Barcelona: necesitamos un poco de calma

22 de agosto de 2017. Fuente: El Salto

Necesitamos un poco de calma.
Pedimos silencio a gritos.
Barcelona se halla conmocionada por la locura premeditada y estudiada de unos pocos hombres armados con unas furgonetas pero también por la irresponsabilidad de una sociedad entera en estado de shock armada con tuits, whatsapp y demás redes sociales. Y tienen cómplices. Periodistas como nosotros alimentando un monstruo carroñero ansioso de aumentar audiencias a base de sensacionalismo sin contrastar.

Por Marc Almodóvar

Necesitamos un poco de calma.

Pedimos silencios a gritos.

Desde el jueves a primera hora de la tarde nada se mide ni nadie coge aire. Y nos hace falta. Llegan noticias confusas de un atropello en La Rambla. Poco a poco la pelota se va haciendo grande. Parece algo más. Gente encerrada en locales. Decenas de furgones policiales corriendo al lugar de los hechos.

Rumores sin contrastar se expanden. Que si dos hombres armados se atrincheran con rehenes en un restaurante turco. Que si hay previstos nuevos ataques en otras zonas. Que si hay francotiradores. Que si uno, dos, tres, veinte hombres se dieron a la fuga. Que si un muerto, que si dos, que si tres. Que si se busca una furgoneta. Que si se encuentra en Vic. Que si la CIA lo sabía. Que si abaten a un hombre que se dio a la fuga a las afueras de Barcelona. Que si no tiene nada que ver. Que si no estaba muerto. Que si todo es un ataque terrorista. Que si no.

La pelota se hace grande. Se corta el acceso a todo el centro. Controles en las entradas y sobre todo las salidas de la ciudad. Periodistas sustrayendo declaraciones desasosegadas a testigos en shock que necesitarían más el apoyo del hombro de un especialista que el micrófono violador de una televisión.

Declaraciones exageradas fruto del impacto, que poco importa, porque irán en antena sin doble check alguno. Generando más caos. Más leña al fuego. Y curiosos, muchos curiosos: gente haciéndose selfies, grabando, emitiendo periscopes con su visión de los hechos. Gente dando vueltas con el bicing por todo el perímetro. Familias enteras que sustituyen la horchata de la tarde por una visita al lugar del ataque. Y la histeria a flor de piel. Uno grita sin motivo alguno y provoca en pocos segundos una estampida de gente que no sabe ni por qué corre ni de qué huye. Pero somos tan así. Ni el sollozo histérico del niño, que reclama que era mejor su helado de chocolate que eso, parece hacer cambiar los planes al tozudo padre vencido por la curiosidad. Nada, todo muy normal.

En cuanto a los profesionales, visiblemente desbordados por la situación, nerviosismo. Las unidades de atención, desbordadas por la tensión. Y mientras, en las redes sociales, alud de rumorología. Echando todavía más leña al fuego. Que si el primo de mi amiga tiene un amigo que conoce a uno en los Mossos. Que me ha dicho la panadera que su tío es de la Nacional. Que si habrá una bomba aquí. Que si la habrá allá. Que no salgáis de vuestras casas. Que si mejor no respiréis. Que si no se os ocurra coger el metro. ¿Bus? Estás loco.

Y en río revuelto, todo el mundo pretende pescar. Que si esto es cosa del separatismo, dicen en un lado. Que si esto es porque Rajoy impidió que los Mossos se integraran a la coordinación antiterrorista europea, dicen en el otro. Que si esto es porque Podemos no está en el pacto antiterrorista, apuntan otros tantos. Que si esto es por las políticas de integración de la Generalitat, más interesadas en ganar voto independentista que en la seguridad, llega a firmar algún editorial de un periódico mayorista. Nada, como si aquí se regalaran papeles, pisos y dinero a cualquier terrorista que diga “visca Catalunya lliure”. Ah, calla; si esto también lo he leído yo por ahí, ahora que caigo.

Nada, aquí la primera ley de desconexión fue la de extranjería, ya lo ven cada día nuestros compañeros manteros y nuestros amigos del CIE. Los más ridículos acusan a las CUP de tener el colofón perfecto a su campaña contra el turismo. Debe reconocerse que a algunos les puede la mala leche. Durante rato corrieron más por las redes los insultos a Colau y Puigdemont por haber osado hablar en catalán en la rueda de prensa que otra cosa. ¿Alguien quiere decir algo sobre Venezuela?

Cerca de la medianoche la policía abre el paso de nuevo por La Rambla. “A los turistas”, subraya inconsciente pero sintomáticamente la periodista de TVC en conexión directa. En pocas horas se añadirá más leña al fuego con un nuevo episodio en Cambrils y con una operación policial que colapsará el pueblo de Ripoll a la mañana siguiente. Cientos de curiosos llenarán el lugar de los hechos, algunos impulsados por la solidaridad, otros por reapropiarse del espacio, por normalizar la cosa y combatir el miedo, otros muchos por el simple morbo. Un grito se va imponiendo en estos actos: “No tenim por”. No tenemos miedo. Algunos lo gritan por autoafirmación, por reconforte colectivo. Otros como desafío a los asaltantes.

Si bien los gestores de las redes sociales de las fuerzas policiales fueron sorpresivamente comedidos el jueves, minimizando el calificativo terrorista hasta bien entrada la tarde y llegando a pedir que no se difundieran más vídeos escabrosos de los hechos, al día siguiente el cuerpo se deja llevar por la corriente general y empieza a hacer públicas versiones que todavía están siendo investigadas. Eso quiere decir por contrastar. Y difunde fotos. A la caza, pues. Y ahora ya todo el mundo da por hecho que todo se conecta con una explosión de gas en Alcanar que habría forzado a improvisar a los asaltantes. Y, sobre todo, dejando claro que todo podía haber sido peor. Nueva carne de cañón a raudales.

Y sin apenas saber siquiera de dónde salen y qué hacen esos presuntos autores, algunos medios hablan del Raval como el Molenbeek español. Luego resulta que ninguno de los sospechosos, ni de los abatidos, ni de nadie que haya aparecido por estos lugares tiene nada que ver con el barrio barcelonés, pero eso importa poco o nada. Solo es importante destacar el origen familiar, pese que tengan pasaporte español y que no sepamos si alguna vez pisaron la tierra de sus abuelos. La misma tierra de la que son unas tres personas gravemente heridas, por cierto. Da igual. El Raval es el Molenbeek español. Claro que sí. Algo que me hace venir a la cabeza el montaje contra esos 11 pakistaníes precisamente del Raval que fue apabullante portada de medios en 2008, anunciando inminentes atentados en el metro de Barcelona, que destrozó sus vidas con deportaciones incluidas y que luego quedó en nada tras demostrarse que todo era falso. O los chicos del denominado comando Dixan cuando aquella invasión en Iraq que nos trae hoy estos lodos. Y un largo etcétera que todos conocemos. Por suerte esta vez no hubo cassette de la orquestra Mondragón. Que sepamos, vaya. Si llega a encontrarse un CD de la sinfónica de Caracas, se arma. Palabra.

Y repito presuntos, puesto que cuando el señor Rajoy, siete horas después del atentado, comparece y habla de “su firme determinación de defender los valores de nuestra civilización” (sic) y citar entre ellos “la democracia, la libertad y los derechos de las personas” no sé si incluye entre ellos el respeto a la presunción de inocencia, el Estado de derecho o el respeto a las minorías, hoy en jaque. No sé si con ello tiene en cuenta qué sucederá con esas libertades aplicando leyes mordaza o amenazando con alertas 5 antiterroristas.

Porque todo esto va de tomar aire. Porque si no tomamos aire el cerebro se nos colapsa.

Tomemos aire.

Pedimos silencios a gritos.

No tenim por. Bien. ¿Pero tenemos la cabeza serena?

Tomemos aire.

Porque si no somos vulnerables. Y entonces es cuando llega lo peor.

Recuerden, si no, lo que nos contaba Naomi Klein.


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