]. Porque entonces se volcaron y pudimos hacer cosas que no eran grandes obras, pero a la gente se le abría el cielo. Equipamos con lo básico. Escaleras, hormigonar caminos. Recuerdo que quebró la fábrica que estaba hormigonando unos caminos y los vecinos siguieron con los trabajos. Yo hacía de jefe de obra. Hacía los pedidos. Aquello fue muy participativo.

Esa participación ciudadana que algunos parecen haber descubierto ahora.

Sí, sí. Todo bien hecho, con sus facturas, yo les daba el visto bueno y a cobrar a tesorería.

Lo que pocos sabrán es que estando tan implicado con ‘Egin’, cuando era alcalde nunca nos dio una primicia o una exclusiva, decía que toda la información era para todos.

Ja, ja. Si se hacen las cosas bien, las noticias se van produciendo y se van dando, y se avisa a todo el que quiera venir. A mí no me parecía bien filtrar algo para que alguien lo supiera antes que otro. Si alguien era listo y era capaz de encontrar algo, pues bien para él, pero nada de priorizar a un medio o a otro, porque creo que la información es dar a conocer al pueblo por todos los medios y que lo reciba por el que cada cual elija.

Tenía apuntado aquí aquel lema de HB de «El mejor alcalde, el pueblo», pero ya he visto que en Laudio lo cambiaron por «El mejor alcalde, el Pablo».

Fue una campaña que hicieron los chavales, que eran buenos elementos. Se ve que aquello me dio mucho a conocer, porque ahora tengo una enorme satisfacción, cuando voy paseando por Laudio y me encuentro con gente que me mira, se quedan un poco retraídos porque te quieren saludar y no se atrevan, y yo allí voy, y todos «Pablo, Pablo».

Se acercan elecciones municipales. ¿Cree que la izquierda abertzale mantiene aquel espíritu de la Unidad Popular?

Ahora la política ha cambiado mucho en general, todo es más institucionalizado y jerarquizado. Todos los partidos tienen esa forma de funcionar y nosotros tenemos que distinguirnos ahí. Que todo lo que vaya subiendo sea de asambleas que hayamos celebrado y de reuniones como aquellas con los vecinos que yo tuve el placer de disfrutar para hacer el primer plan de actuación. Y fue muy fácil, porque nadie pedía nada del otro mundo, las prioridades eran muy concretas y generaban adhesiones.

Ha sido alcalde, parlamentario, preso... ¿Cómo ve la evolución de la izquierda abertzale quien ha sido testigo de casi todas las épocas?

Ahora me voy dando cuenta de que he sido testigo de todo eso y de que hay una historia por detrás, porque yo, como estaba en el día a día, no pensaba en la historia, sino en el futuro, que era trabajar. He estado conviviendo con testigos de excepción, que son presos condenados a muchos años, algunos han salido, otros están a punto de cumplir y otros tienen un futuro desconocido, pero todos se han dado cuenta de que se ha cumplido una fase que tuvo sus resultados. Ahora, desde nuestra lucha de doble objetivo nacional y social, en el campo social tenemos una tarea enorme, porque hemos ido retrocediendo en derechos conquistados con reivindicación y lucha. Y en lo nacional, creo que se va conformando un núcleo, desde aquel del que hemos hablado de tanta gente participando en su parcelita de trabajo, que va creciendo y reforzándose, clarificando ideas y objetivos poco a poco. Pero hay una cosa que tiene que ser permanente: necesitamos una estrategia, unas líneas, pero sobre todo lo que necesitamos es dar mucho ejemplo, que es lo que mejor entiende la gente. Si hoy estamos como estamos para bien, es porque nuestra gente ha sabido que cuando estaba en un cargo, en el que le haya tocado estar para defender nuestro proyecto, estaba al servicio de la comunidad, de la gente, no para medrar él o procurarse intereses o mantener relaciones.

¿Qué opina de su convecino Carlos Urquijo?

¡Es un paladín de la ley! Se ha tomado su cargo muy en serio. Lo suyo es lo español, España por encima de todo. Le gustaría que lo del País Vasco fuera algo de la historia, una época pasada. Ha calculado mal, Carlitos. Parece mentira habiendo vivido aquí. Sigue pensando que somos cuatro y un tambor.

¿Cree que cuando deje el cargo le organizarán un homenaje en Laudio como su recibimiento al salir de la cárcel?

Hombre, según cómo acabe, si no es por un ascenso, a mí ya me gustaría acudir. Conmigo podría contar.


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