Mujeres sin hombres y peces sin bicicletas. Mirando hacia atrás: experiencias de Autonomía y Feminismo (Phoolan Devi) - I

18 de diciembre de 2012. Fuente: "Tomar y hacer en vez de pedir y esperar. Autonomía y movimientos sociales. Madrid, 1985-2011"

Al hilo de la presentación de "Tomar y hacer en vez de pedir y esperar.
Autonomía y movimientos sociales. Madrid, 1985-2011" en la librería anarquista La Malatesta, publicamos un segundo capítulo del libro editado por Solidaridad Obrera. Esta parte comienza con el KLAS de Moralataz y sigue con la militancia universitaria; la que publicaremos mañana comienza con el origen de La Eskalera Karakola y trata posteriormente el tema de la autodefensa feminista.

Publicamos un nuevo capítulo de "Tomar y hacer en vez de pedir y esperar".


Viernes 21. 19:30h. Tomar y hacer en vez de pedir y esperar. Presentación del libro con varios de los autores/as. c/Jesús y María nº24 de Madrid, cerca del Metro: Tirso de Molina o Lavapiés.


Este artículo relata experiencias vividas en colectivo. Aquellos
colectivos estaban formados por muchas individualidades.
Yo era una más entre tantas otras. Escribo desde las limitaciones
de mi memoria, pero también desde la sinceridad y la
perspectiva que la distancia y el tiempo dan para una crítica,
espero, lo más constructiva posible.

Stay Free

El KLAS (Kolectivo Libertario Autónomo y Solidario) comenzó
su andadura en el año 1986. Éramos un colectivo de barrio, concretamente
del barrio de Moratalaz, un barrio de Madrid con
gran tradición de vida asociativa y de lucha.
Lo formábamos una amalgama bastante variada de gente,
unas treinta y tantas personas, de diferentes edades, desde los 15
años a los sesenta y pico. Algunas personas venían del entorno
libertario, otros de militar durante años en diferentes grupos
como la Coordinadora de Barrios y asociaciones de Moratalaz
como Barbecho, una asociación con un montón de trabajo sociocomunitario
a sus espaldas que a su vez se organizaba en distintas
comisiones: mujer, marginación laboral, alfabetización a
adultos, etc. Otras éramos muy jóvenes, 15 o 16 años, pero ya teníamos
una pequeña experiencia de lucha recién estrenada durante
las huelgas de estudiantes de aquellos años.
Nos reuníamos en La Barraca, un pequeño edificio prefabricado
que hasta pocos años antes había sido una parroquia de barrio surgida tiempo antes de la transición, con un papel siempre
activo, focalizando y apoyando las luchas de los vecinos y
acogiendo reuniones clandestinas en los tiempos de la dictadura.

La Barraca era un buen sitio con herencia política de la que nos
sentíamos orgullosas.
Nuestra base ideoloógica era claramente de inspiración libertaria
y antiautoritaria; producto de ello y de nuestra acracia, era
el cómo nos organizábamos y actuábamos. Para la mayoría de la
gente que formábamos el KLAS, los ateneos libertarios eran una
referencia a seguir, tanto en cuanto teníamos la necesidad y queríamos
formarnos, educarnos en libertad y de forma crítica y por
lo que las acciones eran producto de reflexiones colectivas.
La heterogeneidad también estaba presente y así, algunos
compañeros se sentían más comunistas.
Nos organizábamos a través de la asamblea, con turnos rotatorios
para tomar actas y turnos de palabra. Recuerdo tanto el
respeto en las intervenciones de cada uno y cada una de nosotras,
como el hecho de que dedicábamos mucho tiempo a la hora de
tomar decisiones para que nadie se sintiera excluida, haciendo
rondas si era necesario para que todos y todas pudiéramos expresar
nuestra opinión. Hacíamos buenos ejercicios de tolerancia
y paciencia y en esto tuvo mucha influencia la gente que tenía
más experiencia, como la gente que venía de Barbecho. Intentábamos
que la comprensión y la comunicación tuvieran más peso
que el discurso político aprendido y las consignas fáciles.
Aunque el nivel de implicación no era el mismo y fluctuaba
en el tiempo, no se hacía de esto ni de la experiencia un factor de
acumulación de poder por parte de nadie. Las propuestas y las
decisiones se planteaban allí, en la asamblea, evitando crear microgrupos
de poder que acabaran excluyendo a los demás.
No seguíamos los objetivos de ningún partido político ni de
ninguna organización externa, aunque como ocurría en aquella
época, ciertos partidos de la «izquierda no parlamentaria» (LCR,
MC) hicieron intentos de captación de militantes, aunque a su
pesar, porque no dio resultado alguno. Tampoco tuvimos intención
de negociar nada con la junta del barrio ni con otras instituciones,
manteniéndonos a una distancia saludable de la asociación
de vecinos, así como del PCE y de sus juventudes, muy
presentes también en el barrio.

Generábamos un montón de trabajo desde el propio colectivo.
Organizábamos charlas sobre antimilitarismo, ecologismo, represión,
cárceles y torturas, etc., con invitados e invitadas de honor
como siempre lo son las Madres Contra la Droga, familiares
de presos políticos, etc. Montábamos exposiciones de carteles
antimilitaristas, talleres de educación no sexista para niños y
niñas, etc. También formábamos parte de distintas coordinadoras,
plataformas y campañas, tanto a nivel de barrio como de
Madrid y estatal.
Estuvimos en el movimiento Anti-OTAN, con sus marchas a
la base militar de Torrejón y en el movimiento antimilitarista.
Formamos parte muy activa en los inicios de la Coordinadora
Antimilitarista de Madrid, así como de la Asamblea de Insumisos
de Madrid. Varios miembros del colectivo fueron insumisos,
con las distintas estrategias de insumisión que coexistían en el
movimiento antimilitarista en aquel entonces representadas en
el propio colectivo: la insumisión total (negativa a presentarse a
juicio y a entregarse para ser encarcelado) por parte de un par de
compañeros y la presentación a juicio por parte de otro compañero
(creando entonces un grupo de apoyo desde el que lanzamos
una campaña por la insumisión, con charlas, acciones y teatro
de denuncia en la calle).
Participamos de la Plataforma Contra la Guerra del Golfo, en
otra plataforma a favor de la gratuidad del transporte público,
contra la Ley Corcuera y la represión y también participábamos
de algunas campañas de apoyo a huelgas de hambre de los y las
presas políticas, etc. Igualmente estuvimos presentes en la coordinadora
de estudiantes y sus huelgas masivas, en una campaña
contra el uso de la droga como elemento de control social, etc.
En los inicios, además de la asamblea, comenzamos a organizarnos
en torno a grupos de trabajo diversos: antimilitarista, antirrepresión,
anticlerical, antipsiquiatría, de okupación, y también,
a nuestros 16 años, aproximadamente una decena de
nosotras organizamos nuestro primer grupo de mujeres, con sus
debates sobre roles de género, sexualidad, aborto, etc., nuestros
fanzines y nuestros inicios de contacto con la asociación antipatriarcal
y cómo no, con el movimiento feminista y sus ochos de
marzo. Nuestro primer ocho de marzo fue estrenado con una
pancarta con su bruja y su eslogan feminista.

En el KLAS éramos unas 12 mujeres, todas bastante activas e implicadas. Entre nosotras
había bastante complicidad y apoyo. Observando lo que
había alrededor y lo que vi con posterioridad en otros colectivos
y en el movimiento alternativo de la época, se trataba de un ambiente
de lo más deseable, a pesar de que nada es perfecto y claro,
algunos se sintieron excluidos cuando decidimos hacer un grupo
de mujeres.
En 1990 y después de varios años funcionando, formamos
parte del inicio de la Coordinadora de Colectivos Autónomos
(más tarde Lucha Autónoma), con aquellas primeras reuniones
en el local de la Fundación Aurora Intermitente y su primera
gran asamblea en la Casa de Campo. En aquel entonces no éramos
tantos los colectivos de éste ámbito político en Madrid y, de
hecho, la idea no surgió de ningún colectivo de barrio sino más
bien de gente que venía de la Asamblea de Okupas de Madrid, no
vinculada a ningún colectivo de barrio en concreto. Nos pareció
una buena idea la de coordinarnos, intercambiar ideas y lanzar
propuestas a las asambleas. Sin embargo, el KLAS tenía muy claro
que éramos un colectivo de barrio autónomo y que las decisiones
de lo que el colectivo tenía o no tenía que hacer, así como
los objetivos y prioridades, se decidían dentro y no fuera. Por
ello, cuando en la Coordinadora se planteó un cambio de rumbo
con respecto a quién tenía la capacidad de decisión final y asumió
un poder que a nuestro entender no le correspondía, decidimos
dejar de participar en ella.
A pesar de nuestras diferencias seguimos trabajando conjuntamente
con Lucha Autónoma en algunas campañas de forma
puntual, como la de solidaridad con el pueblo kurdo con su macro
concierto en Vallecas (donde actuaron La Polla Records, entre
otros). Para el KLAS, Lucha Autónoma establecía dinámicas
más bien propias de partidos, y así por ejemplo se primaba la
propaganda de la organización y la difusión triunfalista de sus
acciones por encima del trabajo real y el trabajo de base en los
barrios, menos espectacular, pero de efectos más profundos.
Nosotros y nosotras nunca habíamos tenido intención de morir
de éxito ni mucho menos de acabar trabajando para los objetivos
marcados por otros, fueran estos partidos políticos o «expertos
» okupas. Todo un ejercicio de autonomía dentro del
movimiento autónomo.

En el KLAS, tomábamos partido en lo que sucedía en el barrio,
como la campaña de bienvenida a vecinos que iban a ser
realojados desde el Pozo del Huevo (barrio en aquel entonces
marginal y chabolista) a un gran bloque de viviendas en Moratalaz.
Las casas eran oficiales, es decir, del Estado. Los vecinos
burgueses del barrio de La Estrella, colindante con las viviendas
de realojo, hacían concentraciones de protesta a ese realojo todas
las semanas. Eso era clasismo y racismo, ya que los realojados
eran en gran parte de origen gitano.
Hicimos también campaña de denuncia del recién inaugurado
centro de detención de inmigrantes no documentados en Moratalaz,
con concentraciones en sus puertas, encierros y huelga
de hambre de 24h simbólicos. También convocábamos concentraciones
y acciones de boicot a las subidas del transporte, acciones
en solidaridad con las huelgas obreras de aquella época, etc.
Funcionábamos con muy poquitos recursos materiales y económicos.
Si necesitábamos fondos, montábamos algún concierto
llamando a amigos que no cobraban nada por tocar (grupos de
punk, ska y hardcore como SDO, La Orquesta Ke Apesta, Zenobria,
Matakuras, Malarians, Sin Dios, etc.). Del mismo modo,
montábamos nuestra propia caseta en las fiestas del barrio hasta
que, como era de esperar, el ayuntamiento vetó nuestra presencia.
Entonces comenzamos a organizar las fiestas alternativas en
La Barraca, agitando desde allí y organizando charlas, exposiciones
y quemando peleles vestidos de militar.
La propaganda del colectivo la imprimíamos con una multicopista
manual, de las antiguas (la misma que sirvió durante
la clandestinidad a los y las activistas contra el franquismo).
Sacábamos panfletos contra la crisis de aquel entonces, por las
huelgas generales, en apoyo a las movilizaciones de estudiantes,
por la gratuidad del transporte público, etc., y los repartíamos
en las puertas de los mercados, en las salidas del metro y en las
plazas. Entre carteles, pintadas y murales colectivos teníamos
decorado permanentemente el barrio, y eso te hacía sentirlo
más como tu barrio.
En cuanto a represión, claro que muchas pasamos por comisaría
y por juicios pero eso era y es desgraciadamente algo habitual,
y es el precio que el Estado te hace pagar por enfrentarte al
poder. La inocencia se te iba a golpe de marrón policial.

En aquella época el arrase de la heroína en los barrios estaba
tan solo empezando a decaer. Desde nuestra etapa en el instituto
lo teníamos claro: lo veíamos entre los amigos, tanto el seguir
estudiando para algunas como el estar implicado políticamente
para todos era la mejor vacuna para no acabar en el agujero. Con
todo y con ello, un compañero, Víctor, allí quedo. Y, como contraste,
algunas de las chicas del colectivo pasaban horas y días en
pisos de acogida de la Coordinadora de Barrios, ayudando a gente
a desengancharse de la heroína.
El que perteneciéramos a un barrio obrero fue fundamental.
Había algunas pequeñas diferencias económicas entre nosotros,
pero no existían las desigualdades de clase social que más tarde
vi en otros colectivos y lugares. Creo que eso fue fundamental
para saber desde dónde estábamos hablando; para saber y sobre
todo sentir que realmente estábamos en el mismo barco, que no
estábamos jugando, que esto no era una etapa joven y salvaje y que,
al finalizar, podíamos tirar de los privilegios de nuestra familia
para abandonar lo precario porque lo precario estaba desgraciadamente
ahí, pegado en el pellejo como si fuese un tatuaje. También
fue importante para comprobar que no había interés en rentabilizar
nuestra militancia profesionalizándonos en la política.
En definitiva, el tema de clase social fue fundamental para sentir
esa «honestidad» con la que se planteaban y hacían las cosas.
Teníamos un aluvión de ideas por llevar a cabo, más de las que
podíamos (algunas se quedaron en el tintero, como la continuación
de la iniciada biblioteca popular), pero al mismo tiempo
todas asumíamos un nivel de compromiso muy importante, y
desde aquí pienso que muy maduro, quizás demasiado, para lo
jóvenes que éramos.
Nuestras pintas y forma de vida eran también variadas dentro
del colectivo. Algunos de nosotros pasábamos mucho tiempo en
okupas y yendo a conciertos de punk. Eso influía en el colectivo
y en su implicación en este movimiento pero éramos conscientes
de que no éramos un colectivo okupa, ni lo pretendíamos, aunque
muchos de nosotros participamos durante y después del
KLAS en centros sociales okupados, y algunas optaron por la
okupación para vivienda.

Al cabo de bastantes años, en torno al 92-93, fuimos coherentes
a la hora de reconocer que estábamos evolucionando cada
uno hacia un ámbito algo distinto y que tocaba dar por finalizada
aquella etapa en nuestra vida. Entonces fue cuando nos disolvimos
con mucha pena, por medio de una fiesta de clausura.
Nunca pretendimos ser eternos y de hecho creo que ese pensamiento
tiene más que ver con el triunfalismo de un partido político
que con la autonomía. Las personas que allí estuvimos continuamos
creciendo, aprendiendo y trabajando en el ámbito
libertario y feminista en general y en particular en grupos como
Juventudes Libertarias, Anarquistas de Moratalaz, kolectivo proinsumisión
Los Invisibles, CNT, Fundación de Estudios Libertarios
Anselmo Lorenzo, distribuidora alternativa Gato Salvaje,
grupos de mujeres antimilitaristas, asociación por la autogestión
de la salud (física y psicológica) y el ecologismo Sumendi, grupos
de hombres contra el sexismo y afortunadamente un largo etc.
Casi veinte años después, en la primera asamblea del 15M de
Moratalaz, entre las 500 personas, acudimos muchos ex-KLAS.
Estábamos encantados con que 500 personas en el barrio tuvieran
tan claro el funcionar asambleariamente y sin partidos y entre
nosotras hablamos de las similitudes sobre todo este funcionamiento
y lo que años antes habíamos vivido en ese mismo barrio.
El KLAS fue una experiencia afortunada para un comienzo
en el activismo, con todas aquellas personas. De hecho, lo recuerdo
como el colectivo más honesto en el que he estado, y bueno,
este recuerdo es compartido con muchas de las personas que allí
estuvieron, lo que en cierto modo, lo hace más real.
Y entonces llegaron los 90...
Cuando ibas a la universidad, no solo lo hacías para sacar una
carrera y adquirir conocimientos: si eras activista lo seguirías
siendo allí, te llevabas tu ideología y acción allí donde ibas. Había
un motón de colectivos y grupos de todo tipo y si no, los creabas
tú misma. Y eso hicimos un grupo de mujeres en la Universidad
Complutense de Madrid. En esta universidad, durante los años
anteriores hubo grupos de mujeres. Estos grupos estaban vinculados
a la Federación de Organizaciones Feministas del Estado
español, que en Madrid se organizaban en torno al local de la
calle Barquillo. El ámbito de Barquillo era feminismo sin dudas,
con tradición militante y de lucha desde los 70, pero se acercaba
a lo institucional más de lo que algunas veíamos necesario; no era
el Instituto de la Mujer, por supuesto, pero pedían subvenciones
16 y reformas legales.

Por otro lado, algunas de ellas militaban en
aquel entonces en el MC y LCR, la famosa doble militancia. Frente
a esto, algunas de nosotras veníamos o nos veíamos en un plano
que aparentemente era algo más radical, sin partidos y sin
subvenciones, más en la línea de la autogestión y la acción directa.
No queríamos ser reformistas. Y el caso es que convocamos una
primera reunión a la que acudieron un montón de chicas con
muchas energías e ilusiones. A partir de ahí formamos un nuevo
grupo de mujeres de la complutense al que llamamos «Grupo de
Mujeres Doble X». Creo que para todas las que por allí pasamos
y, para muchas de las que allí empezaron a militar, fue una experiencia
interesante y bonita, aprendiendo mucho de feminismo.
Nos reuníamos y teníamos charlas sobre las distintas corrientes
presentes en el movimiento feminista y los debates que se
planteaba entonces. Organizábamos jornadas a las que acudieron
ponentes muy interesantes, hacíamos cine-fórum, y llenábamos
las universidades con carteles que hablaban de crear espacios
liberados de sexismo, con eslóganes de los 70 del tipo «una mujer
sin hombre es como un pez sin bicicleta» y nos encantaba ver las
caras de los profesores y estudiantes al pasar por ellos y leerlos.
No sabían que pensar, se sentían probablemente incómodos, al
fin y al cabo ellos iban allí para estudiar...
Hubo momentos difíciles, como cuando apoyamos a las chicas
del grupo de mujeres de Somosaguas llamado Lilith en su campaña
de denuncia de acoso sexual y violaciones en las universidades.
Dentro de esta campaña aparecía también la denuncia por
enésima vez del profesor Román Reyes. Ese tipo tenía una larga
acumulación de denuncias previas y el anterior grupo de mujeres
de Somosaguas ya había intentado visibilizar el tema. La pesadilla
aquel año apareció por la denuncia de intento de violación a una
alumna. Hasta aquí, desgraciadamente, se trataba de un clásico
en el trabajo de apoyo de grupos de mujeres. Pero la novedad fue
el colchón en el que este personaje se apoyaba: gran parte de la
gente de izquierdas de Sociología. Afortunadamente, hubo profesoras
y profesores que lo tenían muy claro, pero muchos —demasiados
de los otros—, le apoyaron hasta cuando estuvo preventivo
en la cárcel.

Estudiantes de grupos de izquierdas pidieron firmas
en apoyo al que, irónicamente, convirtieron en víctima, pasando
a hacer un juicio público de la vida de la denunciante al mismo
tiempo que querían que el grupo de mujeres se disolviera. Podría
parecer esquizofrenia o hipocresía por parte de la izquierda, pero
probablemente tuvo más que ver con la podredumbre de círculos
de poder, pactos y apoyos que en la universidad se daban... con
todo y con eso, pese a la presión, no las pararon, no nos pararon.
Por otro lado, poco después algunas estudiantes que apoyaron
a este profesor pasaron incluso a dar charlas sobre feminismo y
okupación... y es que, el movimiento también daba para este tipo
de contradicciones que nada tenían que ver con posibles evoluciones,
sino más bien con que los discursos muchas veces podían
ser de quitar y poner, algo intercambiable y dependiente de intereses
y modas. Numerosas veces se asumían discursos sin su contenido,
por pura y hueca estética.
Del Grupo de Mujeres de la Complutense y otros chicos salió
la Plataforma Antihomofobia de la Universidad Complutense.
Esta Plataforma surgió como respuesta a la situación de acoso y
a las agresiones verbales a las que un estudiante se vio sometido
por otros compañeros de clase en la facultad de Filosofía. Aquello
disparó nuestra rabia antihomofóbica contenida... En aquel
entonces se acababa de crear otro colectivo RQTR (Rosa Que Te
Quiero Rosa); eran amigas y conocidas pero de una órbita, a
nuestro entender, algo más light, más del entorno de COGAM,
lo que en aquel entonces veíamos como más cultural y club social.
El caso es que de forma conjunta convocamos manifestación-
besadas por todas las universidades: entrábamos en pequeños
grupos a las cafeterías de cada universidad, nos repartíamos
por todo el espacio y empezábamos a besarnos chicas con chicas,
chicos con chicos, de dos en dos, de tres en tres,... la gente se
quedaba atónita. A la señal de un pitido empezábamos a gritar
consignas contra la homofobia, desplegábamos nuestras pancartas
y repartíamos panfletos.
Se consiguió llevar a juicio a los agresores de nuestro compañero
y que se les condenara en una sentencia histórica por agresiones
verbales homófobas. Nos encantó ver las caras de esos
«niños bien» que, tal y como confesaron al juez, «estaban indignados,
porque nunca pensaban que iban a estar sentados en un
banquillo, acusados»...

La plataforma antihomofobia se transformó en el colectivo
Panteras Rosas (el nombre era un guiño a los Black Panthers).
Seguimos organizando sesiones de cine-fórum, y charlas y también
continuamos participando y convocando acciones antihomofobia,
como la concentración de repulsa que tuvo lugar en el
año 1993 en la Audiencia durante el proceso contra David Garrido
Truchado, acusado del asesinato de Mariano Gómez, que tuvo
lugar en la casa de campo en una zona de ambiente gay, así como
del intento de asesinato de otro chico unos meses antes, con
quien había contactado a través de un anuncio de contactos. El
asesino declaró que «él solo estaba en la casa de campo recogiendo
espárragos»... así que intentamos comprar por los alrededores
espárragos para tirárselos a la cara, aunque solo pudimos comprar
botes de espárragos que acabaron estrellados en las furgonetas
de policía en las que era trasladado.
Tanto con el Grupo de Mujeres Doble X como con Panteras
Rosas, participábamos de la manifestación del orgullo gay, que
en aquel entonces no tenía nada, pero nada que ver con el macro
evento en que se convirtió unos años después. Se trataba de movilizaciones
muy pequeñas, donde éramos apenas un centenar
de personas rodeadas de multitud de periodistas sacando fotos
de hasta el último detalle de cada una de nosotras. Esto intimidaba,
claro, y había que tener valor sabiendo que al día siguiente
podías ser portada del periódico de turno. Y supongo que debido
a esto, el primer año que participamos aparecimos con nuestra
pancarta y el lema: «No está el horno para bollos, Sal del horno!»
y unos dibujos de monigotas saliendo de un horno mientras nosotras
íbamos adornadas con pelucas de colores y grandes gafas
de sol, repartiendo bollos y tortillas y gritando consignas.
Aquella era la época en la que la Radical Gay y LSD (Lesbianas
Sin Duda) abrieron una ventana de frescura en todo esto, proponiendo
una alternativa politizada al ghetto gay y lesbiano de lo que
entonces era Chueca, y radicalizando el discurso frente al COGAM,
realizando acciones transgresoras tanto en su contenido
como en su forma. Hablaban, por ejemplo, del devenir y ser lesbiano
así como de la importancia de la visibilización. No es que estos
colectivos surgieran del movimiento okupa, ojalá... pero sí que algunas
y algunos de los que del movimiento autónomo participábamos
nos sentimos influenciados por esta gente. Concretamente,
la Radical Gay se implicó en multitud de campañas en las que
también estaban presentes colectivos autónomos, como la marcha
contra el paro y la exclusión social de la Coordinadora Baladre en
el 1993. Pero es necesario hacer aquí un apunte: el hecho de que la
Radical Gay participara de bastantes de las convocatorias que desde
el movimiento autónomo se hacían, como por ejemplo la manifestación
antifascista del 20N, desgraciadamente no se traducía
en que el movimiento fuera consecuentemente antihomófobo ni
que en los espacios hubiera una mínima visibilidad gay y lesbiana...
eso seguía quedando muy lejos...
En aquel entonces, la mayoría de la gente estábamos plurimilitando
en quizás demasiados colectivos y por ejemplo, algunas
de Doble X que participábamos en centros sociales ocupados,
montamos otro grupo de mujeres reuniéndonos en el Centro Social
Seco. Como anécdota, durante una de nuestras reuniones el
techo del edificio se nos cayó literalmente encima, no hubo heridas
de casualidad y allí comenzaron las casi eternas obras de
reparación del aquel centro social. De Seco nos acabamos yendo
entre otras cosas cuando un grupo de chavales bacaladeros, animados
y empoderados por algunos de los que participaban en el
centro social (quizás debido a algún tipo de experimento social
que nunca llegué a entender), acabaron asaltando primero la biblioteca
y después la distribuidora alternativa El Gato Salvaje.
El Gato Salvaje comenzó su andadura con los inicios del movimiento
okupa en Madrid, siendo una de las distribuidoras de
material de referencia dentro de la ciudad durante los años que
funcionó. Al asalto del local en Seco, se unieron problemas económicos
de diversa índole que llevaron a su cierre definitivo. El
fin del Gato Salvaje se cruzó con el comienzo de lo que ahora es
la librería asociativa Traficantes de Sueños, que pasó en aquel
entonces a ocupar el anterior nicho del Gato Salvaje, y en cuyo
fondo acabaron los restos del material.
En aquella época, en las okupas, había muchas cosas que se
daban por supuesto pero que realmente eran puro humo. El feminismo
era una de ellas. Pensándolo desde el ahora, aquello
podría definirse perfectamente como heterosexista: era un ambiente
muy radical y atractivo por el nivel de crítica y enfrentamiento
al Estado y al capital que representaba, pero lo de la crítica
y el trabajo contra el patriarcado quedaba a años luz.
Básicamente, se trataba de un movimiento de hombres heterosexuales
y la responsabilidad de que no hubiera sitio para otros
y otras no venía de fuera, de la sociedad, era algo a asumir desde
dentro... Desgraciadamente no había muchas mujeres y, tristemente,
muchas de las que allí estaban, lo hacían en calidad de
amigas, novias, etc., y nunca como verdaderas protagonistas. A
esto había que sumar el que las relaciones entre las mujeres del
entorno, frecuentemente y producto de ese patético heterosexismo,
se establecían en base a la competencia.
Al mismo tiempo, sobre todo durante los conciertos, tenías
que soportar como en cualquier otro bar chungo todo tipo de
comportamiento baboso y acosador por tipos que campaban a
sus anchas. Y es que era difícil ser una más en aquellos sitios. A
la hora de currar en conciertos, pegar carteles, etc., no había problema
con que fueras tía, claro, pero el ambiente a la hora de
participar en asambleas era bastante intimidatorio para una chica,
y más si eras muy joven. Creo que eso fue fundamental para
que algunas de nosotras tuviéramos tanta entrega en grupos de
mujeres, donde nos sentíamos mucho más a gusto y podíamos
expresarnos más libremente.
En los espacios mixtos —formados por hombres y mujeres—,
las mujeres nos encontrábamos ante la contradicción de que para
que se nos tuviera en cuenta, tenías que tomar actitudes y roles
que rechazabas: ser una tía líder, hablar bien alto en las asambleas,
que se te viera bien tirando piedras en primera línea para
que no dudaran de tu valor y compromiso, etc.,... vamos, como
uno de ellos... Es decir, que solo cabía nuestro lado más masculino
—del cual hay ciertas cosas de las que no reniego—, pero
cuando lo femenino es minusvalorado... es ahí donde nos encontramos
con el patriarcado. Y no es que se colara por las rendijas,
sino que era la base de las relaciones en ese mundo, por muy alternativos
que pensáramos que éramos. El proponer reflexiones
y trabajo sobre sexismo era algo a lo que al final solo acudían
mujeres, aunque me consta que hubo grupos de mujeres que lograron
de algún modo afectar de manera significativa lugares,
formas y colectivos de su entorno con su trabajo antisexista,
como las Ruda en Zaragoza.

Era difícil el encontrar «un lugar»... aquellas manis antimili
que siempre acababan con disturbios, las okupaciones, las movidas
con los nazis, los desalojos, los conciertos brutales de punk y
hardcore en las antiguas Cocheras y más tarde en Minuesa y en
otras okupas... eran un chorro de energía en el que una quería
estar; no querías estar escuchando a cantautores y haciendo talleres
de no violencia, sino estar allí; pensabas que esa era la manera
de hacer las cosas: tomar las calles, las casas, la acción directa,
el enfrentamiento directo, la autodefensa... Cuando íbamos
en bloque a las acciones, a las manis, etc., sentías o querías ver el
poder del grupo, pero en los momentos más tranquilos, en los
momentos en que hablábamos... y sobre todo en lo más cercano
a lo cotidiano, ya te sentías en un segundo plano, más como una
espectadora, escuchando a los «ideólogos» y recolocándote en
formas y espacios como podías. Quizás por todo esto, algunas de
nosotras buscamos la militancia donde realmente nos sentíamos
visibles, sin tener que hacer piruetas ni evangelizar demasiado y
donde las energías iban al trabajo en sí y no en su mayoría a la
parte de relaciones sociales, a la lucha de roles y a lograr un lugar
y el respeto de la manada.
Después de unos años, algunas de las que habíamos estado en
okupas, junto a otras que se habían ido sumando (por ejemplo
con el Centro Social Seco, Lavapiés 15 o con okupaciones del barrio
de Estrecho), empezamos a verlo muy claro: queríamos, necesitábamos
un espacio okupado por y para mujeres. No tenía
sentido estar en ese ambiente poniendo la puntilla feminista
cuando a casi nadie le interesaba realmente, cuando a muchos
molestaba y cuando lo que se podía pretender, la reflexión y el
cambio de dirección por parte del movimiento, apenas se producía.
Nadie quiere perder su cuota de poder gratuitamente si no
se le obliga. Eso ocurría fuera, ya lo sabía, pero también ocurría
dentro y costaba querer verlo.


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