De julio de 1936 a Mayo de 1937

21 de julio de 2008.

El poeta surrealista francés Benjamin Péret, que estuvo en Cataluña desde agosto de 1936 hasta abril de 1937, en sus reflexiones sobre la Guerra civil, se planteó estas preguntas: “¿Cuál es la naturaleza de la revolución del 19 de Julio de 1936?: ¿burguesa, antifascista, proletaria? ¿Existía una dualidad de poderes el 20 de Julio de 1936? ¿En beneficio de quién evolucionó? ¿Qué fuerzas presidieron su liquidación? ¿Los trabajadores habían tomado el aparato de producción? ¿La nacionalización de la producción ha consagrado una situación de hecho o ha creado las bases materiales de un capitalismo de Estado? ¿Las organizaciones obreras (partidos, sindicatos, etcétera) intentaron organizar un poder obrero? ¿Dónde y en qué condiciones? ¿Por qué no ha llegado a la liquidación del poder burgués? ¿Por qué la revolución española acabó en desastre?”

19 julio 1936 A
19 julio 1936 B

Revolución y guerra en Catalunya al estallar el levantamiento fascista. Por Agustín Guillamón

En treinta y dos horas el pueblo de Barcelona había vencido al ejército[1]. Contabilizados ambos bandos el saldo fue de unos cuatrocientos cincuenta muertos (en su mayoría cenetistas) y miles de heridos. Casi todas las iglesias y conventos, algunas ya desde la mañana del 19 de julio de 1936, volvieron a arder. El proletariado barcelonés estaba armado con los treinta mil fusiles de San Andrés. Escofet dimitió a finales de julio de su cargo de comisario de orden público, porque ya no podía garantizarlo. La guardia de asalto y la guardia civil eran sin duda, desde un punto de vista militar, más eficientes y disciplinadas que los comités de defensa, o los distintos grupos de obreros armados; pero sin la multitudinaria participación popular en la calle, esas compañías de guardias civiles o de asalto, políticamente conservadores o fascistas, se hubieran pasado con armas y bagajes del lado de las tropas sublevadas: no eran ni los vencidos ni los vencedores de la jornada.

La sublevación militar y fascista, que contaba con la complicidad de la Iglesia, fracasó en casi toda España, creando como reacción una situación revolucionaria. La derrota del ejército por el proletariado en la “zona roja” había dinamitado el monopolio estatal de la violencia, brotando de la explosión una gran variedad de poderes locales, directamente asociados al ejercicio local de la violencia. Violencia y poder estuvieron íntimamente relacionados. Esa situación revolucionaria común fue la que hizo surgir juntas revolucionarias de ámbito regional o comarcal en Málaga, Barcelona, Aragón, Valencia, Gijón, Madrid, Santander, Sama de Langreo, Lérida, Castellón, Cartagena, Alicante, Almería, entre las más destacadas,en todos los lugares de España donde la sublevación fascista había sido derrotada. El ejercicio de la violencia ERA EN SÍ MISMA la manifestación del nuevo poder obrero: por todas partes surgían comités, barricadas y patrullas de control; milicias populares y de retaguardia; coches y camiones incautados con siglas pintadas en las carrocerías; pases emitidos por los comités de defensa. En todas partes se producía la quema de las iglesias y conventos, saqueo de las casas de la burguesía; persecución, encarcelamiento o asesinatos “in situ” de fascistas, militares sublevados, patrones y clero; incautación de fábricas, cuarteles y locales de todo tipo; comités de control obrero y un largo etcétera, consecuencia del armamento del proletariado.

Más que dualidad de poderes lo que existía era una atomización del poder. Aunque las instituciones estatales seguían en pie, la CNT-FAI decidió que era necesario aplastar PRIMERO al fascismo allí donde había triunfado, y aceptó crear al margen de la Generalidad, cuya existencia no era cuestionada, un Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña (CCMA), que prolongaba la colaboración del comité de enlace militar, existente durante el combate contra los sublevados, entre la Generalidad, los militares leales, el Comité de Defensa confederal y los otros partidos y organizaciones obreras y republicanas.

El mismo día 20, por la tarde, Companys, como presidente de la Generalidad, que aún existía, llamó a Palacio a los líderes de las distintas organizaciones, entre ellos los anarquistas. Se sometió a discusión de un pleno de militantes, reunido en la Casa CNT-FAI, si debían acudir a la cita propuesta por el presidente de la Generalidad, y tras un somero análisis sobre la situación existente en la calle, se decidió enviar al Comité de Enlace con la Generalidad a que parlamentara con Companys. Acudieron al encuentro armados, sucios por el combate y somnolientos: Buenaventura Durruti, Juan García Oliver, “Abad de Santillán”, José Asensy Aurelio Fernández (que sustituía al fallecido Ascaso). Reunidos con los delegados de las distintas organizaciones políticas y sindicales en el patio de los naranjos, esto es, de Andreu Nin, Joan Comorera, Josep Coll, Josep Rovira, entre otros, comentaban entre sí los acontecimientos vividos,pasando todos animadamente de un corrillo a otro, hasta que se presentó Companys, acompañado por Pérez Farrás. Los distintos grupos se fusionaron en uno solo, compacto y alargado, en respetuoso silencio. Companys los miró a todos, uno a uno, satisfecho, sereno y sonriente. Fijando su mirada en la delegación cenetista les felicitó “Habéis ganado. Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña, porque sólo vosotros habéis vencido a los militares fascistas, y espero que no os sabrá mal que en este momento os recuerde que no os ha faltado la ayuda de los guardias de asalto y de los mossos d´esquadra”. Prosiguió meditativo: “Pero la verdad es que perseguidos duramente hasta anteayer, hoy habéis vencido a los militares y fascistas”. Tras reconocer a todos los allí presentes, en pie, formados en corro junto a él, como los dueños de la calle, preguntó “¿y ahora qué hemos de hacer?”. Mirando a los cenetistas les dijo: “¡algo hay que hacer ante la nueva situación!”. Prosiguió alertándoles que, aunque se había vencido en Barcelona, la lucha no había finalizado, “no sabemos cuándo y cómo terminará en el resto de España”, luego subrayó su posición y el papel que él podía jugar en su cargo: “por mi parte, yo represento a la Generalidad, un estado de opinión real pero difuso y un reconocimiento internacional. Se equivocarían quienes considerasen todo esto como algo inútil”, para terminar afirmando que si era necesario formar un nuevo gobierno de la Generalidad “estoy a vuestra disposición para hablar”. García Oliver respondió: “Puede continuar siendo Presidente. A nosotros nonos interesa nada referente a la presidencia ni al gobierno”, como si hubiera interpretado que Companys renunciaba a su cargo. Tras este primer contacto, informal y apresurado, de los diversos delegados, de pie y en torno a Companys, éste les invitó a entrar en un salón del palacio para, cómodamente sentados, coordinar la unidad y colaboración de todas las fuerzas antifascistas, mediante la formación de un comité de milicias, que controlara el desorden de la calle y organizara las columnas de milicianos, que debían partir ya hacia Zaragoza.

El Comité regional ampliado de la CNT, informado por la delegación cenetista de la entrevista palaciega, acordó tras una rápida deliberación comunicar telefónicamente a Companysque se aceptaba en principio la constitución de un Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA), en espera de la resolución definitiva que se adoptara en el Pleno de Locales y Comarcales, que había de reunirse el día 21. Esa misma noche Companys mandaba imprimir en el boletín oficial de la Generalidad un decreto de creación de esas Milicias ciudadanas.

El martes 21 de julio, en la Casa CNT-FAI, se sometió a la aprobación formal de un Pleno Regional de Locales y Comarcales de Sindicatos, convocado por el Comité de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña, la propuesta de Companys de que la CNT participara en un CCMA. Tras el informe inaugural de Marianet, José Xena, en representación de la comarcal del Baix Llobregat, propuso la retirada de los delegados cenetistas del CCMA y marchar adelante con la revolución para implantar el comunismo libertario. Juan García Oliver planteó acto seguido el debate y la decisión a tomar como una elección entre una “absurda” dictadura anarquista o la colaboración con las demás fuerzas antifascistas en el Comité Central de Milicias para continuar la lucha contra el fascismo. De este modo García Oliver, conscientemente o no, hacía inviable ante el pleno la confusa y ambigua opción de “ir a por el todo”. Frente a lo de una intransigente “dictadura anarquista” apareció más lógica, equilibraday razonable la defensa que hizo Federica Montseny de los principios ácratas contra toda dictadura, apoyada por los argumentos de Abad de Santillán de peligro de aislamiento y de intervención extranjera. Surgió una tercera posición, que proponía usar el gobierno de la Generalidad para socializar la economía, hasta que llegase el momento de echarlo a patadas cuando dejara de ser útil, mientras se consolidaba una organización armada y autónoma de la CNT, fundamentada en los comités de defensa y en la coordinación de los anarcosindicalistas con cargos de orden público, puesta pragmáticamente en marcha por Manuel Escorza desde el comité de investigación de la CNT-FAI.

Francisco Ascaso

El pleno se mostró, pues, favorable a la colaboración de la CNT con el resto de fuerzas antifascistas en el Comité Central de Milicias, con el voto en contra de la comarcal del Baix Llobregat. La mayoría de asistentes al Pleno, entre los que se contaban Durruti y Ortiz, permanecieron callados, porque pensaban como tantos otros que la revolución debía aplazarse hasta la toma de Zaragoza, y la derrota del fascismo. Se pasaba, sin más consideraciones ni filosofías, a consolidar e institucionalizar el Comité de Enlace entre CNT y Generalidad, anterior al 19 de julio, transformado, profundizado y ampliado en ese CCMA que, mediante la unidad antifascista de todos los partidos y sindicatos, debía imponer el orden en la retaguardia y organizar y aprovisionar las milicias que debíanenfrentarse en Aragón con los fascistas

En la primera reunión del Comité Central de Milicias, celebrada la noche del día 21, los representantes cenetistas hicieron patente a republicanos y catalanistas su fuerza e indocilidad, editando un bando que daba al Comité Central muchas más atribuciones y competencias, militares y de orden público, que las dispuestas inicialmente por el decreto de la Generalidad. No en vano a la pregunta, surgida en esta primera sesión del CCMA, de quién había vencido al ejército, Aurelio Fernándezrespondió que “los de siempre: los piojosos”, esto es, los parados, los emigrantes recientes y la población marginal y miserable de los barrios de barracas o de las “casas baratas” de La Torrassa, Can Tunis, Somorrostro, Santa Coloma y San Andrés, o el maltratado proletariado industrial que, en condiciones de vida durísimas, azotados por el paro masivo, con largas jornadas laborales, jornales de hambre y trabajos precarios pagados al destajo, se hacinaba en los barrios obreros de Pueblo Nuevo, Sants, la Barceloneta, el Chino, HostafrancsoPueblo Seco, arrendando o subarrendando cuchitriles, habitaciones o pisos mínimos con alquileres inasequibles, que había que compartir.

Mientras tanto, Companys había autorizado a Martín Barrera, consejero de Trabajo, a que diera por radio noticia de las disposiciones acordadas sobre disminución de horas laborales, aumento de salarios, disminución de alquileres y nuevas bases de regulación del trabajo, que antes deberían pactarse con los representantes de las asociaciones patronales, como Fomento del Trabajo, Cámaras de Industria y de la Propiedad, etcétera, a quienes se expuso la necesidad de encarrilar el ímpetu revolucionario de las masas, como ya había hecho el director de las minas de potasa de Suria, que prefería tener pérdidas a volver a ser retenido por sus mineros. Durante el transcurso de la reunión varios representantes de la patronal recibieron llamadas de aviso para que no volvieran a sus casas, porque patrullas de hombres armados habían ido en su busca. La reunión acabó con el convencimiento de que los empresarios allí reunidos ya no representaban a nadie. Pero el mensaje se radió igual, algunos días después, como medio para encauzar ánimos y reivindicaciones.

El jueves 23 de julio, en la Casa CNT-FAI, se sometió a discusión de un Pleno conjunto de la CNT y de la FAI, es decir, de un pleno de notables, la entrada de los anarcosindicalistas en el CCMA y cómo vencer la importante resistencia que se manifestaba entre la militancia a aceptarlo. Se acordó la necesidad de constituir un “comité de comités”, que agilizara la toma de decisiones importantes, y conseguir su asimilación por la militancia de base, dotando a la organización de una coherencia que el funcionamiento federalista tradicional hacía imposible. El primer problema a resolver fue el Pleno del día 26, que debía conseguir, mediante la unanimidad, la firmeza necesaria para imponer a toda la militancia, sin excepciones, ni disidencias de ningún tipo, la política de colaboración con todas las organizaciones antifascistas y con el gobierno de la Generalidad, en el CCMA.)

Ese mismo día, al anochecer, los miembros del grupo “Nosotros” se reunieron en casa de Gregorio Jover, para analizar la situación, y como despedida, ante la salida al día siguiente de las Columnas de milicianos dirigidas por Buenaventura Durruti, que salió por la mañana desde el Cinco de Oros, y la de Antonio Ortiz, que salió en ferrocarril por la tarde del mismo día 24.

A las nueve y media de la mañana del día 24, Durruti, en nombre del CCMA,hizo una alocución radiofónica en la que advirtió a los cenetistasde la necesidad imperiosa de mantenerse vigilantes ante intentonas contrarrevolucionarias y a no abandonar lo conquistado en Barcelona. Durruti parecía consciente del peligro de una retaguardia insegura, en la que el enemigo de clase no había sido anulado. Todo quedaba aplazado hasta después de la toma de Zaragoza.

El domingo 26 de julio, en la Casa CNT-FAI, se sometió de nuevo a la aprobación formal de un Pleno Regional de Locales y Comarcales de Sindicatos, convocado por el Comité de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña, la colaboración dela CNT en el Comité Central de Milicias Antifascistas, en el que los representantes cenetistas ya estaban participando. Se trataba de que las decisiones tomadas por el Comité Regional Ampliado, de colaborar con el gobierno de la Generalidad y el resto de partidos, que ya eran una realidad irreversible, fueran ratificadas de nuevo en otro Pleno Regional de Sindicatos. Era una política de hechos consumados, en la que el Pleno del día 26 actuaba como simple altavoz de los acuerdos ya tomados. El acuerdo final no dejaba lugar a dudas sobre la dureza de la oposición que había encontrado la aceptación de la posición colaboracionista de los comités superiores de la CNT-FAI, aunque desconocemos los debates, si es que los hubo. Elanálisis de la situación revolucionaria existente se cerraba mediante una posición que había alcanzado la “unanimidad absoluta”. Curiosamente la posición alcanzada en ese Pleno era definida como la “misma posición”, esto es, la que ya había aceptado provisionalmente la delegación cenetista que había parlamentado con Companys, la ya aprobada por el Pleno Regional del día 21, la del Pleno conjunto CNT-FAI del día 23. ¿Qué posición?: “no hay más enemigo para el pueblo, que el fascismo sublevado”, y por lo tanto ni el gobierno burgués de la Generalidad ni el republicano eran un enemigo a batir, sino un aliado. La renuncia revolucionaria era ya absoluta: “Que nadie vaya más allá. Que nadie tergiverse la actuación a seguir”. Se apelaba a la obligación moral de aceptar las decisiones generales y se hacía una profesión de fe antifascista: “Hoy por hoy, contra el fascismo, sólo contra el fascismo que domina media España”. El comunicado final del Pleno Regional terminaba con una orden tajante e indiscutible de aceptación y sumisión al CCMA: “hay un COMITÉ DE MILICIAS ANTIFASCISTAS Y UN APÉNDICE SUYO DENOMINADO COMISIÓN DE ABASTOS. Todos tenemos el deber de acatar sus consignas, forma de regular las cosas en todos los órdenes.”. El 28 de julio la Federación Local de Sindicatos únicos de Barcelona ordenaba el fin de la huelga general.

EL PODER DE LOS COMITÉS

Violencia y poder iban juntos. Una vez destruido el monopolio estatal de la violencia, porque se había derrotado al ejército en la calle, y armado el proletariado, se abría una situación revolucionaria que imponía su violencia, su poder y su orden. El poder de una clase obrera en armas.

Los comités revolucionarios: de defensa, de fábrica, de barrio o de localidad, de control obrero, de abastos, de alistamiento a las milicias, etcétera, fueron el embrión de los órganos de poder de la clase obrera. Iniciaron una metódica expropiación de las propiedades de la burguesía, pusieron en marcha la colectivización industrial y campesina, organizaron las milicias populares que definieron los frentes militares en los primeros días, organizaron patrullas de control y milicias de retaguardia que impusieron el “nuevo orden revolucionario” mediante la represión violenta de la Iglesia, patronos, fascistas y antiguos sindicalistas y pistoleros del Libre, pues durante una semana el paqueo (tiroteo de francotiradores) en la ciudad fue constante. Pero fueron incapaces de coordinarse entre sí y crear un poder obrero centralizado. Los comités revolucionarios desbordaron con sus iniciativas y sus acciones a los dirigentes de las distintas organizaciones tradicionales del movimiento obrero, incluida la CNT y la FAI, o un POUM que aún pedía aumento de salarios y reivindicaciones menores, ya superadas.

No existió ningún partido, sindicato o vanguardia que propugnara la destrucción del Estado burgués y la vía revolucionaria de potenciación, coordinación y centralización de los órganos de poder surgidos en julio de 1936: los comités obreros.A partir del 20 de julio el proletariado en Barcelona ejerció una especie de dictadura “por abajo” en las calles y en las fábricas, ajena e indiferente a “sus” organizaciones políticas y sindicales, que no sólo respetaban el aparato estatal de la burguesía, en lugar de destruirlo, sino que además lo fortalecían. En ausencia de una vanguardia revolucionaria, capaz de plantear el combate por el programa de la revolución proletaria, la guerra contra el enemigo fascista impuso la ideología de la unidad antifascista y el combate por el programa de la burguesía democrática. La guerra no se planteaba como una guerra de clases, sino como una guerra antifascista entre el Estado de la burguesía fascista y el Estado de la burguesía democrática. Y esa elección entre dos opciones burguesas (la democrática y la fascista) suponía YA la derrota de la alternativa revolucionaria. Para el movimiento obrero y revolucionario el antifascismo fue la peor consecuencia del fascismo. La ideología de unidad antifascista fue el peor enemigo de la revolución, y el mejor aliado de la burguesía. Las necesidades de esta guerra, entre dos opciones burguesas, ahogaron toda alternativa revolucionaria y los métodos de lucha de clases que permitieron la victoria de la insurrección obrera del 19 de Julio. Era necesario renunciar a las conquistas revolucionarias en aras de ganar la guerra a los fascistas: "renunciamos a todo menos a la victoria".

Las alternativas planteadas eran falsas: no se trataba de ganar primero la guerra y luego la revolución (propuesta estalinista), o bien de hacer la guerra y la revolución al mismo tiempo (tesis poumista y libertaria), sino de abandonar, o no, los métodos y objetivos del proletariado. Las Milicias Populares del 21-25 de Julio eran auténticas Milicias proletarias; las Milicias, militarizadas o no, de octubre del 36 eran ya un ejército de obreros en una guerra dirigida por la burguesía (fuera fascista o republicana) al servicio de la burguesía (fuera democrática o fascista).

El CCMA no fue nunca un órgano de poder obrero. No existió nunca una situación de DOBLE PODER. En todo caso se dio una DUPLICIDAD DE PODERES entre el CCMA y algunas consejerías de la Generalidad, y sobre todo un trabajo complementario de ambos contra los comités revolucionarios.

En Barcelona, durante la semana del 21 al 28 de julio de 1936, mientras el CCMA era aún provisional, aparecieron los comités de barrio, como expresión del poder obtenido por los comités de defensa, que se coordinaron en una auténtica federación urbana que, en las calles y fábricas, ejercía todo el poder, en todos los ámbitos, en ausencia de un poder efectivo del Ayuntamiento, Gobernación y Generalidad. Las decenas de barricadas levantadas en Barcelona permanecían aún activas en octubre, controlando el paso de los vehículos y exigiendo la documentación y el preceptivo pase, extendido por los distintos comités, como medio de imposición, defensa y control de la nueva situación revolucionaria, y sobre todo como seña de identidad delnuevo poder de los comités.

La posición de los comités superiores de la CNT-FAI era incoherente, insostenible y contradictoria. Sus principios ideológicos les impedían entrar en el gobierno de la Generalidad, pero tampoco querían que ese gobierno amenazara al CCMA, sino que se mantuviera sumiso a un organismo que no era, ni quería ser, un gobierno revolucionario y alternativo al de la Generalidad. El CCMA ni gobernaba del todo, ni quería dejar gobernar del todo a los demás. Los dirigentes anarcosindicalistas querían congelar la situación revolucionaria existente. Si a esto se le llama dualidad de poderes es porque no se entiende que la dualidad comporta una lucha feroz y sin cuartel, entre dos polos opuestos, por destruir al poder rival. En el caso de Cataluña era más adecuado hablar de una duplicidad y complementariedad de poderes entre algunas consejerías del gobierno de la Generalidad y el CCMA, en ocasiones molesta, ineficaz e irritante para todos. La amenaza de García Oliver contra la formación del gobierno Casanovas no deseaba otra cosa que el mantenimiento de esa duplicidad. La participación anarcosindicalista en las tareas de gobierno a través del CCMA resultaba insatisfactoria. Pero nadie se atrevía a plantear aún, a una militancia libertaria armada, la entrada directa en el gobierno. Cuando la realidad choca con los principios, éstos suelen quebrar.

¿Cuál fue el balance real dejado por el CCMA en sus nueve semanas de existencia?: el paso de unos comités locales revolucionarios, que ejercían todo el poder en la calle y las fábricas, a su disolución en beneficio exclusivo del pleno restablecimiento del poder de la Generalidad. Del mismo modo, los decretos firmados el 24 de octubre sobre militarización de las Milicias a partir del 1 de noviembre y de promulgación del decreto de Colectivizaciones completaban el desastroso balance del CCMA, esto es, el paso de unas Milicias obreras de voluntarios revolucionarios a un ejército burgués de corte clásico, sometido al código de justicia militar monárquico, dirigido por la Generalidad;el paso de las expropiaciones y el control obrero de las fábricas a una economía centralizada, controlada y dirigida por la Generalidad.

La fuerte resistencia de la base anarcosindicalista a la militarización de las milicias, al control de la economía y de las empresas colectivizadas por la Generalidad, al desarme de la retaguardia y a la disolución de los comités locales se manifestó en un retraso de varios meses al cumplimiento real de los decretos del gobierno de la Generalidad sobre todos estos temas. Resistencia que, en la primavera de 1937, cristalizó en un gran malestar, al que se sumó el descontento por la marcha de la guerra, la inflación y la penuria de productos de primera necesidad, para desembocar entonces en una crítica generalizada de la militancia cenetista de base a la participación de los comités superiores de la CNT-FAI en el gobierno, y a la política antifascista y colaboracionista de sus dirigentes, a quienes se acusaba de la pérdida de “las conquistas revolucionarias del 19 de julio”.

Ese descontento es el que explicaba el surgimiento y la fuerza de la Agrupación de Los Amigos de Durruti, que ya a finales de abril de 1937 había planteado la necesidad de imponer una Junta Revolucionaria en sustitución de la Generalidad. Después de mayo la Agrupación supo expresar ese malestar confederal en un análisis en el que se afirmaba que en julio del 36 no se hizo la revolución y que el CCMA fue un organismo de colaboración de clases, además de elaborar un programa que concluía que las revoluciones son totalitarias o son derrotadas. La diferencia de Los Amigos de Durruti, con otros muchos grupos encolerizados de cenetistas y anarquistas, radicaba precisamente en que los primeros oponían un programa, mientras los otros apelaban a unos principios abstractos, ineficaces, que además compartían los comités superiores a los que se criticaba.

Desde enero hasta julio de 1937, en Barcelona, los obreros industriales convocaron numerosas asambleas en las fábricas, con frecuencia amenazadas por un fuerte dispositivo policial en el exterior, en las que se planteaba con mayor o menor claridad y efectividad el enfrentamiento entre la socialización y la colectivización, además de la gravísima problemática presentada por la pérdida de poder adquisitivo de los salarios y las dificultades de aprovisionamiento de alimentos y productos básicos. La colectivización suponía que la propiedad de las pequeñas y medianas empresas y talleres había pasado de los antiguos amos a los propios trabajadores, insolidarios respecto a los asalariados de otras empresas menos productivas o con mayores dificultades. Se trataba, pues, de una propiedad colectiva, de los trabajadores de cada empresa, aunque sometidos a un férreo dirigismo estatal, ya que la dirección global de la economía era planificada por el gobierno de la Generalidad, que no sólo tenía el control financiero y, por lo tanto, la posibilidad de ahogar a las empresas díscolas, sino su dirección efectiva a través del interventor, que de hecho se convertía en el director y nuevo amo, delegado por el gobierno. La colectivización se había convertido, pues, en realidad, en un capitalismo colectivo, de gestión sindical, con planificación y dirección estatal. La socialización suponía la organización de los trabajadores en Federaciones o Sindicatos de Industria, que reorganizaran y racionalizaran la producción de toda una rama industrial, dirigida y planificada por los sindicatos, y en la que los beneficios repercutían solidariamente a toda la sociedad, y no sólo a los trabajadores de cada empresa. El conjunto de todas esas Federaciones de Industria ejercerían, pues, la dirección y planificación de la economía en toda Cataluña; no el gobierno burgués de la Generalidad. Además de una lucha ideológica, que lo era, se trataba sobre todo de un combate por la mera supervivencia de las industrias gestionadas por los obreros, ya que si Companys y Comorerapodían imponer a las empresas tarifas y condiciones de trabajo, así como impedir el acceso a la financiación o las materias primas, tenían en sus manos la dirección real de cualquier empresa, a través del interventor que imponían,y con su generalización la implantación de un capitalismo estatal, dirigido por la Generalidad.

Esta lucha se concretaba ideológicamente en la consigna dada por la Agrupación de Los Amigos de Durruti, en abril y mayo de 1937, de dar “todo el poder a los sindicatos”. Recordemos que las Jornadas de Mayo se iniciaron precisamente por el rechazo de los trabajadores al nombramiento de un interventor de la Generalidad en Telefónica.

LOS HECHOS DE MAYO

El lunes, 3 de mayo de 1937, hacia las tres menos cuarto de la tarde, tres camiones de guardias de asalto, fuertemente armados, se detuvieron ante la sede de la Telefónica en la plaza de Cataluña. Estaban dirigidos por Rodríguez Salas, militante de la UGT y estalinista convencido, responsable oficial de la comisaría de orden público. El edificio de Telefónica había sido incautado por la CNT desde el 19 de julio. La supervisión de las comunicaciones telefónicas, la vigilancia de las fronteras y las patrullas de control eran el caballo de batalla, que desde enero había provocado diversos incidentes entre el gobierno republicano de la Generalidad y la masa confederal. Era una lucha inevitable entre el aparato estatal republicano, que reclamaba el dominio absoluto sobre todas las competencias que le eran “propias”, y la defensa de las “conquistas” del 19 de julio por parte de los cenetistas. Rodríguez Salas pretendió tomar posesión del edificio de la Telefónica. Los militantes cenetistas de los pisos inferiores, tomados por sorpresa, se dejaron desarmar; pero en los pisos superiores se organizó una dura resistencia, gracias a una ametralladora instalada estratégicamente. La noticia se propagó rápidamente. De forma inmediata se levantaron barricadas en toda la ciudad.

Que no existiera una orden de los comités superiores de la CNT, o de cualquier otra organización, para movilizarse levantando barricadas en toda la ciudad, no significa que éstas fueran puramente espontáneas, sino que fueron resultado de las consignas lanzadas por los comités de defensa[2]. Manuel Escorza había intervenido en la asamblea de la CNT-FAI del 21 de julio de 1936, defendiendo una tercera vía, frente a la “ditadura anarquista”defendida por Xena y García Oliver, y la ampliamente mayoritaria de Abad de Santillán y Federica Montseny de colaborar lealmente con el gobierno de la Generalidad. Escorza propugnaba el uso del gobierno de la Generalidad como un instrumento para socializar la economía, y deshacerse de ella en cuanto dejara de ser útil a la CNT. Fue el máximo responsable de los Servicios de Investigación de la CNT-FAI, que desde julio de 1936 ejecutó todo tipo de tareas represivas, así como de espionaje e información. Estos Servicios de Investigación habían mantenido una estructura organizativa propia, autónoma e independiente tanto del gobierno de la Generalidad como, en su momento, del CCMA. Dependían directamente de los comités superiores dela CNT-FAI (comité regional de la CNT y de la FAI), a la vez que ejercían un papel de coordinación de los comités de defensa de los barrios y los militantes cenetistas que ejercían funciones y cargos públicos en la comisaría de orden público y patrullas de control: José Asens, Dionisio Eroles, Aurelio Fernández, “Portela”, etcétera. En abril de 1937, Pedro Herrera, “conseller” (ministro) de Sanidad del segundo gobierno Tarradellas, y Manuel Escorza, fueron los responsables cenetistas que negociaron con Lluis Companys (presidente de la Generalidad) una salida a la crisis gubernamental abierta a principios de marzo de 1937, a causa de la dimisión del “conseller” de Defensa, el cenetista Isgleas. Companys decidió abandonar la táctica de Tarradellas, que no imaginaba un gobierno de la Generalidad que no fuera de unidad antifascista, y en el que no participara la CNT, para adoptar la propugnada por Comorera, secretario del PSUC, que consistía en imponer por la fuerza un gobierno “fuerte”, que no tolerase ya una CNT incapaz de meter en cintura a sus propios militantes, calificados como “incontrolados”. Companys estaba decidido a romper una política, cada vez más difícil, de pactos con la CNT y creyó que había llegado la hora, gracias al apoyo del PSUC y los soviéticos, de imponer por la fuerza la autoridad y decisiones de un gobierno de la Generalidad que, como los hechos demostraron, aún no era lo bastante poderosa como para dejar de negociar con la CNT. El fracaso de las conversaciones de Companys con Escorza y Herrera, al no hallar solución política alguna en dos meses de conversaciones, y pese al efímero nuevo gobierno del 16 de abril[3], desembocó directamente en los enfrentamientos armados de mayo de 1937 en Barcelona, cuando Companys, sin avisar a Tarradellas (ni por supuesto a Escorza y Herrera) dio la orden a Artemi Aguadé, “conseller” de Interior, de ocupar la Telefónica, que fue ejecutada por Rodríguez Salas, comisario de Orden Público, hacia las tres menos cuarto de la tarde del 3 de mayo de 1937. La orden de huelga general no fue fruto de un “espontáneo instinto de clase”.

La toma de la Telefónica era la brutal respuesta a las exigencias cenetistas y un desprecio a las negociaciones que durante el mes de abril habían mantenido Manuel Escorza y Pedro Herrera, en representación de la CNT, directamente con Companys, que había excluido expresamente a Tarradellas. Escorza tenía el motivo y la capacidad para responder inmediatamente a la provocación de Companys desde el Comité de Investigación de la CNT-FAI, organización autónoma que coordinaba a los comités de defensa y a los responsables cenetistas en los distintos departamentos de orden público. Ese fue verosímilmente el inicio de los enfrentamientos armados de las Jornadas de Mayo, y el terreno propicio para la acción que se presentó a Los Amigos de Durruti.

La política estalinista coincidía con los objetivos de Companys: la debilitación y anulación de las fuerzas revolucionarias, esto es, del POUM y de la CNT, eran un objetivo de los soviéticos, que sólo podía pasar por el fortalecimiento del gobierno burgués de la Generalidad. La larga crisis abierta en el gobierno de la Generalidad, tras la no aceptación por la CNT de la marcha al frente de Madrid de la división Carlos Marx (del PSUC) y del decreto del 4 de marzo sobre la disolución de las Patrullas de Control y desarme de la retaguardia, tuvo su inevitable solución violenta tras varios episodios de enfrentamientos armados en Vilanesa, La Fatarella, Cullera (Valencia), Bellver, entierro de Cortada, etcétera, en el asalto a la Telefónica y las sangrientas jornadas de mayo en Barcelona. La estúpida ceguera, la fidelidad inquebrantable a la unidad antifascista, el elevado grado de colaboración con el gobierno republicano de los principales dirigentes anarcosindicalistas (desde Peiró hasta Federica Montseny, de Abad de Santillán a García Oliver, de Marianet a Valerio Mas) no eran un dato irrelevante, ni desconocido, para el gobierno de la Generalidad y los agentes soviéticos. Se podía contar con su cretina santidad, como demostraron colmadamente durante las Jornadas de Mayo.

Pero Companys no contó con la rápida y contundente respuesta armada de Escorza, desde los comités de defensa, y luego se desesperó ante la negativa del gobierno de Valencia a que Díaz Sandino (que mandaba la aviación) se pusiera a sus órdenes para bombardear los cuarteles y edificios de la CNT. Companys acabó perdiendo todas las atribuciones de la Generalidad en Defensa y Orden Público, que jamás habían sido tan amplias.

Finalizados los combates, las barricadas de mayo molestaban a todos: las tropas llegadas de Valencia rompían los carnés de la CNT y obligaban a los pacíficos transeúntes a deshacer las barricadas, al tiempo que el Comité Regional de la CNT llamaba a la rápida desaparición de las barricadas como señal de normalidad.A los pocos días sólo permanecían en pie aquellas barricadas que el PSUC quería conservar como muestra y señal de su victoria. El saldo de víctimas fue de unos quinientos muertos y unos mil heridos.

CONCLUSIONES

¿Por qué los líderes anarquistas y/o el movimiento libertario renunciaron a la revolución en julio del 36 y en mayo del 37? La respuesta que dieron LosAmigos de Durruti: “la TRAICION de los dirigentes”, no era más que un insulto que no explicaba nada. Desde el primer momento el movimiento libertario apoyó la unidad antifascista. Se trataba de unirse con socialistas, estalinistas, poumistas, republicanos y catalanistas para derrotar al fascismo. El antifascismo fue en los años treinta el peor veneno y la mayor victoria del fascismo. La unión sagrada de todos los antifascistas para derrotar al fascismo y defender la democracia suponía para el movimiento libertario renunciar a los propios principios, a un programa revolucionario propio, a las conquistas revolucionarias, a todo…es decir, el famoso eslogan falsamente atribuido a Durruti: “renunciamos a todo menos a la victoria”, para someterse al programa e intereses de la burguesía democrática. Fue ese programa de unidad antifascista, de colaboración plena y leal con todas las fuerzas antifascistas, el que condujo a la CNT-FAI a la colaboración gubernamental con el objetivo único de ganar la guerra al fascismo. Fue esa adhesión al programa antifascista (esto es, de defensa de la democracia capitalista) la que explica por qué y cómo los mismos líderes revolucionarios de ayer se convirtieron algunos meses después en ministros, bomberos, burócratas y contrarrevolucionarios. Era la CNT quien producía ministros, y esos ministros no traicionaban a nada ni a nadie; se limitaban a ejercerlealmente sus funciones lo mejor que sabían.

La diferencia entre las insurrecciones de Julio de 1936 y Mayo de 1937 radica en que los revolucionarios, en Julio, estaban desarmados, pero tenían un objetivo político preciso: la derrota del levantamiento militar y del fascismo; mientras que en Mayo, pese a un armamento superior que en julio, estaban desarmados políticamente. Los obreros cenetistas iniciaron una insurrección contra el estalinismo y el gobierno burgués de la Generalidad, pese a sus organizaciones y sin sus dirigentes, pero fueron incapaces de proseguir el combate hasta el final sin sus organizaciones y contra sus dirigentes. En mayo de 1937, igual que en julio de 1936, faltó una vanguardia revolucionaria, que el proletariado no había conseguido formar en los años treinta. Ni el POUM, ni la CNT-FAI eran, ni podían ser, esa guía revolucionaria; sino, por el contrario, el mayor obstáculo a su surgimiento. La incapacidad de los dirigentes anarcosindicalistas y la ausencia de toda teoría revolucionaria no dejaron en pie más horizonte que la unidad antifascista y el programa democrático de la burguesía republicana. Ya habían desaparecido de escena los métodos y objetivos del proletariado. El CCMA no sólo no potenció los comités revolucionarios, sino que colaboró con el gobierno de la Generalidad para debilitarlos y suprimirlos.

Mayo del 37, desde esta perspectiva, aunque fue sin duda consecuencia del creciente descontento ante el aumento de precios, la carencia de abastecimientos, la lucha en el seno de las empresas porla socialización de la economía y el control obrero, la escalada de la Generalidad por desarmar la retaguardia y hacerse con el control del orden público, etcétera, etcétera, fue sobre todo la necesaria derrota armada del proletariado, que necesitaba la contrarrevolución para sellar definitivamente toda amenaza revolucionaria sobre las instituciones burguesas y republicanas.

En 1938 los revolucionarios estaban bajo tierra, en la cárcel o en la clandestinidad. En las cárceles se contabanquince mil presos antifascistas. El hambre, los bombardeos y la represión estalinista eran amos y señores de Barcelona. Las milicias y el trabajohabían sido militarizados. El orden reinaba ya en toda España, tanto en la franquista como en la republicana. La revolución no fue aplastada por Franco en enero de 1939, ya lo había hecho la República muchos meses antes.

Agustín Guillamón.

Charla-debate en “Anónims” de Granollers, el 19-7-2008.

[1] Para una información más amplia y detallada remito al lector al libro GUILLAMÓN, Agustín: Barricadas en Barcelona. Barcelona, Ediciones Espartaco Internacional, 2007.

[2] Afirma Gorkin: “En realidad el movimiento fue totalmente espontáneo. Por supuesto esta espontaneidad, muy relativa, debe explicarse, desde el 19 de julio habían sido creados, un poco por todas partes, en Barcelona y en Cataluña unos Comités de Defensa, organizados sobre todo por elementos de base de la CNT y la FAI. La existencia de esos Comités fue poco activa durante algún tiempo, pero sin embargo puede decirse que el 3 de mayo fueron ellos quienes movilizaron a la clase obrera. Fueron los grupos de acción del movimiento. Sabemos que no se dio ninguna orden de huelga general por parte de ninguna de las dos centrales sindicales.”Cfr.Gorkin, Julián: “Réunion du sous-secrétariat international du POUM – 14mai 1937”.

[3] En este gobierno (del 16 abril al 4 de mayo) los consejeros de la CNT eran Isgleas (Defensa), Capdevila (Servicios públicos) y Aurelio Fernández (Sanidad y asistencia pública).

::Fuente:Kaos en la Red

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:: Necesidad de la revolución. Secretariado Permanente del Comité Nacional de la CNT
:: Sitio web de CNT-AIT
::Balius y los Amigos de Durruti . Pepe Gutiérrez
:: Revolución/Contrarrevolución: Los Amigos de Durruti y los hechos de mayo de 1937. Centre de Documentació Històrico-Social. Ateneu Enciclopèdic Popular
:: Un día en la Historia: 19 de Julio de 1936. A las barricadas
:: Francisco Ascaso. Entrada en Wikipedia
:: Francisco Ascaso. Archivo Guerra y Exilio


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