Pero ¿qué reivindican? Y ¿adónde van ahora? (2/2)

16 de mayo de 2012. Fuente: Pero ¿qué reivindican? Y ¿adónde van ahora?

Defensa radical de la igualdad

La revuelta que pone en tela de juicio esas estrategias de autolegitimación nos recuerda que una forma de gobierno o de poder que es democrática depende de la voluntad del demos, del pueblo. ¿Qué recursos tiene el pueblo cuando las instituciones que se supone que le representan políticamente en pie de igualdad y que deben establecer las condiciones para un trabajo sostenible, asegurar la asistencia sanitaria y la educación básicas y garantizar los derechos fundamentales a la igualdad, acaban distribuyendo todos esos recursos y derechos básicos de forma desigual e ilegítima? En este instante existen otras maneras de defender la igualdad, manifestándose todos juntos en la calle o en internet, tejiendo alianzas que demuestren la resonancia, la coincidencia y los lazos más amplios que existen entre todas esas reivindicaciones en la lista de la injusticia contemporánea.

Judith Butler

Ningún régimen político o económico puede declararse legítimamente democrático si no representa a la población en pie de igualdad. Y cuando esa desigualdad se generaliza y se considera una secuela inevitable de la vida económica, entonces las personas que sufren esa desigualdad actúan conjuntamente, defendiendo y reclamando la igualdad. Habrá quien objete que la igualdad radical es imposible, pero aunque este fuera el caso –y no hay buenas razones para aceptar esa afirmación sin más–, la democracia sería impensable sin un ideal de igualdad radical. Por tanto, la igualdad radical es una reivindicación, pero no se dirige a las instituciones que reproducen la desigualdad, sino que se dirige a la propia población, cuya tarea histórica consiste en crear nuevas instituciones.

El llamamiento se dirige a nosotros mismos, y es este nuevo “nosotros” que se forma, episódica y globalmente, en cada acción y manifestación. Estas acciones no son en modo alguno “apolíticas”, sino que apuntan a una política que ofrece soluciones prácticas a expensas de la desigualdad estructural. Y nos recuerdan que todas las formas de la política ganan o pierden legitimidad en función de si confieren igualdad a las personas que se dice que representan: si no lo hacen, dejan de representar y destruyen su propia legitimidad a los ojos de la población. Al manifestarse, al actuar, las personas vienen a representarse a sí mismas, encarnando y revitalizando los principios de igualdad que habían sido diezmados. Abandonadas por las instituciones establecidas, se reúnen en nombre de una igualdad social y política, dando voz, cuerpo, movimiento y visibilidad a una idea del “pueblo” que el poder establecido divide y ningunea continuamente.

¿Adónde va ahora el movimiento Occupy?

Entonces, ¿adónde va ahora el movimiento Occupy? Para responder a esta pregunta, primero hemos de saber quién la formula. Y hemos de saber de qué forma se plantea la pregunta. Una cosa está clara desde el principio: no es tarea de los intelectuales plantear esta pregunta ni responder a ella. Una razón es que los intelectuales no tienen el poder de adivinar el futuro y la teoría no puede servir para marcar el rumbo de quienes participan en primera línea como activistas. En realidad, es mejor que dejemos de lado toda esta distinción, pues muchos activistas son teóricos y algunos teóricos también se involucran en formas de activismo que no tienen que ver directamente con la teoría. Lo mejor que podemos hacer nosotros es seguir lo que está ocurriendo realmente, observar cómo moviliza a la población y discernir cuáles son sus efectos.

Lo que vemos en estos momentos, creo, es que el movimiento Occupy tiene varios centros, que sus acciones públicas son episódicas y que cada vez más aparecen nuevas formas de efectividad. Por “efectividad” no me refiero a la formulación y satisfacción de reivindicaciones, sino a la ampliación de las movilizaciones y su extensión a nuevos lugares geográficos. Aunque las elecciones en EE UU acaparan las noticias, está claro que gran parte de la población entiende que sus preocupaciones no se ven reflejadas en la política electoral. De este modo, Occupy sigue marcando el modo en que la voluntad popular aspira a impulsar un movimiento político que vaya más allá de la política electoral. De esta manera sumerge en una crisis todavía más profunda la supuesta “representatividad” de la política electoral. Poco logros podrían ser más importantes que el de demostrar que la política electoral, tal como está organizada actualmente, no representa la voluntad popular, y que su legitimidad misma está en crisis a causa de esta discrepancia entre voluntad democrática e instituciones electorales.

Tal vez lo más importante, de todos modos, es que Occupy cuestiona la desigualdad estructural, el capitalismo y los lugares y prácticas específicas que ejemplifican la relación entre capitalismo y desigualdad estructural. Si Occupy ha llamado la atención sobre formas de desigualdad estructural que afectan a todas las empresas e instituciones estatales, que repercuten negativamente en la población en general cuando trata de satisfacer las necesidades básicas de la vida (alimentación, vivienda, salud y empleo), también lo ha hecho sobre el sistema económico que se basa en la desigualdad y la genera con creciente intensidad. Podemos discutir si el capitalismo es un sistema, una formación histórica, o si sus versiones neoliberales son sustancialmente distintas del capitalismo que criticó Marx en el siglo xix; estos son debates importantes y sin duda el mundo académico debería plantearse abordarlos, pero queda la cuestión del presente histórico del capitalismo, y el propio Marx nos dice que hemos de tomar como punto de partida el presente histórico. ¿Cuáles son los organismos y servicios públicos concretos que hunden a cada vez más personas en un estado de precariedad, las empresas cuyas prácticas explotadoras han truncado vidas de trabajo, los conglomerados sanitarios que se benefician de la enfermedad y se niegan a prestar servicios de salud suficientes, las instituciones públicas que o bien han sido amputadas, o bien supeditadas a la lógica empresarial y al afán de lucro? Aunque pueda parecer paradójico, urge que Occupy actúe episódicamente para denunciar activamente estos focos de desigualdad, destapar su cara pública y su ejemplo y embargar o interrumpir los procesos por los que se reproduce la desigualdad y la creciente precariedad.

Por tanto, no creo que lo único que nos quede sea lamentar la pérdida del parque Zucotti y de los demás espacios de acampada. Puede que la tarea sea emprender ocupaciones como forma de protesta pública, aunque sea episódica y selectiva. Paradójicamente, solo se puede llamar la atención sobre la desigualdad radical poniendo en la picota los lugares en que se reproduce la desigualdad. Esto debe llevarse a cabo en relación con los centros de poder empresarial y estatal, pero también, precisamente, en los lugares de “prestación de servicios”: los centros de asistencia sanitaria que deniegan la prestación de servicios, bancos que explotan a sus depositantes, universidades que se convierten en instrumentos del beneficio empresarial, por citar algunos pocos. Pero si Occupy es episódico, entonces su objetivo no se conoce de antemano, y si ataca el desempleo en un lugar, la carestía de la vivienda en otro y el recorte de servicios públicos en un tercero, entonces genera con el tiempo un sentido de cómo el capitalismo se aloja en instituciones y lugares concretos. Del mismo modo que luchamos contra la desigualdad estructural y un “sistema” que se beneficia de su reproducción, también hemos de fijarnos en los ejemplos concretos en que tiene lugar la desigualdad. Por tanto, si no permanecemos en el mismo lugar, no es cuestión de lamentarlo: si nos movemos, es que estamos siguiendo la pista colectivamente de los lugares de la injusticia y la desigualdad, y nuestra senda dibuja el nuevo mapa del cambio radical.


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