Recopilación sobre Wikileaks

13 de diciembre de 2011.

Ya que Nodo50 ha llevado sus máquinas a Bahnhof, al igual que hizo en su momento Wikileaks (como se refleja en el documental "Nodo50. Error en el sistema"), nos parecía un buen momento para hacer una recopilación sobre el terremoto mediático que ha supuesto el fenómeno del proyecto de Julian Assange.

Materiales relacionados con el estreno el viernes 16 del documental "Nodo50. Error en el sistema".

(...)Y entonces comenzó el Cablegate: una tortura china de filtraciones, una gota malaya que cada día saca a la luz una nueva historia sobre el comportamiento del gobierno de los EE UU y de sus aliados, que cada día deja un poco más en ridículo a uno u otro gobierno. Y empezaron a pasar cosas. La campaña de propaganda antiWikiLeaks, que llevaba en marcha desde hace muchos meses, se recrudeció; políticos estadounidenses empezaron a pedir la detención o incluso la ejecución de su cabeza visible, mientras otros maniobraban de modo subterráneo. Una retorcida y algo surrealista acusación contra Assange fue resucitada; increíblemente esto dio lugar al uso de contra él una poderosa herramienta legal paneuropea diseñada para capturar a los más nefandos criminales; más increíblemente todavía le fue denegada la libertad bajo fianza, y se le encarceló. Curiosamente, el ministro de Defensa de los EE UU anunció su satisfacción públicamente, dejando asombrado al mundo por su respeto a las más oscuras acusaciones de la justicia sueca. Los servidores de WikiLeaks fueron atacados, y comenzó una masiva campaña de empresas estadounidenses que renegaban de contratos firmados para expulsar de sus servicios a la organización. Servicios DNS que dejaban de proporcionar servicio. Bancos que no procesaban órdenes y retenían dinero. Tarjetas de crédito que dejaban de trabajar. La lista de represalias es larga, y demuestra que el gobierno de los Estados Unidos no tiene reparos morales en utilizar todos los medios a su disposición a este lado de la ley (y alguno muy, muy cerca del otro lado) para cerrar la boca de WikiLeaks, para detener su voz.

En otras palabras: las represalias demuestran que Assange y WikiLeaks tienen razón. No podemos fiarnos de leyes ni contratos, porque a la hora de la verdad el poder se los saltará. No podemos confiar en la ideología liberal de Occidente, porque si es necesario se convertirá en papel mojado. Habrá quien piense que WikiLeaks y Assange se lo han buscado, provocando al mayor matón del patio del colegio; pero es que no se supone que esto sea un patio de colegio, ni que el gobierno de los EE UU actúe como un matón. Habrá quien crea que tampoco es para tanto, que al fin y al cabo cortar la tarjeta de crédito no es lo mismo que asesinar; pero esta idea es todavía más peligrosa, porque corta la idea de la protección legal en rodajitas, como un chorizo del que se van retirando pedazos hasta que ya no queda nada más que retirar. La protección de la ley debe ser absoluta, o habremos iniciado un oscuro camino que sólo puede terminar mal. ¿O acaso están incitando, como hay voces, a tratar a Assange y a WikiLeaks como tratan China y Cuba y Corea del Norte a sus disidentes? ¿Tan baja opinión tienen de la mayor democracia del planeta? ¿Tan bajo ha caído EE UU? ¿Tenían razón, entonces, sus enemigos?

Lo que estamos viendo estos días es quizá la primera gran guerra del ciberespacio, o quizá no. Pero sí es un evento preocupante, una linea que si se cruza nos llevará en la peor de las direcciones. Las leyes no son condicionales, los derechos no son relativos, los gobiernos no deben tener la capacidad de cerrar bocas. Si una pandilla de linchamiento civil (cuidadosamente azuzada por un poderoso gobierno) tiene carta blanca para acallar voces disidentes, si la libertad de expresión puede ser puesta en riesgo por un boicot lo bastante poderoso, habremos dado un gran paso hacia el mundo que temen Assange y WikiLeaks, el oscuro mundo irreal de Matrix, la tiranía del pensamiento que es peor aún que la tiranía del cuerpo. Los ingenuos que creíamos vivir en el mundo real, quienes todavía creemos en las leyes y en los parlamentos, en los abogados y en los tribunales, en los derechos y en los deberes estamos desconcertados. Lo que está ocurriendo no debería ocurrir; no aquí, no en los países libres, no en los lugares donde nacieron la idea misma de libertad y los sistemas políticos que permitan ejercerla. Pero que nadie se equivoque: también estamos dispuestos a luchar. No queremos vivir en el mundo que temen Assange y WikiLeaks. No queremos una realidad virtual que oculte una explotación real, la esclavitud disfrazada de libertad, el engaño. No queremos que la única diferencia entre el totalitarismo de Oriente y el de Occidente sea una cuestión de sangre, no queremos vivir en un régimen autoritario disfrazado de indignación moral en el que los disidentes sean acallados, perseguidos, marginados, aunque no asesinados. Queremos la democracia real, las leyes de verdad, la libertad genuina. Y lucharemos. Lo que está ocurriendo con Assange y WikiLeaks está despertando en algunos de nosotros desagradables temores; verdadero pavor a que resulte que tienen razón. Acallar su voz no servirá más que para multiplicarla.

¿Y si Assange y WikiLeaks tienen razón?


(...)La clave ya se vio en el mismo debate mediático. Desde que se popularizaron las conexiones móviles y las cámaras digitales, Internet ya era una «gran filtración» permanente. ¿Recuerdan sin ir más lejos las fotos de Abu Ghraib? ¿La muerte de Neda a manos de un guardia de la revolución durante las manifestaciones en Teherán? El mecanismo del control social parecía revertirse y funcionar de abajo a arriba. Con millones de personas con cámaras en sus móviles y mecanismos de difusión distribuida a su alcance en la blogsfera a los medios sólo les quedaba hacerse eco, un paso por detrás de una agenda que ya no marcaban y en la que no cabían exclusivas.

Pero Assange nos llevaba de vuelta a los setenta, a «Garganta Profunda» y el Watergate, la era dorada de los grandes periódicos institucionales. Las «fuentes» de repente vuelven a necesitar una pantalla, un filtro que les de «verosimilitud» y sus revelaciones sólo son conocidas una vez aparecen en los grandes medios de siempre. WikiLeaks se presenta como un nuevo tipo de agencia de prensa: anuncia una filtración masiva de documentos diplomáticos y de inteligencia que entrega tan sólo a unos cuantos medios escogidos que deciden por su cuenta cómo racionar la información y darle sentido político.

Se trata de una segunda parte de la misma estrategia de recentralización que habíamos visto en la campaña Twitter-Facebook, apuntando ahora directamente al corazón de la agenda pública. Pero claro, la centralización genera capacidad de control: primero China, luego algunos países árabes, después la nube de Amazon, Paypal y hasta la «start-up» que le alberga los gráficos cortan accesos a WikiLeaks.

Para dejar aún más claro hasta que punto la centralización de la infraestructura y los servicios dospuntoceristas facilitan la censura, se publica cómo Joe Liebermann se encargó personalmente de las gestiones. Moraleja: un poderoso que ni siquiera es de los más poderosos, vuelve a estar cerca de tener a su alcance las palancas necesarias para controlar lo que llega y lo que no a la opinión pública mundial. Si sabemos algo es por los medios. Atrás queda el modelo distribuido: torrents, blogs, etc. donde las fuentes últimas exponen directamente las denuncias y filtraciones y unos nodos pasan a otros la información multiplicando de manera incontrolable su impacto. No, WikiLeaks no es Internet, sino una agencia que opera para los medios a través de Internet. Y como todas las agencias está bajo control, en primer lugar, de sus clientes, las grandes corporaciones de la comunicación.(...)

Del estado de alarma a WikiLeaks y por qué Assange no nos hace más libres


(...)Minusvalorar el papel de Wikileaks no legitima a quien le publicó lucrándose. Tampoco oculta su contradicción argumental. El País y los otros medios dijeron haberse mostrado indispensables para contrastar y contextualizar los cables. Negaron que Wikileaks fuese un medio de comunicación y Assange un periodista (lo que mejoraría su situación). Sólo los periodistas conferían rigor y credibilidad. Ahora reprochan, a quien no goza de sus privilegios legales, incumplir una deontología periodística que no casa con la baja estima social y los menguantes negocios de esta profesión.

Los cables fueron fragmentados en noticias domesticadas. El racionamiento de abusos trufados de chascarrillos nos hizo perder la insoportable visión de conjunto. Los enfoques domésticos, sobre escándalos nacionales, filtrados y compensados con declaraciones oficiales, devaluó las denuncias. Se demostró, en suma, que la mediatización de los escándalos resulta inocua para los poderes denunciados. Y que los medios corporativos no cumplen sus tratos. Habían convenido liberar los cables después de haber informado sobre ellos. Demuestran, a fin de cuentas, que actúan como PayPal o MasterCard. Sus transacciones permiten financiar la carrera de armamento, pero no a Wikileaks.

Imponiendo a los públicos cibernautas su deontología, los periodistas sueltan lo que pudiera ser su tabla de salvación: la ciudadanía empoderada en la esfera digital. Su alianza con gentes como Wikileaks abrió una vía clara de sostenibilidad, económica y deontológica. Los cinco medios que compartieron la exclusiva publicaron más denuncias que nunca, multiplicaron ganancias y audiencias. ¿Por qué criminalizan ahora al mensajero? Mientras, prosiguen la demolición de Assange y del supuesto filtrador, Bradley, como iconos de la libertad de expresión. Pensarán que los líos de faldas de uno y los “desequilibrios” del otro rendirán más beneficios. O que el Gran Jurado de Virginia que les espera generará crónicas inolvidables. Y que así nos harán olvidar que gracias a ellos constatamos la impudicia del emperador y las masacres que financiamos. Olvidan ellos que sabemos quién se la juega por nosotros, quién nos amenaza y quién nos niega como actores comunicativos de pleno derecho y una ética propia: la hacker.

Apelando a ella hubieran cabido las críticas a Assange desde una mayor comprensión de lo que está en juego. Wikileaks, al entregar los cables en exclusiva, vulneró el principio hacker de liberar con transparencia y neutralidad información crítica. Ha racionado, sin rendir cuentas, las filtraciones hasta que acabó el trato. Los diarios debían liberarlas tras haberlas utilizado. Aparte de esta, hay otras razones y de gran calado. Son las de los hackers: La Humanidad tiene derecho construir un archivo global de su Historia. La información clasificada no podía seguir siendo patrimonio del millón y medio de militares y contratistas que viven del negocio de la guerra. Los datos ya circulaban por un error de Assange, por filtraciones entre los medios y de estos al público (Micah L. Sifry). Por último, la cifra de muertes provocadas por filtraciones semejantes de Wikileaks (p.e. los Papeles de Afghanistán) es 0. Esta intrahistoria ha sido ocultada con otros relatos interesados, que anuncian otros peores. Porque los errores están repartidos (Tom Watson y Jeff Jarvis). Y porque los hechos que demuestran quién es quién. Quién ejerce por ahora, con sus contradicciones pero también con todas sus consecuencias, el (contra)poder informativo.

¿A quién creer? ¿El País o Wikileaks?


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