Por vuestros días felices

5 de abril de 2013.

Al procurador de los tribunales Miguel Leache y al Centro Huarte de Arte Contemporáneo les ha estallado en la cara su particular burbuja artística, simplemente porque sospecho que no se han enterado de nada, aunque cabe la posibilidad de que sean más astutos de lo que demuestran.

Desahucios, fotografía e hipocresía

No se han enterado de que lo importante del arte -y en este caso de la fotografía- no son las obras, los encuadres, los contrastes, los claroscuros, los paspartús, las salas impolutas o los limpios catálogos, sino algo tan sencillo como el punto de vista. Un punto de vista es algo que habla de la posición personal respecto a aquello que se quiere contar, del tipo de compromiso que se asume, de dónde se elige poner la propia mirada, de cuál es el lugar desde donde se mira, de cuáles son las distancias políticas que se aceptan; un punto de vista habla del respeto por lo que se fotografía y de la responsabilidad que se debe asumir por la propia mirada y por los resultados que se obtienen. Adoptar consciente y responsablemente un punto de vista evita espectáculos tan pueriles y lamentables como el ofrecido por el autor de la exposición “Por los días felices” y por el director del Centro Huarte de Arte Contemporáneo.

Miguel Leache participa profesionalmente como procurador de los tribunales en los desahucios de ciertas viviendas a las que más tarde acude a tomar fotografías, sin ser capaz de asumir que el punto de vista que adopta es éticamente insostenible por cuanto se aprovecha de una posición de ventaja obtenida por haber ejercido de colaborador necesario de tales desahucios. Claro que las fotografías son poco elocuentes, como se dice en el texto introductorio del catálogo de la exposición, pero esa no es la cuestión, ni siquiera porque no se puede ser tan ingenuo como para afirmar como Leache que “le he tenido mucha fe a la imagen. No tenía dudas de que las imágenes contarían lo que tenían que contar”. La cuestión es que podría haberse hecho una exposición con unas fotografías exactamente iguales punto por punto a las de Miguel Leache y obtener un resultado radicalmente diferente. Porque lo que cuenta es el punto de vista, y el suyo es ventajista porque su mirada no sirve a la realidad que quiere mostrar sino que se sirve de ella en su propio beneficio. Para producir un discurso pertinente no basta con tener una cámara de fotos y la oportunidad espuria de acceder a donde nadie puede hacerlo, sino que hay que preguntarse por qué se está en ese lugar y qué se quiere contar desde allí. Y la valentía para responderse con sinceridad y ser capaz de renunciar a ello si las piezas no encajan. Quizás algo tan sencillo como asumir la cruda identidad de su mirada habría otorgado a sus fotografías un valor insospechado: la mirada de un desahuciador asumida y expuesta en primera persona. Pero optó por camuflarse en una distancia aséptica y engañosa, en un humanitarismo completamente desprovisto de responsabilidad, revistiéndose de un espíritu apenado y llorón que no engaña a nadie, aunque lo intente. De hecho, en el catálogo se ocultan intencionadamente las circunstancias en las que se obtuvieron las fotografías.

Capítulo aparte merece la actitud y las declaraciones de Javier Manzanos, director del Centro Huarte. Dice Manzanos que “Nos sorprende esta reacción, la exposición la planteamos como una mirada poética y, sobre todo, absolutamente desconocida, a la desolación que sufren las familias desahuciadas (…) no somos neutrales ni frívolos. La exposición toma partido en contra de los desahucios, y este centro está para generar debate, reflexión y pensamiento crítico“. Estas declaraciones no son de recibo. No se puede decir impunemente que el Centro está para generar debate, reflexión y pensamiento crítico para sorprenderse a renglón seguido por las críticas que haya podido generar una exposición. En realidad no pretende generar ningún debate sino imponer su discurso, un discurso vacío y acrítico. Pero es que además se permite insultar a la inteligencia diciendo que la exposición toma partido contra los desahucios y apela a cualquier cosa con tal de justificarse: a la supuesta poética de la mirada, a un compromiso social que brilla por su ausencia e incluso a un sentimiento compasivo que no es precisamente lo que necesitan los desahuciados. Necesitan sus casas, no la mirada desahuciadora de Leache ni las simplonas palabras de Manzanos, un corrupto especializado en desahuciar cualquier atisbo de crítica y de riesgo allá por donde ha pasado, siempre a la sombra del poder.

Se equivoca el Centro Huarte al negar el oportunismo del trabajo de Leache y de la exposición. Es un trabajo oportunista porque se aprovecha de una posición de poder para conseguir lo que de ningún otro modo podría, y no es ético argumentar que esos espacios permanecerían ocultos al espectador si no fuese por el trabajo de Leache: no es su mirada la que necesitamos. Quizás haya que buscar en los álbumes familiares de las familias desahuciadas las fotografías exactas, cálidas, humanas y justas sobre sus vidas en esas casas. Quizás tengan que ser otros fotógrafos los que rompan el precinto policial de una patada en la puerta y fotografíen lo que la comisión judicial desahució. Quizás haya que mostrar la frialdad con la que una comisión judicial entra en una vivienda tras haber arrojado de allí a una familia por no aguantar las mentiras del sistema. Hay miles de formas de resolver un tema y la que aquí se plantea no es desde luego la más afortunada.

Se equivocaría el Centro Huarte si intentase atacar a quienes critican la exposición acusándolos de intolerantes y censuradores. Todo lo contrario. Creo que la exposición debe estar donde está, ser bien visible y que todos podamos ir a verla para comprobar cómo se las gastan. Exponer es exponerse. Necesitamos espacios donde la libertad esté garantizada para que cada cual pueda levantar su propia voz sin censura, pero necesitamos también garantizar el ejercicio de la crítica.

Y no solamente eso, sino que además se produce otro desahucio adicional: el Centro Huarte de Arte Contemporáneo, un centro público que debería regirse por rigurosos criterios de calidad en la selección de sus artistas y exposiciones, prefiere desahuciar de sus salas a los artistas arriesgados, críticos y con propuestas dignas de apoyo, y abrir sus puertas a bombo y platillo a alguien con una mirada acrítica coincidente con los intereses políticos de nuestros gobernantes y que para más inri paga de su propio bolsillo la producción de la exposición y la edición del catálogo (precisamente con el dinero que ha ganado desahuciando a familias de sus casas), en un auténtico despropósito privatizador que dice mucho de la dejadez y del abandono al que el gobierno de Navarra somete al arte y a la cultura.

Clemente Bernard

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