[Nunca más] Querido Alan, cuando era pequeño recibí muchas hostias por maricón

31 de diciembre de 2015. Fuente: Atroz con leche

Cuando yo era pequeño recibí muchas hostias por maricón. Digo pequeño pero podría decir con doce, trece, catorce años. Entrar al vestuario era una de mis peores pesadillas. Sin profesores al lado y con chavales que necesitaban demostrar su naciente hombría como fuera, las humillaciones eran constantes.Unos humillaban y otros callaban cómplices mientras se les escapaba una media sonrisa.

Por MM

Tener a quince, a veinte chavales mirando el espectáculo de las risas que daba el machacar al maricón de la clase no es plato de buen gusto y el resquemor me duraba horas, días, convirtiendo la hora de gimnasia en una pesadilla .

Pero no sólo en el gimnasio. Era bastante habitual que en el camino de vuelta a casa me encontrara a dos o tres chavales, muchas veces cinco o diez años mayores que yo que, aburridos, decidían que no había mejor manera de pasar el tiempo que hostiar a un maricón. Me rompían la ropa, la cartera, los libros, acababa con sangre en la cara. Nadie sabe la de kilómetros que corrí, huyendo, o la de vueltas que llegué a dar por calles alejadísimas de mi casa por no pasar por zona de peligro donde sabía, a ciencia cierta, que encontraría el dolor. En mi cara. Con un moratón. Sin embargo, daban igual las carreras en una huida sin sentido porque no tengo en la cabeza ni un solo día de mi infancia en que no me sintiera preso de una maldición, de una señal que sin yo saber cómo, me marcaba delante de todos como un apestado al que se debía odiar y actuar en consecuencia. No había excursión, actividad, recreo o paseo donde algún chaval no me recordara groseramente mi condición de apestado. Por eso había un daño colateral y menos perceptible pero a la larga más dañino; el acoso te aboca a la soledad; poca gente se te acerca, se hace dificil tener amigos hasta bien entrada la adolescencia..De alguna manera, te acostumbras a vivir con el terror y lo asimilas, lo haces tuyo como lo son tus piernas, tus ojos o el pelo. A lo que nunca me acostumbré fue a llegar a casa y ver la cara de mis padres al descubrir que de nuevo, me habían pegado y la sensación de ir acumulando más culpa encima de ti; no solo era culpable de las hostias que recibia por maricón, también de la desesperación de mis padres. A veces, algún profesor valiente me echó una mano pero no siempre era así. Yo lo entiendo y no los culpo. era demasiada presión social. Igual que esos chavales que sin pegarme, callaban cómplices, no todos los días de la semana los profesores podían convertir la clase en una lección de tolerancia, no siempre podía ser yo el defendido, no siempre. No siempre yo. Recuerdo que un profesor un día me dijo “Ignóralos”. Je. Olvidó decirme cómo se hacía eso. Dónde podía esconderme, como se hacía para que las hostias no dolieran y a su vez, ignorar el dolor.

De todas las palizas, las humillaciones y las fechorías de mis compañeros, recuerdo una especialmente como la más triste y dolorosa.Yo tenía once años y la profesora esa tarde no vino. Como no había quién la pudiera sustituir, nos quedamos solos los treinta alumnos. No sé qué les pasó aquella tarde a mis compañeros, pero junto a los chavales, también las chavalas se unieron y durante varias horas la clase se convirtió en una pira donde no sé cómo ni porqué, había que quemar al maricón; me tiraron papeles, me dibujaban en la pizarra con bolso y tacones, rodearon mi mesa insultándome, gritándome hasta tenerlos solo a unos poco centímetros de mi cara. Cuando dicen que la infancia es inocencia, me acuerdo de esa tarde y me echo a reír. No obstante, esa tarde no pude más y en un arrebato de locura, cogí dos botellas de cristal del armario del profesor y se las tiré sin acertar, pero montando un terrible estruendo que hizo que otros profesores de otras clases acudieran a ver que había ocurrido. Se hizo el silencio Me miraban con asco pero también, como si estuviera loco. Por primera vez les hice frente y me tenían miedo. Aquello casi me cuesta la expulsión del colegio. En la junta de profesores, en un llanto acumulado de once años, tan profundo que ni me dejaba respirar, les dije que no podía más, que era insoportable aguantar aquello, mientras la mirada tristísima de mis padres se me quedaba pegada en la memoria y ya no me abandonó. Expulsaron a los dos instigadores del acoso y yo me quedé, no tuve que cambiar de colegio. Aunque el acoso continuó con otra gente, sentí que el mundo era justo y que, al menos esa vez, no ganaban los malos.

No sé la de veces que deseé en aquellos años quitarme la vida, morirme, desaparecer y dejar de sufrir yo y mis padres, porque mis heridas podían ser llevaderas pero la mirada de mis padres que me llenaba de culpa, no. Así que aprendí a esconderme y a no contar nada haciéndome un experto en camuflaje y mimetismo. Fantaseaba con lo dulce que sería no existir. Hice un censo de las posibles muertes que menos dolerían y tenía controlados qué sitios serían los ideales para morir y cuales no. Soñaba con la ventana abierta y yo atravesándola, con la bañera llena hasta el borde de mi sangre y cuando en alguna película, alguien se suicidaba, una enorme sensación de paz me subía por las piernas. Y es que pensaba que ya siempre mi vida sería igual. No imaginaba que en breve, a la vuelta de los años, la naturaleza y los genes me daría más altura en centímetros que a mis compañeros, sí, pero más cabeza y neuronas para labrarme un futuro, también. Y valentía. Y gente que sin tener que explicar nada, me aceptaba tal cómo era. A punto de entrar en la mayoría de edad aún me sorprendía a mí mismo cuando hacía nuevas amistades y no había ni rechazo ni humillación. Tantas hostias me habían quitado el miedo y con los años, ya no fui una victima más. No sólo eso, Me considero una persona valiente, que no se achanta si algún macarra se pone chungo y pude hacer una vida tan buena o tan mala como el resto y más aún; el destino me llevó durante unos años a trabajar con niños y, al menos delante de mí, que ninguno se atreviera a machacar al débil o se las vería conmigo; daba igual si era la gordita, el gitano, la gafotas o al maricón.

Han pasado décadas y la mayor victoria es no tener rencor y no acordarme ni por casualidad de aquella época excepto para lo bueno, porque después de todo tuve una familia con la que me sentí querido, casi na. No lo he hablado con mis padres, pero es posible que ni se acuerden. Aunque siempre pensé que aquellos años de acoso escolar no dejaron huella, puede que ahora sepa mirarme mejor y sin duda, sí lo han hecho. Tengo tics, reacciones, maneras de afrontar ciertas cosas que son el legado de tantas palizas y tantas hostias que nadie supo detener y aunque es posible que hubiera necesitado un psiquiatra, soy muy fuerte y espero que algún día, aunque sea ya entrando en la vejez, me pueda curar.

Todo esto lo cuento porque de pronto me entero que un chaval transexual se ha suicidado en Cataluña. No tenía ni dieciocho años. Tuvo que cambiarse de instituto, fue diagnosticado con una depresión y empezó en un nuevo instituto donde. de nuevo, recibió acoso como respuesta. El infierno en vida.Tuvo que pensar que, hiciera lo que hiciera, no había ni escape ni salida posible. Harto del acoso, ha decidido poner un fin a su vida de una manera que duele solo con imaginarla y eso que había hecho historia al ser de los primeros en poder cambiar su nombre en el registro civil. Quiso llamarse Alan y así fue.

Por mucho que haya pasado el tiempo y piense que no queda nada que curar, noticias como esta me meten en una cueva oscura y profunda, llena de unas tinieblas y brumas tan oscuras como ese pasado que a veces, vuelve a ser real.. Y vuelvo a esos años y se me abre la herida supurando el mismo dolor y la misma angustia. Y lo entiendo. Y lo compadezco. Y quisiera correr todos los cientos de kilómetros que separan mi ciudad y la suya y decirle que todo pasará, que llegará un día en que habrá gente que lo aceptará tal cómo es, que nunca tendrá que dar explicaciones, que habrán personas que lo querrán sin tener que explicar de donde viene biologicamente y adonde va. Que incluso, aunque le parezca lo más difícil e inalcanzable del mundo, si él quiere, encontrará el amor, una persona que lo querrá por dentro y por fuera y ya nunca más tendrá que explicarse ni contestar a preguntas que no debería hacerse ni hacerle nadie Como lo hicieron sus padres, aunque él no lo viera, aunque el dolor fuera tan fuerte que anulara todo lo demás.Me quiero morir agarrado de su mano al imaginar lo que habrá pasado, que tormentos habrá tenido que sufrir Y por mucho que yo escriba desde esta página, poco se puede hacer ya. Esta es una carta sin sentido porque tú, Alan, ya no podrás leerla ni te podré disuadir. Tampoco la leerán todos aquellos que te hicieron la vida imposible. No servirá para calmar a los que te quieren, a tus padres, a los que estuvieron alrededor echándote una mano y ni siquiera así pudieron salvarte. En realidad es una carta que escribo desde el egoísmo, por puro desahogo, un grito que mucho me temo que servirá de poco aparte de para que lo lean cuatro gatos y poco más. Pensaba que un día, al ser adulto, vería como estas cosas habían desaparecido y nadie tendría más una infancia de mierda como la tuve yo, pero me equivocaba. Ahora los odiosos tienen otros medios y un arma tan poderosa como internet y las redes sociales y siguen habiendo chavales y chavalas que sufren y que no querrían vivir más. En pleno 2015.

Podría decir que no hay culpables, que seamos todos buena gente y nos amemos los unos a los otros porque es Navidad, pero sería mentira y como que no me da la gana. No estoy dispuesto a poner la otra mejilla, lo de ser victima ya no . Es Navidad y sin embargo, Alan se ha suicidado. La muerte sí que no tiene cura y sus padres no tendrán capacidad para encarrilar su vida sin sentir el zarpazo del horror máximo que es ver como tu hijo se quita la vida sin poder hacer nada para evitarlo. Pero ya que voy a hacer el tremendo esfuerzo de ahorrarme los insultos y las ganas de gritarle a unos cuantos improperios sin fin, me voy a permitir el lujo de señalar. Porque claro que hay culpables. Son culpables los padres de los chavales que hicieron del odio al distinto, una educación. Esos padres cuyos hijos acosaron a Alain son culpables por hacerles creer a sus hijos que son superiores a otra persona solo por su sexualidad o por haber nacido en un cuerpo distinto. Culpables por no haberse interesado por su hijo y haberlo convertido en un matón de tres al cuarto que ni siquiera tiene agallas de atacar de tú a tú, necesita a la jauría para hacerse valer. Son culpables todos los profesores que miraron a otro lado sin decir nada, los que con su silencio y un “no quiero problemas” pudieron dormir mejor; espero que ahora la conciencia no les deje dormir durante muchas, muchísimas noches. Culpables los miembros de una junta directiva que ignoró los problemas y en vez de expulsar a los chavales que acosaban, provocaron que Alan tuviera que cambiar de instituto, él, que no había hecho otra cosa más que querer ser quién era por dentro aunque su cuerpo no lo acompañara, él, que debería ser un ejemplo y no motivo de escarnio.. Culpables los poderes fácticos por no protegen al acosado y víctima y si lo hacen es cuando ya no hay remedio ni solución. Y también son culpables por no haber creado un protocolo de actuación que sirva para todos los institutos y colegios. Culpable también es la iglesia y algunos de sus miembros que se dedican a sembrar un odio larvado y pocas veces disimulado amparados en una asquerosa y cínica moral que olvida que “Dios es amor”. Culpables los medios que usan la transexualidad como chiste, los adultos que trasmiten que existe “lo normal” y que usan insultos homófobos y transfobos como norma. Y culpables, esos chicos casi a punto de entrar en la mayoría de edad que espero que tengan un escarmiento que no se les olvide en la vida, a ver si aprenden de una puta vez, después de todo ellos tendrán una segunda oportunidad, cosa que le negaron a Alan.. Yo he sufrido acoso y es muy fácil saber quienes lo han cometido. No digo yo cárcel, pero unas sesiones de terapia les vendrían muy bien. Que me los dejen a mí unas horas que les voy a explicar y lo van a entender sin tocarles un pelo.

Sin embargo, no quiero llamarlo homofobia, transfobia ( palabras que ni siquiera el corrector ortográfico tiene reconocidas y me subraya en rojo, me cago en su estampa) o lo que toque. Es salvajismo, es necesitar de machacar al otro para tú sentirte mejor, es la ausencia de empatía o inteligencia que se pueda considerar humana, es la negación del ser humano como tal. No son homófobos; son gilipollas y merecen todo el desprecio y el aislamiento social y en este tema, no vale quedarse de brazos cruzados; o estás de su lado y lo permites con tu silencio, o te pones del lado de Alan, aunque ya por él no podamos hacer nada. Pero quedan muchos y muchas como él, y vendrán otros que necesiten de tu ayuda. Nunca vuelvas la cara, no mires a otro lado, no eduques a tus hijos, tus nietos o sobrinos sin explicarles lo que nunca deben hacer con otra persona; enséñales respeto y a valorarse por sí mismos sin que tengan que machacar a los demás. predica que la normalidad no existe, que somos todos distintos y huye de las generalizaciones. Ama sobre todas las cosas al niño que será adulto sin que importe con quién folle, como lo haga y porqué, enséñale que esa es la ley que más lejos le llevará, al menos con las personas.

Una última cosa; si los padres de Alan me leen (cosa que dudo) desde aquí quiero hacerles llegar mi infinito, enorme y grandísimo amor. No os conozco pero os mando el abrazo más fuerte y más grande que sea capaz de dar una persona. No os castigáis, no sufráis porque hicisteis todo lo que estuvo en vuestra manos; fuisteis padres de un futuro que aún está por venir, os adelantasteis al tiempo y los precursores muchas veces lo pagan con lo más preciado. Espero que el tiempo los ayude a vivir un poco, al menos, en paz. Que sientan que aunque Alan se fue, ellos hicieron todo lo que estuvo en sus manos y deben sentirse muy, muy orgullosos. Escribo esto sabiendo que no hay palabras para traer un consuelo que posiblemente, nunca acabe de llegar, pero habrá gente en este país que haremos todo lo posible por no olvidar su nombre, el de más valor porque fue el que quiso tener; A-L-A-N.

Escribo mientras que, más que lágrimas, me cae sangre de los ojos que no se detiene. Pero si sirve de algo, sabiendo de la historia de Alan y sus padres, hoy me he sentido tan cerca de ellos que no me importaría que ellos hubieran sido mis padres y seguro que Alan no los hubiera cambiado por nadie.Su pena y su dolor, por desgracia, estaban más allá de lo que ellos pudieran hacer.

No ha sido el último, ni el primero, pero algún día, gracias a padres como los de Alan, toda esta mierda cambiará. Y los suicidios por acoso se habrán convertido en una mala pesadilla. Y ojalá nunca, nunca, nunca, tenga que escribir algo parecido a lo de hoy.

Por Alan.

Nunca más.


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