Kill the rich: ¿debemos renegar de los mensajes anticapitalistas mainstream?

18 de febrero de 2020. Fuente: Apuntes de Clase

En defensa de una colectividad apelada, insultada y en pie por ’Parásitos’

Por Gloria Molero

Bong Joon-Ho, director de la película Parásitos, cree que es importante preguntarse qué estatus económico tiene la gente que nos rodea. ¿Vuelan en turista o en business? ¿Pueden permitirse una limpiadora? ¿Cogen el metro? La cinta contiene claves del discurso de clase que, expuestas de una forma brutal e incluso insultante, muestran al espectador problemas fundamentales del sistema que habitamos: la desesperación y falta de recursos constantes en un capitalismo invivible, la diferencia de oportunidades, la ausencia de solidaridad de clase, el colaboracionismo y, por supuesto, el desprecio de los ricos hacia los pobres.

La historia sigue al pie del dedillo el dicho de eat the rich: cómete su comida, aprovéchate de sus privilegios, róbales todo lo que puedas ¡para ellos son migajas! No sientas pena por ellos, porque ellos no la van a sentir por ti. Al final del día, el que vuelve a su casa en un sótano maloliente eres tú; la que está con el agua al cuello sigue siendo tu familia. El director, incluso, cruza la línea: kill the rich. Mata al rico que te ha humillado por tu clase social, mata al rico que no aguanta tu olor, mata al rico que vive pisando sobre ti.

Tenemos la costumbre de huir de lo más mainstream, de señalar como básico todo el contenido que llega a las masas. Si está creado «desde arriba», alecciona. Desconfiamos de estos mensajes, con razón, por cómo van a ser envueltos para poder ser vendidos: cuanto más fáciles de digerir, menos antisistema. Si un mensaje anticapitalista está dentro de la maquinaria capitalista, por muy bueno que sea, estará desvirtuado. O eso parece, según los análisis que han despertado las supuestas contradicciones del éxito de la cinta surcoreana en los Oscar.

Una película no puede ser tan subversiva si gana los premios más importantes de la industria. Si tan buena acogida tiene esta historia en el sector cinematográfico, ¡alguna trampa tiene que haber! Si al capitalismo le parece bien tu mensaje y lo quiere distribuir a cuatro bandas, ¡tan radical no será! Pero, ¿realmente estamos dispuestos a renegar de ciertos discursos de denuncia al más mero atisbo de asimilación capitalista? Si el material creado es subversivo, ¿cambia su naturaleza según cómo nos lo vendan? Si los creadores siguen señalando al sistema como culpable de nuestras miserias económicas y sociales, ¿siguen perdiendo puntos en el carnet de radicalidad?

La cooptación de los movimientos sociales es real y peligrosa (no hay más que ver las derivas burguesas del movimiento feminista), y nos habituamos a estar en guardia ante las trampas del sistema. El capitalismo engulle todo lo que puede ser una amenaza y lo convierte en algo beneficioso para él. Precisamente porque hasta ahora la existencia de los grupos menos privilegiados no era beneficiosa para el capitalismo, nos hemos acostumbrado a hablar desde los márgenes.

Las historias sobre nuestras vidas ahora son rentables. Tenemos sed de vernos representados porque no lo hemos sido hasta el momento. Hemos vivido siglos de narrativas calcadas: de ricos y hombres, de blancos y heteros. ¿Debemos negarnos a esta representación mainstream? ¿Volver a replegarnos a las pequeñas producciones, a las pequeñas publicaciones? Si cedemos este espacio, al final ganan los de siempre.

Si colaboramos a desactivar el mensaje, estamos cayendo en su juego. Si no somos capaces de ver que, a la salida del cine, la gente que nos rodea está diciendo que ella también habría actuado como los protagonistas, estamos perdiéndonos en lo abstracto sin observar lo material de nuestro alrededor. La gente piensa, al menos durante treinta segundos, que es justificable lo que ha pasado ante sus ojos. La gente se ha sentido apelada. Se ha sentido insultada.

A lo mejor, si alguien no entendió la rabia que floreció durante el visionado de la película, si reniega del mensaje a la más mínima amenaza de asimilación, no solo está cayendo en el juego del sistema, sino que siempre ha estado dentro. Y si ese alguien no se sintió insultado cuando los ricos le dijeron que olía a rábano, a lo mejor está de su parte.


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