Mujeres y FARC-EP: la década ganada

15 de enero de 2015. Fuente: Victoria Sandino Palmera - Mujerfariana

La década de los 80, conocida en América Latina como “la década perdida”, fue en el caso de Colombia, llamativamente una década de victorias inusuales en el campo popular, pues aunque padecimos masacres y genocidios políticos, también fue en esta década que hubo la mayor incorporación de mujeres a las FARC-EP hasta ese momento.

Muchas mujeres habían llegado a la guerrilla a finales de los 70; con sus trajes de campaña de verde olivo, sus reatas o fornituras a la cintura, repletas de pertrechos y sus armas; eran vistas junto a los demás guerrilleros en las marchas, con sus equipos a la espalda cargadas hasta el tope, tan guapas y valientes.

Aquellas guerreras eran observadas por la población con respeto y admiración, aunque casi con exotismo; se habían convertido, no obstante, en referente, ejemplo y motivo de orgullo para las mujeres y jóvenes que descubrían cómo esas combatientes se habían liberado y, ahora, en las mismas condiciones que los hombres, luchaban por sus derechos. Era tanta la admiración hacia ellas, que las familias ponían a sus hijas recién nacidas, nombres de las guerrilleras que conocían.

Si bien es cierto que las mujeres se habían vinculado a la lucha guerrillera desde sus orígenes, fue en la década del 80 en la que comenzaron a llegar de manera masiva. Su vinculación, además de las causas de la violencia y la miseria, también obedecía a que para muchas significaba la libertad y el reconocimiento como sujetos políticos.

Algunas de quienes ingresaron antes del 80 empezaron a asumir responsabilidades en la organización: muchas se destacaron en especialidades como comunicación, organización de masas, finanzas, inteligencia de combate, conducción de tropas y enfermería. A esa generación pertenecen destacadas mujeres como Eliana, Amparo, Érika, Gladys Martínez, Tania, entre otras.

La década que marcó a toda una generación

Durante el proceso de diálogos en La Uribe, Meta, y después de la firma de los acuerdos y tregua con el gobierno de Belisario Betancur en 1984, se produjo una mayor vinculación de mujeres a la guerrilla; unas con más formación política y académica, especialmente procedentes de la Juventud Comunista, del Partido Comunista y de otros movimientos de izquierda.

Se conocía en todo el país imágenes de guerrilleras, de sus acciones, de cómo trabajaban hombro a hombro con los hombres, de sus historias y combates, de las luchas políticas legales y pacíficas que algunas de ellas emprendieron previamente, de su conciencia y compromiso revolucionario que las llevó, más tarde, a enrolarse en las FARC-EP, debido a que en Colombia la década de los 80 marcó a toda una generación de hombres y mujeres de izquierda o progresistas que primero fueron perseguidos por el Estatuto de Seguridad de Turbay y, luego, perdieron la vida o sobrevivieron al genocidio político cometido contra la Unión Patriótica, hecho impune que arrastró a miles de mujeres en todo el país a optar por la militancia armada.

En la lucha urbana habían varias guerrilleras entre las que se destacaron Lucía, de la dirección de la Red Urbana Nacional, quien firmó como Alejandra los acuerdos de cese al fuego del 84, y la sicóloga Julia, de la dirección de una comisión que llamaban ‘La Financiera’, que operaba en la Red Urbana.

Son muchas las historias de heroicidad y compromiso de las guerrilleras; entre ellas, recordamos especialmente a Gladys Martínez, del 5º Frente, quien fue capturada por el ejército, violada por sus captores y obligada a marchar junto a ellos. Logró escapar y, sin comer durante días nada más que hojas y raíces, buscó a las unidades guerrilleras hasta que pudo ubicarlas y ponerse a salvo con sus compañeros y compañeras.

Ella fue una destacada comandante que combinaba su actividad como conductora de tropas en combate y organizadora de masas en toda el área del Urabá antioqueño, chocoano y departamento de Córdoba; murió asesinada por los paramilitares de Fidel y Carlos Castaño junto a Pimpinela, Arles, Aguilar, sus compañeros de comando, en la Hacienda Las Tangas, Córdoba en 1988.

La tregua que duró desde el 28 de mayo de 1984 hasta el 9 de diciembre de 1990 (con excepciones de algunos combates con el ejército y los paramilitares en varias regiones del país), constituyó un importante espacio para las guerrilleras, porque no sólo se liberaron al ingresar, sino también desplegaron todas sus capacidades en diversas especialidades y tuvieron entrenamientos de orden militar.

Muchas de ellas, como ocurrió en el pasado de Colombia, habían llegado a refugiarse en las selvas y montañas del país para salvar sus vidas de la violencia, ahora perseguidas por su militancia en la Unión Patriótica; tenían experiencia como dirigentes sociales y lideresas políticas, algunas habían sido concejalas, diputadas o alcaldesas, entre otros cargos de elección popular.

Así que las experiencias previas, destrezas individuales, fortalezas colectivas, posibilidades de crecimiento personal y potencialidades de sus capacidades, fueron importantes en la organización.

Los dilemas de las mujeres guerrilleras

Sin embargo, otros dilemas se repetían para las guerrilleras, disyuntivas que las ha perseguido desde el comienzo. Con la tregua, había cierta tranquilidad en los campamentos, en lo referente al orden público. Se establecieron parejas y con ellas, llegaron los hijos e hijas; algunas decidieron enviarlos con familiares o amistades, pero siempre manteniendo la comunicación y el contacto.

La atención y educación de las niñas y niños que permanecieron en los campamentos se asumió como tarea colectiva de la organización; más con la ruptura de la tregua de aquel entonces, y el reinicio de la guerra, se afectó el tejido socio-familiar en la guerrilla: la inmensa mayoría de infantes debieron ser enviados a sus familias (tías, abuelas y abuelos.) o quedarse por fuera, y muchas de las madres guerrilleras no volvieron a saber nunca más de sus hijos e hijas. Una experiencia dramática y similar a las que acontecieron en la vida de miles de mujeres revolucionarias y combatientes de Chile y Centro América.

Las guerrilleras atravesaron una difícil disyuntiva: o continuar en filas como combatientes que habían tomado la decisión de luchar por un país distinto, o renunciar y dedicarse a la crianza; muchas optaron por la segunda opción. Pero para unas y otras, la disyuntiva siempre fue compleja y harto dolorosa.

Pasada la tregua la mayoría de las guerrilleras asumieron con dignidad, esfuerzo y sacrificio las nuevas condiciones: a la par con los hombres estuvieron en las trincheras y emboscadas; enfrentaron la arremetida desatada por el gobierno de César Gaviria, quien había prometido acabar con las FARC-EP ‘en menos de seis meses’. Muchas no sólo resistieron esa nueva fase de la guerra, sino todas las fases que se desataron después; perviven de aquella época nuestras valerosas hermanas: Sandra, Marllely, Shirley, Viviana, Yira, Carmenza, Rubiela, Yidis, Marcela, Marina, Olga, Lucía, Yancy, Mireya, Otilia, Maritza, y tantas otras queridas camaradas.

De esa época, algunas mujeres murieron en combate, como fueron los casos de Amparo 34, Danis y Shirley Cartagena, Gloria Cepeda, Elicenia, Mallerly, Consuelo, Mercedes y Yurani; otras se encuentran detenidas en las cárceles del sistema en condición de prisioneras políticas, entre ellas Araceli y otras más fueron licenciadas o reubicadas por lesiones de guerra o afecciones en su salud.

También tuvimos casos como el de Karina, en su momento una compañera muy destacada en el combate, en la conducción de tropas y organización de masas, pero con problemas disciplinarios que desafortunadamente la condujeron a ser objetivo fácil del enemigo, que utilizó a su pequeña hija para acceder a ella y resquebrajar su moral; le infiltraron un agente con la misión de hacerse su pareja y convencerla de desertar y traicionar todo aquello por lo que había luchado. Son casos de los que no está exento ningún ejército regular o guerrillero, ni ninguna colectividad en el mundo. (El documental “La Flaca Alejandra”, de la compañera del MIR chileno Carmen Castillo, es un ejemplo de esa compleja experiencia que toda generación revolucionaria latinoamericana ha vivido).

Sin embargo, en el caso de las FARC-EP, un importante número de combatientes de la generación de los 80, es decir la mayoría de mujeres que ingresaron en aquella década, resistieron todos los embates y están en filas, son mandos de dirección en frentes, comandantes de frentes y dirección de bloques o lideran especialidades de valor estratégico para la organización.

Actualmente un grupo de mujeres guerrilleras nos encontramos en La Habana jugando un papel político trascendental por la paz y la justicia en nuestra amada Colombia. Ejemplo de ello es la presencia de experimentadas combatientes en la Mesa, en la Subcomisiones de Género y Técnica, además de las innumerables tareas que cumplimos en la Delegación.

Las guerrilleras de la década de los 80 marcaron un importante derrotero a todas las mujeres de ayer y hoy en las FARC-EP. Todas ellas son una muestra de cómo las mujeres en la guerrilla colombiana, han dibujado -con trazo indeleble- y escrito -con tinta arco iris- las páginas de la historia guerrillera, la historia de la nueva Colombia, la historia ya no invisible de la participación de la mujer en la insurgencia armada.


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