Añoranza de un pasado que no volverá

3 de junio de 2014. Fuente: Borrokagaraia

Cuando la burguesía dijo que ganó la última guerra mundial, aunque nunca dijera como todo el mundo que quiera saber sabe, que fue gracias al ejercito rojo, tenían que bloquear a la URSS y a la izquierda internacional y junto al reformismo negociar un sistema explotador de contención llamado “estado de bienestar”. El capitalismo, viéndose amenazado por las tendencias revolucionarias que se manifestaban por todo el mundo, decidió “repartir beneficios” a la clase trabajadora. Y eso hicieron y consiguieron. Un “estado de bienestar” donde había que ocultar la lucha de clases y hasta la misma existencia de éstas.

En vez de profundizar en un proyecto socialista, la URSS empezó a competir con el capitalismo en sus mismos baremos y marcos llevándola a su colapso. Un colapso que se repetía en casi toda la izquierda mundial. Las guerras tienen vencedores, y el vencedor de la guerra de clases han sido las oligarquías mundiales y el capitalismo. La clase trabajadora perdió.

Una vez derrotada y sin alternativa propia se entró en la fase resistencialista del “fin de la historia”. Sindicatos, partidos, movimiento social… se intentaron agarrar con uñas y dientes a conquistas o cesiones que el capital en una fase excepcional había permitido para evitar el mal mayor de una alternativa.

Pero la clase trabajadora no se dio cuenta que había perdido y que carecía de alternativa. Eso fue uno de los mayores logros del estado de bienestar, crear una burbuja en la clase trabajadora que le impidiera tomar conciencia de su verdadera situación y de la existencia de una alternativa.

Esa situación excepcional es ya tiempo pasado. La hegemonía del capitalismo es abrumadora. El capital correctamente se cree vencedor. El capitalismo empezó a recuperar sus cesiones hace ya décadas y en la ofensiva actual que se denomina crisis no es mas que la fase culminante y natural del estado de bienestar porque por dentro del capitalismo al contrario de la opinión reformista solo se genera más capitalismo. El capitalismo con rostro humano siempre ha sido una mentira y muchos sectores sociales que no lo creían lo están empezando a sufrir cada vez más en sus propias carnes.

El proceso bolivariano en Venezuela de no ahondar en la lucha de clases y de no dirigirse a un proyecto socialista será pasto de la contra-revolución y será historia, los gobiernos progresistas de américa latina de no iniciar una vía socialista tienen el mismo futuro de la socialdemocracia europea, en parte en muchos lugares ya lo está teniendo. En Uruguay se persigue al movimiento social, único valedor que puede propiciar el cambio, niños son asesinados y tirados en las calles de Brasil para tener “ciudades limpias” para el “mundial”, en el Salvador no para de aumentar la desigualdad, Nicaragua sigue siendo un estercolero de pobreza. En sudáfrica se ejecutan obreros a plena luz del día y el apartheid no es de raza pero sí de clase.

El capitalismo siempre acaba generando más capitalismo y el reformismo y la socialdemocracia hoy en día no son mas que la añoranza de un capitalismo menos bruto, con rostro humano. Una utopía imposible de alcanzar que solo consigue que el sistema dure más.

Por eso es importante discernir entre reforma y alternativa. La alternativa al capitalismo no es un capitalismo diferente sino un sistema diferente. Completamente diferente. Cuando la reforma se convierte en techo y objetivo, cuando no existe una alternativa, el capitalismo se reproduce una y otra vez.

En Europa, y en Euskal Herria, es del todo absurdo que las clases populares pretendan ir atrás a un tiempo que ya se fue para no volver. Las reformas solo tendrán valor si no son reformistas, es decir si están entroncadas en un proceso de construcción de una alternativa socialista y peleadas específicamente para que sean punto de inflexión en procesos mas amplios. Por lo tanto la contradicción no reside entre defensa de derechos mínimos y alternativa. Sino que la defensa de los derechos sociales mínimos sea lo único que exista sin ninguna alternativa donde el resistencialismo no puede encontrar ninguna vía de construcción real y está abocado a perder. Una vez tras otra, como así está ocurriendo. ¿Pero cómo encauzar una alternativa abocados al resistencialismo de las reformas, cuando no se distingue entre reforma y alternativa o cuando el cambio de régimen se asocia al cambio electoral?. Precisamente la respuesta a esto encierra la clave de que el proyecto de independencia socialista pueda llegar a buen puerto. Que los y las de abajo reunan las razones “sagradas” de la “misión”.

Respuestas que tendrá que aportar el movimiento revolucionario vasco, para que no se cumpla eso que decía recientemente Jon Sarasua; “Hemengo ezkerra, eskuina da”.

Existe una “ventaja”. El capital y los estados no pueden dar marcha atrás y la apisonadora de derechos avanza imperturbable sin ningún espacio al “maquillaje”. Esa “ventaja” significará la nueva derrota total, la asimilación total o la ruptura revolucionaria.


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