De sujetos a objetos, la lista de espera de las personas migrantes

16 de noviembre de 2017. Fuente: Pikara Magazine

Las cuotas de personas refugiadas en Europa han convertido en simples y fríos números los nombres y las historias reales que hay detrás de cada una. Entre cifras la familia Moro, formada por once personas, busca su hueco en Andalucía; entre las aguas, los y las migrantes salvados por Proactiva Open Arms gritan que “Libia es un horror”.

Las bombas ya acechaban al país, pero el pánico les echó de su hogar con la llegada del grupo terrorista DAESH. Era junio de 2014 y sus últimos recuerdos en Kobani, ciudad de Siria fronteriza con Turquía, son la masacre y el asesinato a más de 350 personas por la persecución al pueblo kurdo. Sabiha se debatía entre la vida y la muerte, acababa de dar a luz a su noveno hijo, Murat,el décimocuarto de sus partos. Tenía que huir y así lo hicieron. Toda la familia, once personas, tres de ellas con una diversidad funcional tan alta que andar supone un mundo. “Nuestro objetivo fue huir para salvar las vidas de nuestros hijos. Fue difícil porque somos una familia muy numerosa y no sabíamos qué estaba pasando, ni a dónde debíamos ir. Tampoco teníamos redes sociales. Le preguntábamos a unos y a otros para conseguir ayuda y al final mi cuñada nos dejó un tractor donde subimos a los nueve hijos y fuimos hasta la frontera”, recuerda.

Sabiha no mira a los ojos cuando cuenta su historia y la de su familia, pero transmite perfectamente con el corazón. De vez en cuando deja la timidez a un lado y la envuelve la euforia. Lo mismo se agarra las manos que las jalea y hace temblar a quien tiene a su lado. Se nota que habla con la tranquilidad de por fin habitar un lugar seguro en Andalucía. Con otros problemas, pero sin bombas. Aunque en su cabeza siguen retumbando los golpes y la paz hecha pedazos. Sabiha y su familia están en la primera fase de un proceso largo y tedioso para las personas que piden protección internacional en España. Sus nueve criaturas ya van al colegio y al hospital de forma gratuita, gracias a la defensa ciudadana de estos derechos universales. Toda la familia se enfrenta a una vida nueva. Un idioma nuevo. Una cultura nueva. Ella no habla árabe, sino kurdo, y siempre necesita a su marido cerca para que le traduzca al resto de intérpretes que no suelen estar especializados. Ahora, en el centro de Cruz Roja donde vive tiene un reto al que ella ve como oportunidad: “Estoy aprendiendo a leer y escribir”, dice en kurdo. Y vaya que sí lo es, porque Sabiha es analfabeta y ni tuvo ni se replanteó la idea de tener una educación básica.

Sahiba, junto a unas de sus hijas. / Foto: Lucía Muñoz
Sahiba, junto a unas de sus hijas. / Foto: Lucía Muñoz.

Poder escucharla es como un milagro. Han sobrevivido a los ataques terroristas y no hace falta mucho para darse cuenta de lo difícil que es ponerse en el lugar de alguien cuando tiene que arrastrar con las nueve niñas y niños por campos de minas antipersona tras pasar la frontera y entrar en Turquía. Las mismas bombas que volaban sobre sus cabezas en Siria, ahora las tenían que sortear con perspicacia bajo sus pies. “El campo estaba lleno de barro y para llegar hasta donde estaban los militares turcos yo llevaba a dos de mis hijas de la mano y mi marido, Fadil, cargaba a su espalda con la más delicada. El resto andaba sin separarse de nosotros”, cuenta Sabiha mientras señala a una de sus hijas, que nos acompaña durante la entrevista en el centro para personas refugiadas. Y así, llegaron a Turquía donde ya había miles de personas viviendo en tiendas de campañas de oenegés y esperando llegar a Europa.

Vivieron en ese limbo que bien parece un infierno. “Turquía no es un buen lugar para las personas. Son racistas y discriminan a los refugiados”, apunta Fadil. La familia Moro hoy es una de las pocas reubicadas dentro de los acuerdos de acogida de la Unión Europea y son conscientes. “Después de vivir tres años en Turquía, mi familia y yo hemos tenido la suerte de estar hoy en España. Somos una de las familias llegadas del cupo de acogida de la Unión Europea. En Turquía, siguen viviendo muchas familias atrapadas en la misma situación que nosotros y también muchas familias que se quedaron atrapadas en Siria que no pudieron salir. Espero que pronto se respete este acuerdo y que tanto las familias atrapadas en Siria como en Turquía, puedan salir porque nosotros somos un reflejo de esas familias que se han quedado sin poder huir”, explica Sabiha.

Un acuerdo inhumano e incumplido

“Respetar el acuerdo”. Con cuánta razón lo señala Sabiha. Un acuerdo de ámbito europeo que entró en vigor el 26 de septiembre de 2015 y que trataba de reubicar (trasladar a las personas solicitantes de asilo de un Estado miembro de la Unión Europea, principalmente de Grecia e Italia, a otro, una vez que ya han llegado a suelo europeo por sus propios medios) y reasentar (transferir a un país tercero desde el lugar donde ha pedido asilo, como quienes llegan desde Jordania y Líbano) a 182.000 personas. Sólo ha cumplido con el 25 por ciento de los casos. España ni se acerca a la media. Tan solo ha acogido a 1.983 personas de las 17.337 a las que se comprometió el Gobierno, es decir, el 11 por ciento, únicamente por encima de Croacia (8), Bulgaria (3,8), Eslovaquia (1,7), Austria (0,7) y República Checa (0,4), según datos de la Comisión Europea. Países como Hungría y Polonia, donde las políticas de extrema derecha imperan ante los derechos de la humanidad, ya avisaron que no acogerían a nadie sin importarles las sanciones.

Pero este acuerdo esconde más que datos. Son los nombres y apellidos de personas como Sabiha y su familia donde la Europa Nobel de la Paz de 2012, y también premio Princesa de Asturias, puede cambiar el rumbo de una vida, o no. Las cuotas hacen solo referencia a las personas que llegaron a Grecia, Italia, Líbano o Jordania antes de esta fecha, por lo que las más de tres millones de personas en tránsito siguen atrapadas en Turquía y no tienen ningún oportunidad de reasentamiento o reubicación. Al igual que las miles de personas que llegan a Grecia o a Italia en barcazas por el Mediterráneo Central desde Libia, según organismos como la Confederación Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

Además, la reubicación está limitada a personas según su nacionalidad que ya están reconocidas dentro de la protección internacional por el 75 por ciento de los Estados miembro, según CEAR. Existe una discriminación hacia migrantes de Irak, Sudán, Afganistán, Nigeria, Costa de Marfil o Mali, a pesar de que en sus países existen grandes conflictos bélicos, sociales, políticos y económicos. CEAR recuerda que también hay países que han puesto objeciones a la hora de acoger a personas con enfermedades graves, a víctimas de violencia machista y a menores no acompañados. “Tardaron mucho tiempo en entrevistarnos para conocer nuestro perfil. Primero queríamos ir a Canadá porque nos dijeron que los hospitales eran mejores para la enfermedad de mis hijas. Pero nos dijeron que tendría que ser Europa y elegimos Alemania. Al cabo de los meses, nos dijeron que España o nada. Y aquí estamos tres años después”, cuenta Sabiha.

Fadil se enfada porque no le entra en la cabeza como una persona solicitante de asilo que viaja sola puede recibir la misma ayuda económica que toda su familia junta; mientras, Sabiha le da más importancia a la lentitud de la burocracia, no solo a la administrativa que afecta a sus papeles sino también a la lentitud de las citas médicas para sus hijas. “Primero te mueres y luego te dan la cita para curar de lo que te has muerto”, bromea el padre. Uno, de los objetivos del centro donde se refugian en Andalucía, y también de la madre, es controlar,o incluso cortar, la menstruación de una de las hijas, ya mujer, con diversidad funcional para que la regla no haga más complicada la enfermedad. Los problemas son muchos y de diversa índole: desde la ayuda que necesita Sabiha para poner una lavadora que no entiende a la fuerza psicológica, mental y emocional que necesita para educar a sus criaturas.

Una migrante, junto a un bebé, rescatados en el Mediterráneo Central. / Foto: Lucía Muñoz

El gran muro de acero a estas vidas y a estas cifras fueron los acuerdos de la Unión Europea y Turquía para frenar los flujos migratorios, de ahí los millones de refugiadas atrapadas en este país. Ese apretón de manos permite devolver a todas las personas migrantes que llegan en situación administrativa irregular a las islas griegas, violando los estándares internacionales de los derechos humanos, a un lugar inseguro como el país otomano. A cambio, Turquía recibía 6.000 millones de euros para atender a las personas refugiadas y solicitantes de asilo y las personas con nacionalidad turca no necesitarán de visado para entrar en Europa.

Evidentemente, después de esto, la ruta migratoria por el mar Egeo, desde Turquía a Grecia, cayó en picado. En lo que va de año, 21.050 personas lo han intentado, según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM). Y como los flujos migratorios cambian pero no cesan, hasta el momento 108.402 personas lo han hecho por el Mediterráneo Central y 2.591 han muerto en el intento por una violencia institucional que no garantiza los derechos. Ojo, porque España también está dentro de las rutas migratorias que más crecen: por la Frontera Sur ya han pasado 12.643 personas y 149 han muerto o están desaparecidas. Todas estas cifras son casi la mitad de las casi 400.000 llegadas a toda Europa por estas vías en 2016.

Libia. Las manos sucias de Europa

Y como ya ha pasado con Turquía, Libia no podía ser menos. El presidente del Parlamento europeo, Antonio Tajani, afirmó a finales de agosto que “la Unión Europea debería alcanzar un acuerdo en Libia similar al de Turquía, empleando 6.000 millones de euros”. Algo que deja entreabiertas las dudas y la preocupación, no solo por violar y reprimir el derecho a migrar, sino también por las medidas y resultados que esto puede tener ante la situación de inestabilidad que hay en el país, arrasada por una guerra civil que libran decenas de milicias en un nuevo Gobierno colocado en Trípoli por la ONU para frenar la migración.

Los acuerdos entre la UE y Libia se anunciaron justo antes de embarcar junto a la oenegé Proactiva Open Arms, una de las pocas organizaciones que quedaron en la mar tras ser abordadas por la policía costera de Libia. Navegar por la infinidad del Mediterráneo Central te sorprende cuando menos lo esperas.

Una de las barcazas rescatadas por Proactiva Open Arms en el Mediterráneo Central. / Foto: Lucía Muñoz

Eran las seis de la mañana del 26 de agosto y llegó el primer aviso: una barcaza con unas 135 personas. En las proximidades comenzaba a visualizarse un punto flotante y las llamadas de auxilio eran cada vez más claras. Nadie llevaba chaleco salvavidas. El hacinamiento comenzaba a hundir la patera y poco a poco iban saliendo de lo que podía ser una muerte más que probable en la mar a la sensación de volver a nacer. “Libia es un horror”, me grita una migrante maliense tras ser rescatada por la oenegé catalana Proactiva Open Arms en mitad del mar. “Un horror, un horror, un horror. No ha sido fácil”, repite una y otra vez. Horror.

Sus caras, ropas y pies descalzos están llenos de arena de la playa. Han pasado la noche a la intemperie antes de subir a la balsa. “La situación es insostenible. Nos persiguen por el hecho de ser negros. Si nos ven por la calle nos llevan a la cárcel donde podemos pasar meses y nos pegan o trabajamos sin ganar nada de dinero”, cuenta un joven también de Mali ya fuera de peligro. En definitiva, son esclavos. La explotación sexual y laboral es el día a día que alimenta la huida cueste lo que cueste.

Después de que se criminalizara a estas oenegés por salvar vidas, siendo acusadas de provocar “efecto llamada” y negocio para las mafias, la Unión Europea está formando y financiado a guardacostas libios para que impidan la salida de las personas en tránsito y del acercamiento de los barcos de salvamento. Pero estas personas potenciales necesarias de protección internacional y asilo no están dentro de este cupo incumplido de acogida de la Unión Europea, sino que con suerte podrán seguir su viaje antes de que, incluso, sean deportados al lugar, a la guerra, de donde escapan.


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