De frente

14 de diciembre de 2012.

Ese día no sólo hice fotos. Tuve que correr, pelear, levantar gente herida, armar barricadas… y sin embargo, tengo las mejores imágenes que hice en mi vida. Es un conjunto de fotos tomadas con una cámara vieja por la que entraba luz y que trababa los rollos en medio de las tomas. La Nikon EM, que conseguí por 50 pesos, fue la cámara que me enseñó a trabajar y ese día, sin darme cuenta, fue el primero como reportero gráfico.

A partir de ahí, empecé a ganar plata con las fotos que hacía en la calle y en las marchas, vislumbré entonces que en algún momento podría dejar de hacer cumpleaños de 15 y otras tranzas, que encima me salían muy mal, para vivir de la fotografía de prensa. Esas fotos del 19 y 20 curiosamente, me cerraron algunas puertas por las que en aquel entonces deseaba pasar y me abrieron a un mundo que desconocía. Las puertas que se cerraron eran las de las redacciones de los diarios y agencias de noticias que enseguida me catalogaron como fotógrafo piquetero, por ende, me dejaron sin estatuto de fotógrafo profesional. Después de un tiempo de esforzarme para entrar, decidí quedarme del lado en el que habían disfrutado de mis fotos y no estaba tan seguro de querer formar parte del rubro en el que algunos sólo sacan fotos por dinero. Había conocido un espacio donde las fotografías tenían significado y servían para algo. Algunas personas necesitaban de verdad esas imágenes, y no podían pagar por ellas. Pero eso no me hacía menos fotógrafo. Me banqué no ser nadie para la gente de mi entorno cercano, familiares y otros fotógrafos que sólo te creen si tenés la chapa de Clarín. Me quedé en el mundo que me había adoptado y su criterio era el que me importaba a la hora de juzgar mi propia fotografía. La Internet de Indymedia, incipiente y combativa, era una red que permitía hacer algo en grupo y de paso, ocuparse de uno mismo. Era la herramienta ideal para que los fotógrafos pudieran publicar sus fotos sin intermediarios, armarse una página personal y, por qué no, juntarse con otros para armar algo colectivo.

El 20 de diciembre nos había enseñado que lo que uno sueña se puede concretar. También nos había mostrado lo potente que era la acción colectiva, el poder al unir fuerzas. Me acuerdo que ese día, en medio de los saqueos, renuncié a hacerme con la cámara de mis sueños sólo para preservar auténticas las razones del estar ahí. Vivía en aquel entonces justo a la vuelta del negocio de Nikon y pasaba por delante todos los días. Vendía empanadas por esa zona y siempre miraba la vidriera para ver qué tenían de nuevo. Hacia diciembre de ese año, habían colocado en un trípode una de las primeras reflex digitales, la D100 creo, o D1, no me acuerdo porque la verdad es que no tenía ninguna esperanza de poder conseguir una. Tenía esa cámara vieja que me dijeron que alguna vez habían inventado para llevar a Vietnam: simple y rústica para que los soldados la pudieran manejar sin tener conocimientos de fotografía.
El 20 de diciembre, ya después del anuncio de la huida de De La Rúa, la calle Corrientes se transformó en un gran shopping a puertas abiertas, con las cortinas metálicas de los negocios cediendo una por una al paso de los manifestantes. Había un espíritu de camaradería impresionante, comparable para algunos con el festejo de los mundiales de fútbol. Con la salvedad que este lo habíamos ganado nosotros, en la calle y arriesgando la vida. Con la euforia del momento me quedé ahí un rato frente al negocio de Nikon esperando que le tocara su turno. Vi cuando lo empezaban a abrir y algo en mí se negó a ir en búsqueda de esa cámara que necesitaba y que de alguna manera sentía merecerme. Finalmente, seguí mi camino con la gente que me había cruzado ese día pero sin la cámara. Lo mismo me 20 de diciembre del 2001 pasó frente al Musimundo cuando la gente elegía los discos que se llevaba o agarraba directamente televisores y electrodomésticos. La verdad es que sentía que estaban en todo su derecho, pero me había marcado tanto ese momento, sentir que uno había puesto el cuerpo para la revolución, que preferí quedarme sólo con esa sensación y así no tener que dudar de mis intenciones al quedarme ahí luchando. Revelé los rollos esa misma noche en mi departamento. Les mostraba los negativos recién sacados del tanque de revelado a unos amigos que estaban ahí presentes. Ellos miraban dificultosamente unas tiras de película chorreando fijador y chupando polvo adonde se veía lo que yo había vivido. Había partes enteras de los negativos arruinadas por las grietas de mi cámara, pero sentí que algunas imágenes estaban ahí, testimoniando un hecho histórico. Desde las entrañas, con la calle latiendo en unas fotos que expresaban, con sus imperfecciones, todo lo fuerte que fue. Tal vez tomo mejores fotos ahora, con una cámara en condiciones y quizás también con el tiempo mejoré mi técnica, pero seguro que nunca volveré a sacar fotos tan buenas... Fotos con cantos de alegría, gusto a sangre y olor a goma quemada.

Sub cooperativa de fotógrafos


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