La horda de oro 1968-1977. La gran ola revolucionaria y creativa, política y existencial

De la lucha a la comunicación, de la comunicación a la lucha

26 de octubre de 2008.

Italia. A mediados de los años setenta el archipiélago de la comunicación antagonista era un territorio amplio y contradictorio que estaba ramificado en cada ángulo del país. Ciertamente, entre 1975 y 1977, la producción de comunicación autogestionada, subversiva (marginal, radical, militante, directa, antagonista, alternativa, democrática, transversal, clandestina, revolucionaria y las muchas otras definiciones que le fueron conferidas) alcanza su punto de máximo desarrollo.

Primo Moroni y Nanni Balestrini

A veces se provee de estructuras técnicas propias (imprentas, sedes mas o menos estables, etc.), de canales de distribución militante y de estructuras de distribución, ajenas a los grandes y pequeños circuitos comerciales; organiza encuentros nacionales con el fin de construir redes de colaboración, está financiada directamente tanto por sus productores como por sus lectores. El trabajo intelectual es casi completamente gratuito y voluntario.

Trazar una «geografía de la conspiración» en un panorama tan vasto y
variado sería una tarea imposible y, en cualquier caso, esquemática y sectaria.
Es aún más difícil recorrer los senderos de las influencias internacionales
recíprocas, de las «redes» político-culturales que se cruzaron en los
cuatro continentes, de las corrientes ideológicas históricas que constituyen el background de muchas elaboraciones.

"La necesidad de reconstruir las geometrías políticas de lo «político», los tortuosos
senderos de la conspiración, los vericuetos de las ideologías, desenmascarar
las «almas perdidas» de la revuelta, es algo viejo, al menos en lo que
se refiere a la idea de la revolución. A pesar de esto, son raros los casos de
aquellos que han tratado de reflexionar sobre esta «necesidad». Enfrente suya
está, copiosa, capciosa y a menudo nociva, la geografía de la delación, la pulsión dictaminada por sociólogos, periodistas y magistrados en dibujar mapas, trazar elencos, atar e indicar las complicidades políticas y materiales." 1

En realidad detrás de las miles de páginas de la bibliografía, detrás de las
cabeceras de centenares de revistas, hay miríadas de inteligencias que del
«rechazo al rol» hicieron una elección consciente, un programa de existencia,
que convirtieron en comportamiento practico la feliz expresión marxista
de los Grundrisse: «El técnico, el científico, el intelectual como
maquina, y por lo tanto como ciencia —cualquier ciencia— en tanto
“potencia hostil” a la clase, y el trabajador intelectual como trabajador productivo
inserto en el ciclo de socialización del capital o en el aparato de
mando. El trabajador que debe librarse “de sí mismo” antes de ir a buscar
alianzas con el proletario. El trabajador sin aliados capaz de ejercitar con
autonomía el rechazo a los roles impuestos, capaz, por lo tanto, de desarrollar
—ya sea en la forma de trabajo intelectual abstracto— una fuerza
de iniciativa autónoma, formas de organización especificas, de rechazo, de
organización de las masas. En conclusión: ciencia y tecnología como una
sola cosa, materializada en la máquina, “potencia hostil” a la clase, ambas
objeto de un proceso paralelo de liberación, por parte de la clase y del trabajo
intelectual, concreto y potencial. Apenas la clase y el trabajo intelectual
se mueven de manera antagonista, procesos cognitivos enormes y
potentes se activan en el seno del enfrentamiento, como producto del
enfrentamiento: una fuerza de invención latente se libera y se traduce en
conocimiento especifico, nuevas técnicas y nuevas “ciencias”»
. 2

Nos parece, que en esta síntesis ejemplar de Sergio Bologna está contenido
el recorrido esencial de la producción cultural revolucionaria de los
años setenta.

La riqueza extrema del «otro trabajo intelectual» cubiertos todos los
ámbitos del saber: desde la historia hasta el psicoanálisis, desde la psiquiatría
hasta la tecnología, desde la economía hasta la filosofía, desde la sexualidad
hasta el urbanismo, desde la alimentación hasta la medicina, incluidos
también el derecho y la criminología. Los éxitos han sido parciales pero no
cabe duda de que a pesar del entierro que en los primeros años ochenta
realizaron magistrados, editores, journalist-policiers, etc., la cultura revolucionaria
de los años setenta ha planteado problemas y ha señalado direcciones
que difícilmente podrán ser eludidas en el futuro. Que el proceso de
liberación paralela de la clase y del trabajador intelectual representase una
contradicción irreconciliable al desarrollo capitalista es obvio e indudable,
pero quizás los propios protagonistas de esta revolución cultural desde abajo
no se habían percatado de su propia importancia y de las inquietudes que
incitaban a las élites capitalistas a llevar a cabo, más tarde, una vasta ofensiva
represiva. A la espera de estudios más profundos acerca de este problema
se puede indicar el pensamiento, de la Comisión Trilateral de 1975.

La Comisión Trilateral había sido creada a comienzos de los años
setenta por los países pertenecientes a las tres áreas más industrializadas del planeta (Japón, EEUU y Europa). En las intenciones de sus promotores, la Trilateral constituye una suerte de «gobierno mundial supra-nacional»
que albergaba en su seno tantos a exponentes de distintos gobiernos
como a industriales, generales, sociólogos, periodistas de primera fila,
economistas, políticos, científicos, etc.: lo «mejor» de los representantes y
colaboradores del sistema. La Trilateral se reunía una vez al año en distintas
capitales con el objetivo de coordinar las políticas de dominio a nivel
internacional. Éste no es el lugar para examinar la importancia que tuvo
ese organismo y la sobrevaloración que se hizo del mismo (para las BR, por
ejemplo, era la prueba de la existencia del EIM: Estado Imperialista de las
Multinacionales
), sino de verificar la importancia que las inteligencias
capitalistas asignaban a los procesos sociales en curso. Por lo tanto, en la
reunión de 1975, los «trilaterales» dicen:

«Hoy, una notable amenaza proviene de los intelectuales y de los grupos
asociados que afirman su aversión hacia la corrupción, hacia el materialismo y la ineficiencia de la democracia y a la subordinación del sistema de gobierno democrático al «capitalismo monopolista». El desarrollo entre los intelectuales de una «cultura antagonista» ha influido en los estudiantes, los estudiosos y en los medios de comunicación […]. Las sociedades industriales avanzadas han dado origen a un estrato de intelectuales orientados por valores, que a menudo se vuelcan en desacreditar la leadership, a desafiar a la autoridad y a desenmascarar y negar la legitimidad de los poderes constituidos con un comportamiento que contrasta con el número
de intelectuales tecnócratas orientados a la política […] Este desarrollo
representa para el sistema democrático una amenaza igualmente grave, al menos potencialmente, de las que en el pasado plantearon los grupos aristocráticos, los movimientos fascistas y los partidos comunistas
».3

Omitiendo la referencia a los «movimientos fascistas», aquí citados para
exorcizar elegantemente «un cadáver en el armario» y para volver a dar
fuerza a la política de los extremismos opuestos, no cabe duda, de que estas
observaciones dan cuenta de la preocupación de las élites en el poder por
aquellos «intelectuales que en tanto grupo social son impulsados hacia la
vanguardia de las luchas socio-políticas»
.4 Las relaciones del mundo intelectual
con la sociedad han mutado radicalmente, en un planeta en el que
«no hay motivo para creer que la revolución cultural contemporánea sea

más pacífica que las revoluciones industriales del pasado» y en el que «la
falta de integración de la clase obrera no sólo impide la contratación y el
entendimiento directo […] sino que se encuentra, también, en el origen
de la general reluctancia de los jóvenes a aceptar los trabajos manuales
genéricos, mal retribuidos»
.5

La relación de 1975 prosigue augurando una democracia más «fuerte»
y una nueva política de «gobernabilidad». El Berufverbot 6 en Alemania y la
«legislación de emergencia» en Italia serán en los dos años sucesivos la traducción
de estas reflexiones a términos institucionales. Con esto no se
quiere decir aquí que todo sea reducible a un «complot» organizado desde
arriba, a la existencia de un cerebro oculto e invencible del mando capitalista
que todo prevé y planifica. Por el contrario y precisamente por eso,
nos referimos a la necesidad de tener presente que la dinámica de «plan y
contraplan»
, el enfrentamiento entre proyecto antagonista y de gobierno,
entre capital y trabajo, en todas sus formas y manifestaciones, determina
un enriquecimiento recíproco de las fuerzas e inteligencias opuestas y que
en este conflicto el proceso revolucionario se juega su propia suerte.

En el transcurso de los «diez años que convulsionaron al mundo» —de
China a EEUU, de Inglaterra a Alemania, de Japón a Francia, de América
Latina a África, a Asia y a Medio Oriente— el papel de la comunicación
como expresión-exigencia de las luchas de masas es difícilmente explicable. Nos podemos arriesgar a dar legitimidad a las esquemáticas previsiones de McLuhan que, de la era de la televisión y de las comunicaciones masivas, extrae la teoría del planeta como «aldea global», o bien podemos ampliar la importancia que los antagonistas asignan a la aventura de «recomposición» del proletariado a nivel internacional. Lo cierto es lo que se puede verificar en los propios productos de la «comunicación antagonista», en donde quizás pueda sorprender que en Tradate o en la pequeña revista de Corsano (Lecce) se encuentren análisis tan atentos e «informados» como los de las luchas de Detroit o de San Benedetto del Tronto, de la relación entre Islam y marxismo, o de la conexión entre ciencia del capital y guerra química en Vietnam.

Del ‘68 y de la década precedente se había heredado, y en una «inversión» consciente, un mundo «más unido, más interdependiente, más dolorosamente consciente de su propio y común destino, de cuanto había sido antes. Sin esa herencia determinada por la circulación de la comunicación y por las luchas, la espontaneidad, por así decir la “naturaleza” y la riqueza de las mismas sería incomprensible. Sería incomprensible el hecho de que para el movimiento el mundo era el verdadero escenario de toda batalla, la verdadera plataforma de todo gesto».

Con la lenta disolución de los grupos iniciada en el bienio de 1974-75
se «libera» una enorme cantidad de inteligencias formadas en la militancia. La propia área de la autonomía se plantea el problema de no dispersar este patrimonio de militantes, y ya en 1973 se había publicado un documento titulado Recuperare le forze soggettive create dai gruppi [Recuperar la fuerza subjetiva creada en los grupos].
Pero es desde la espontaneidad-necesidad de la comunicación social
desde donde se crean los encuentros y los cruces entre los viejos militantes y las nuevas inteligencias.

El terreno común sobre el cual se encuentran no estaba únicamente
formado «por la necesidad de poner nuevamente en discusión un cierto
aparato histórico-teórico y de actualizarlo, sino que estaba materialmente constituido por las estructuras militantes de la cultura que se habían estado formando, contra toda hipoteca de grupo y todo “padrino” de partido, desde 1974-75 en adelante. Estructuras autogestionadas, fundadas sobre la inteligencia, sobre la propia fuerza de trabajo y el arte de arreglárselas, que no sólo permitieron la difusión de la nueva comunicación política y social, sino que favorecieron el nacimiento de un lenguaje diferente y de una estructura de organización diversa, celular, local, informal, algunas veces
no declaradamente política, que permitió reciclar a los compañeros desilusionados y que terminó construyendo un bagaje cultural, un tejido al que todos recurrieron como estructura de servicios»
.7

Y es, precisamente, sobre el concepto de «estructuras de servicios al
movimiento»
sobre el que en el curso del bienio 1974-75 nacen decenas y
decenas de librerías, de centros de documentación, de circuitos de distribución
autogestionados, de pequeñas editoriales originales y creativas. Las
revistas que aparecen en aquel período se apoyan y nacen, casi todas, dentro
de este circuito informal de producción. Elvio Fachinelli, interviniendo
en una polémica sobre los valores culturales expresados por los movimientos
precisó: «Todo cambio profundo no puede sino aparecer en una
esfera extra-cultural, siendo previamente un cambio de vida. Es allí, después,
en un cierto punto, en el que se rehacen los nudos, las redes culturales.
Es obvio, por lo tanto, que el ‘68 ha producido el panfleto. El que
diga que no ha producido nada es porque razona con la mente de quién
ya esta dentro de una cierta cultura afirmada, constituida, que se trata sólo
de perpetuar. Pero al lado del panfleto apareció también una forma de

escritura relacionada con el mismo, la de las revistas»: Quaderni Piacentini,
Primo Maggio, Aut Aut, Sapere, Ombre Rosse, Erba Voglio, A/traverso
, por por citar las más conocidas. Sobre este terreno es difícil que alguien pueda exponer algunos puntos. Las revistas más vivas fueron y aún son hoy las de la nueva izquierda. Esta cuestión es tanto más relevante si consideramos el hecho de que éste es uno de los sectores más vitales de la cultura, donde los laboratorios de ideas, a menudo de personas que hacen vida juntas, producen debates transmitidos en tiempos restringidos en un territorio muy amplio, logrando de esta manera estimular y promover nuevos comportamientos, incluso en los rincones más lejanos. El efecto multiplicador de la revista fue siempre, salvo en algunos casos que se pueden contar con los dedos, superior al del libro.

NOTAS:

1 VV. AA., I dieci anni che sconvolsero il mondo, Roma, Arcana, 1978.
2 Sergio Bologna, Primo Maggio, 1967, num. 11.
3 VV. AA., La crisi della democrazia, Milán, Franco Agnelli, 1977.
4 Ibídem.
5 Ibídem.
6 Así son llamadas las leyes federales promulgadas en la República Federal Alemana en 1975, con
el objetivo de excluir a personas de izquierda en el desempeño de cargos públicos.
7 Sergio Bologna, Primo Maggio, 1978-79, num. 12.


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