Decrecimiento I: origen y breve historia

17 de junio de 2014. Fuente: No sin mi bici

Últimamente oímos con frecuencia hablar del decrecimiento, pero todavía poca gente conoce realmente la historia y las ideas de este movimiento. A esto se añaden numerosos artículos, entre ellos el de algún conocido politólogo como Vinçent Navarro, que muestran la falta de conocimiento y la ligereza con que mucha gente opina sobre este asunto, cometiendo errores de bulto, quién sabe si malintencionados o producto de su ignorancia. Como es un tema extenso, he decidido dividirlo en dos entradas diferentes: una sobre el origen y la historia del movimiento y otra sobre su situación actual, sus características y sus niveles de actuación en la práctica. Vayamos hoy con su origen.

Primera etapa del decrecimiento

Tras más de dos décadas de extraordinario crecimiento económico, a finales de los años sesenta empieza a nacer una conciencia ecológica global que cuestiona la sociedad de consumo. Las protestas sociales de mayo del 68, confieren a un incipiente movimiento ecologista un método de acción, iniciándose la construcción de una ideología política.

También en ese año, una treintena de economistas y científicos de todo el mundo se reúnen en Roma con el objetivo de analizar el impacto de las actividades humanas sobre la biosfera. Nace así el Club de Roma, que un año más tarde confía al profesor del Instituto Tecnológico de Massachussets, Dennis Meadows, una investigación prospectiva y global sobre el futuro del planeta. Meadows reúne a un equipo de 17 investigadores que, utilizando un modelo de dinámica de sistemas desarrollado en el MIT, llevan a cabo dicho estudio. Los resultados se publican en el histórico informe Los Límites del Crecimiento. Su conclusión principal fue que en cien años se alcanzarían los límites absolutos de crecimiento de mantenerse los incrementos de población, industrialización, contaminación, producción de alimentos y explotación de los recursos naturales que había en ese momento. El informe hace una llamada al crecimiento cero, un estado estacionario donde la re-estructuración de la economía hacia las actividades no materiales de tipo cualificado, tales como el ocio, la educación, las relaciones humanas o la cultura, lleve a un desacople entre el crecimiento y el desarrollo (una idea que por cierto no era nueva y ya fue tratada por los economistas clásicos).

Aunque las críticas de los economistas ortodoxos no se hicieron esperar, este informe se convierte en el fundamento científico que confiere autoridad al movimiento ecologista, introduciéndose el tema de los límites del crecimiento en el debate político.

También en esa época nace la economía ecológica, donde se distinguen dos enfoques principales. Por un lado, el matemático y economista Nicholas Georgescu-Roegen funda la bioeconomía, una disciplina que asocia las leyes físicas de la termodinámica a la actividad económica. Georgescu-Roegen descubre la importancia crucial de la segunda ley de la termodinámicaen el proceso económico. Simplificando, esta segunda ley nos dice que un sistema cerrado siempre tiende a un estado de máxima entropía, lo que significa que en cualquier proceso energético se produce un aumento inevitable de esta magnitud física, encargada de medir la parte de la energía que no es capaz de realizar un trabajo. Dicho de otro modo, en el proceso se produce una disipación de la energía útil, aunque la energía total del sistema se conserve de acuerdo con la primera ley de la termodinámica (principio de conservación de la energía). Pensemos por ejemplo en la combustión de un pedazo de carbón: la energía liberada se transformará en calor, que aprovecharemos para calentarnos, y en humo y cenizas. Aunque la energía total del sistema se conserve en estos tres componentes, tras la combustión habrá aumentado la entropía del sistema o, lo que es lo mismo, habrá disminuido para siempre la energía disponible en él. Quemar un trozo de carbón cambia un recurso natural de baja entropía por un residuo de alta entropía, mucho menos capaz de realizar un trabajo. Por fortuna, la Tierra no es un sistema cerrado: un insumo enorme de energía nos llega en forma de radiación solar constantemente. Pero, por desgracia, nuestro actual consumo de recursos energéticos de baja entropía, que son fundamentalmente los combustibles fósiles y la biomasa, es infinitamente más rápido que el tiempo invertido por la biosfera en transformar la energía solar en dichos recursos. Sintetizando: el proceso económico es altamente entrópico. De esta forma, Georgescu-Roegen determinó que el crecimiento industrial no se integra en la economía de la naturaleza, sino que sobrepasa los límites de la biosfera a escala temporal humana, constatando los límites físicos y económicos del progreso técnico. Una idea simple e intuitiva, pero a la que Roegen dio un fundamento científico contundente. El tiempo le ha dado la razón, aunque los economistas eludan esta cuestión central, apoyándose con frecuencia en el segundo enfoque de la visión ecológica de la economía.

Este sería el enfoque del ecologista Howard Thomas Odum, uno de los padres de la eco-tecnología. Para Odum, Georgescu-Roegen se equivocaba, ya que el sol asegura el reciclaje total de la materia al cabo de miles de años, de modo que basta con utilizar mejor los ecosistemas para seguir creciendo todavía un cierto tiempo. Sin embargo, antes de morir, Odum acabó reconociendo la inevitabilidad del decrecimiento a causa de la rarefacción de los combustibles fósiles, que obligará al uso de los recursos renovables a un consumo lo suficientemente bajo para que se permita la restitución de los stocks.

En un línea parecida a Odum, el economista Kenneth Ewart Boulding se apoya en la idea del reciclaje ilimitado, estimando que el aumento de entropía del proceso económico se puede retrasar mediante el uso de las energías renovables, la nuclear y el progreso técnico en la producción, el almacenaje y la distribución.

Estos dos enfoques de la economía ecológica producen una división del movimiento ecologista, y aquí es donde quería llegar. Por un lado, surgen los primeros objetores de crecimiento, que ven en la teoría de Georgescu-Roegen la base científica de su crítica al crecimiento económico, adoptándolo como padre fundador del futuro movimiento del decrecimiento. Por otro lado, encontramos a un ecologismo tecnocrático y conciliador con el capitalismo, que confía en que la transición a las energías renovables, la eficiencia energética y las soluciones tecnológicas bastarán para no agotar los recursos naturales.

El ecologismo de estos primeros objetores del crecimiento es más profundo y subversivo, y no es condescendiente con un crecimiento económico que considera totalmente incompatible con la capacidad de la biosfera de sostener la vida. Sin embargo, será el segundo enfoque el que, gracias a su capacidad de organización en partidos políticos y en poderosas organizaciones de defensa de la naturaleza, abandere la causa ecologista, que triunfará especialmente en los años noventa bajo el concepto de desarrollo sostenible. De esta forma, los partidarios del decrecimiento, desorganizados y sin la ambición política necesaria, caerán durante tres décadas en el ostracismo.

Un hecho que es importante señalar es que estos primeros objetores de crecimiento ven en la auto-gestión su principal modo de acción. El decrecimiento es un movimiento auto-gestionario en su origen, algo que volvemos a ver hoy en día en las experiencias de transición a una sociedad del decrecimiento que se llevan a cabo en muchos países.

Por último, me gustaría señalar un hecho importante que también influyó decisivamente en el triunfo de la ecología política: la crisis del petróleo del 73. Aunque esta crisis parecía apoyar las tesis del decrecimiento, paradójicamente contribuyó a su olvido, ya que el paro masivo que se produjo como consecuencia de la crisis económica desencadenada impulsó, por encima de cualquier otra consideración política, el crecimiento económico basado en el aumento de la producción a toda costa. Entonces el mundo se lo pudo permitir, porque la crisis del petróleo era coyuntural. Hoy en día, la crisis energética es estructural, debido al advenimiento del pico en la producción del petróleo convencional y a la escasez de recursos en general, lo que quizás explique la no aplicación de políticas keynesianas para relanzar la producción… pero este es tema para los economistas y yo no lo soy.

El caso es que la recuperación económica, fuertemente impulsada por el despegue brutal de la economía financiera que se produjo durante los 80 y 90, hizo que no se volviera hablar de decrecimiento hasta este nuevo milenio. En su lugar, es el desarrollo sostenible, el green business, el capitalismo pintado de verde, el que se hace hegemónico en el final del siglo XX.

Segunda etapa del decrecimiento

Hoy asistimos al renacer del decrecimiento. Sus partidarios han aprendido la lección y esta vez sí empiezan a organizarse y cohesionar una corriente de pensamiento social, política, económica y filosófica, que cobra cada vez mayor sentido y actualidad en esta situación de crisis económica y ecológica global.

Si tuviéramos que situar esta segunda etapa del movimiento decrecentista lo haríamos en febrero de 2002, en Francia. En este mes de febrero se publica en la revista francesa S!LENCE un número especial sobre el decrecimiento, y el día 23 comienza un coloquio fundador que tiene lugar en el Palacio de la UNESCO de París, organizado por las asociaciones La ligne d’horizon et Les amis de François Partant, Le Monde Diplomatique y el Programa Gestión de las Transformaciones Sociales de la UNESCO. En este coloquio se abordan los diferentes aspectos del desarrollo y se crea la red de Objetores de Crecimiento para el Post-Desarrollo. Nace oficialmente el movimiento que hoy conocemos como decrecimiento.

Y esto es todo por hoy. Hasta la próxima entrada, donde veremos las características de este movimiento y su actuación en la práctica.


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